Литмир - Электронная Библиотека

CAPÍTULO 43

Denise cerró el cajón de la caja registradora con un golpe de cadera y entregó el recibo a la clienta que aguardaba al otro lado del mostrador. -Gracias -dijo, y su sonrisa se desvaneció en cuanto la clienta se volvió. Suspiró sonoramente mirando la larga fila que se estaba formando delante de la caja. Tendría que quedarse clavada allí toda la jornada y se moría de ganas de hacer una pausa para fumar un cigarrillo. Pero iba a serle imposible escabullirse, de modo que cogió con gesto malhumorado la prenda de la siguiente clienta, le quitó la etiqueta, la pasó por el escáner y la envolvió.

– Disculpe, ¿es usted Denise Hennessey? -oyó que preguntaba una voz grave, y alzó la mirada para ver de dónde procedía aquel sonido tan sexy. Puso ceño al encontrarse con un agente de policía delante de ella.

Titubeó mientras pensaba si había hecho algo ilegal durante los últimos días y cuando se convenció de no haber cometido ningún crimen sonrió. -Sí, la misma.

– Soy el agente Ryan y me preguntaba si tendría la bondad de acompañarme a comisaría, por favor.

Fue más una orden que una pregunta y Denise apenas pudo reaccionar de la impresión. Aquel hombre dejó de ser un agente sexy para convertirse en uno del tipo «te encerraré por mala en una celda diminuta con un mono naranja fosforito y chancletas ruidosas sin agua caliente ni maquillaje». Denise tragó saliva y tuvo una visión de sí misma siendo apaleada en el patio de la prisión por una banda de rudas mujeres enojadas que no sabían qué era el rímel, mientras los carceleros contemplaban el espectáculo y cruzaban apuestas. Volvió a tragar saliva.

– Para qué?

– Si hace lo que le digo, recibirá las explicaciones en comisaría.

El agente comenzó a rodear el mostrador y Denise retrocedió despacio, nurando impotente a la fila de clientas. Todas observaban con aire divertido el espectáculo que se desarrollaba ante sus ojos.

– ¡Dile que se identifique, guapa! -gritó una de las clientas desde el final de la cola.

La voz le tembló al pedirle que se identificara, lo que sin duda iba a ser del codo inútil puesto que no había visto una placa de identificación en su vida y, por consiguiente, no tenía idea del aspecto que debía de presentar una auténrica. Sostuvo la placa con mano temblorosa y la observó de cerca, aunque sin leer nada. Estaba demasiado intimidada por la multitud de clientas y empleadas que se habían congregado para mirarla con indignación. Todas pensaban lo mismo: era una criminal.

Aun así, Denise se afianzó en su decisión de presentar batalla. -Me niego a acompañarlo si no me dice de qué se trata.

El agente se aproximó más.

– Señorita Hennessey, si colabora conmigo no habrá necesidad de utilizar esto. -Se sacó unas esposas del pantalón-. No montemos una escena.

– ¡Pero yo no he hecho nada! -protestó Denise, empezando a asustarse de veras.

– Bueno, eso ya lo discutiremos en comisaría-respondió el policía, que comenzaba a perder la paciencia.

Denise retrocedió, dispuesta a dejar claro ante sus clientas y empleadas que no había hecho nada malo. No iba a acompañar a aquel hombre a la comisaría hasta que le explicara qué delito se suponía que había cometido. Se detuvo y se cruzó de brazos para demostrar que era dura de pelar.

– He dicho que no iré a ninguna parte con usted hasta que me diga de qué se trata.

– Como quiera -dijo el agente encogiéndose de hombros y avanzando hacia ella-. Si insiste…

Denise abrió la boca para replicar pero soltó un chillido al notar el frío metal de las esposas inmovilizándole las muñecas. No era precisamente la primera vez que le ponían unas esposas, de modo que no le sorprendió el tacto, pero la impresión la dejó sin habla. Se limitó a mirar las expresiones de asombro de todo el mundo mientras el policía la sacaba de la tienda arrastrándola del brazo.

– Buena suerte, guapa -vociferó la misma clienta de antes mientras recorría la cola-. Si te mandan a Mount Jolly, saluda a Orla de mi parte y dile que iré a verla por Navidad.

Denise abrió los ojos desorbitadamente y la asaltaron imágenes de ella misma dando vueltas por la celda que compartía con una psicópata asesina. Quizás encontraría un pajarillo con un ala rota y lo curaría, le enseñaría a volar para matar el rato durante los años que estaría encerrada…

Se ruborizó al salir a Grafton Street. El gentío se dispersaba al instante en cuanto veía a un agente acompañado de una criminal esposada. Denise mantuvo la vista fija en el suelo y rezó para que ningún conocido viera cómo la arrestaban. El corazón le latía con fuerza y por un instante pensó en escapar. Echó un vistazo alrededor tratando de hallar una vía de escape, pero no era buena corredora. No tardaron en llegar a una furgoneta un tanto destartalada del habitual color azul de la policía con los cristales ahumados. Denise se sentó en la primera fila de asientos de la parte trasera y, aunque notó la presencia de otras personas detrás de ella, permaneció inmóvil en el asiento, demasiado aterrada como para volverse a mirar a los demás reos. Apoyó la cabeza contra la ventanilla y se despidió de la libertad.

– ¿Adónde nos llevan? -preguntó cuando vio que pasaban por delante de la comisaría. La mujer policía que conducía la furgoneta y el agente Ryan no le hicieron caso y mantuvieron la vista al frente-. ¡Eh! -exclamó-. ¡Creía que había dicho que me llevaba a la comisaría!

Siguieron sin prestarle atención. -¡Oiga! ¿Adónde vamos?

No respondieron.

– ¡Yo no he hecho nada malo! Siguieron sin responder.

– ¡Soy inocente, maldita sea! ¡Inocente!

Denise comenzó a dar patadas al asiento delantero tratando de atraer su atención. La sangre le hirvió en las venas al ver que la mujer policía metía una cinta en el radiocasete y lo encendía. Denise abrió los ojos con asombro al oír la canción.

El agente Ryan se volvió, esbozando una amplia sonrisa. -Denise, has sido una niña muy mala.

Se levantó y se plantó delante de ella. Denise tragó saliva al ver que el agente Ryan comenzaba a mover las caderas al ritmo de Hot Stuff.

Estaba a punto de propinarle una patada en la entrepierna cuando oyó risas y gritos ahogados en la parte trasera de la furgoneta. Se volvió y vio que sus hermanas, Holly, Sharon y otras cinco amigas se estaban levantando del suelo. Se había asustado tanto que no había reparado en ellas al subir al vehículo. Por fin comprendió lo que en realidad estaba ocurriendo cuando una de sus hermanas le encasquetó un velo al grito de «¡Feliz despedida de soltera!». Ésa fue la pista definitiva.

– ¡Sois unas brujas! -les espetó Denise, que procedió a soltar improperios y maldecir hasta agotar todos los insultos y tacos inventados, llegando incluso a acuñar unos cuantos de cosecha propia.

Las chicas se sujetaban la barriga, muertas de risa.

– ¡Y tú tienes mucha suerte de que no te haya arreado en las pelotas! -gritó Denise al agente bailarín.

– Denise, te presento a Paul -dijo su hermana Fiona entre risas-, y es tu stripper particular.

Denise entornó los ojos y siguió insultándolas.

– ¡Por poco me da un infarto! Creía que me llevaban a la cárcel. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué van a pensar mis clientas? ¡Y las empleadas! Oh, Dios mío, creerán que soy una criminal. -Cerró los ojos con expresión de dolor.

– Las avisamos la semana pasada -dijo Sharon, sonriendo-. No han hecho más que seguir el juego.

– ¡Serán brujas! -repitió Denise-. En cuanto vuelva al trabajo pienso despedirlas a todas. Pero qué pasará con las clientas? -preguntó de nuevo presa de pánico.

– No te preocupes -dijo su hermana-. El personal tenía instrucciones de informar a las clientas de que era tu despedida de soltera en cuanto salieras de la tienda.

Denise puso los ojos en blanco.

– Conociéndolas como las conozco, apuesto a que no lo habrán hecho y, en ese caso, lloverán quejas y si hay quejas, yo también estaré despedida.

– ¡Denise, deja de preocuparte! No pensarás que habríamos hecho algo así sin consultarlo previamente con tus jefes, ¿verdad? ¡Todo está en orden! -explicó Fiona-. Les pareció la mar de divertido, así que ahora relájate y disfruta del fin de semana.

– Fin de semana? ¿Qué demonios tenéis intención de hacerme? ¿Dónde pasaremos el fin de semana? -Miró asustada a sus amigas.

– Nos vamos a Galway y eso es cuanto necesitas saber -dijo Sharon con aire misterioso.

– Si no llevara estas malditas esposas, os daría un bofetón a cada una -las amenazó Denise.

Las chicas gritaron de entusiasmo al ver que Paul se quitaba el uniforme y se echaba loción para bebés por el cuerpo para que Denise le masajeara la piel.

Sharon abrió las esposas de una perpleja Denise.

– Los hombres uniformados están mucho mejor sin uniforme… -farfulló Denise, frotándose las muñecas mientras observaba a Paul exhibir su musculatura.

– Tienes suerte de que esté comprometida, Paul. ¡De lo contrario estarías metido en un buen lío! -bromearon las chicas.

– Ya lo veo -masculló Denise, contemplando atónita cómo Paul se desprendía del resto de la ropa-. ¡Oh, chicas! ¡Muchísimas gracias! -exclamó entre risitas con un tono de voz muy distinto al de antes.

– ¿Estás bien, Holly? Apenas has abierto la boca desde que nos montamos en esta furgoneta -dijo Sharon, tendiéndole una copa de champán tras llenar un vaso de zumo de naranja para ella. Holly se volvió para mirar por la ventanilla los campos verdes que iban dejando atrás. Las colinas estaban salpicadas de manchas blancas que no eran sino ovejas que subían por ellas ajenas a las maravillosas vistas. Prolijos muros de piedra separaban un campo de otro y las líneas grises que dibujaban parecían los contornos de las piezas de un rompecabezas que se extendía hasta el infinito, conectando un fragmento de tierra con el siguiente. A Holly aún le faltaban piezas para completar el rompecabezas de su propia mente.

79
{"b":"88536","o":1}