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CAPÍTULO 33

Holly miró alrededor para ver si algún otro cliente de la cafetería los estaba observando. Luego cogió una silla y se sentó al lado de Richard. ¿Acaso había dicho algo inconveniente? Miró asombrada el rostro de su hermano sin saber qué hacer ni decir. Lo único que tenía claro era que nunca antes se había visto en una situación semejante. Las lágrimas rodaban por el rostro de Richard, por más que éste se esforzara en contener el llanto.

– ¿Qué sucede, Richard? -preguntó Holly, sorprendida. Posó la mano en el brazo de su hermano y le dio unas palmaditas, un tanto incómoda. Richard seguía llorando en silencio.

La camarera rolliza, que esta vez llevaba un delantal amarillo canario, salió de detrás de la barra y dejó una caja de pañuelos en la mesa al lado de Holly. -Toma -dijo Holly, tendiendo un pañuelo a Richard.

Éste se secó los ojos y se sonó la nariz ruidosamente, con un gesto propio de su edad, y Holly tuvo que disimular una sonrisa.

– Perdona que llore -dijo Richard, avergonzado y evitando mirarla a los ojos.

– Eh -susurró Holly, apoyando la mano en su brazo-, no tiene nada de malo llorar. De un tiempo a esta parte se ha convertido en mi hobby, así que no lo critiques.

Richard sonrió débilmente.

– Es como si todo se estuviera yendo a pique, Holly-dijo con tristeza, enjugando una lágrima con el pañuelo antes de que le cayera de la mejilla.

– ¿Y eso? -preguntó Holly, preocupada ante la transformación de su hermano en alguien a quien no conocía. Pensándolo bien, en realidad nunca había conocido al auténtico Richard. Durante los últimos meses había descubierto algunas facetas de él que la tenían un tanto desconcertada.

Richard suspiró y se terminó el té. Holly miró a la mujer de detrás de la barra y encargó otra tetera.

– Richard, últimamente he aprendido que hablar ayuda a aclarar las ideas -dijo Holly con delicadeza-. Y, tratándose de mí, es toda una revelación, ya que solía mantener la boca cerrada pensando que era una supermujer, capaz de guardarme todos los sentimientos. -Sonrió alentadoramente-. ¿Por qué no me cuentas qué ocurre?

Richard titubeó.

– No me reiré, no diré nada si eso es lo que quieres. No le contaré a nadie lo que me cuentes, sólo te escucharé-le aseguró Holly.

Richard apartó la vista de su hermana, se concentró en el salero y el pimentero que había en medio de la mesa y susurró:

– No tengo trabajo.

Holly guardó silencio y esperó a que añadiera algo más. Al cabo de un rato, viendo que ella no decía nada, Richard la miró.

– Eso no es tan grave, Richard -dijo Holly al fin, sonriéndole-. Sé que te encantaba tu trabajo, pero ya encontrarás otro. Y si te sirve de consuelo, durante un tiempo perdí un empleo tras otro…

– Me quedé sin trabajo en abril, Holly-la interrumpió Richard, y agregó enojado-: Estamos en septiembre. No hay nada para mí… Nada relacionado con mi profesión… -Bajó la mirada.

– Vaya. -Holly no supo qué decir. Tras un tenso silencio, prosiguióPero al menos Meredith sigue trabajando, de modo que contáis con unos ingresos fijos. Tómate el tiempo que necesites para encontrar el empleo adecuado… Ya sé que ahora mismo no te parecerá una opción razonable, pero…

– Meredith me dejó el mes pasado -volvió a interrumpir Richard, esta vez con voz más débil.

Holly se tapó la boca con las manos. Pobre Richard. A ella nunca le había caído bien la bruja de su cuñada, pero él la adoraba.

– ¿Y los niños? -preguntó Holly.

– Viven con ella -contestó Richard, y se le quebró la voz.

– Oh, Richard, lo siento mucho -dijo Holly, toqueteándose las manos sin saber qué hacer con ellas. ¿Debía abrazarlo o era mejor dejarlo en paz?

– Yo también lo siento -dijo Richard con voz lastimera, la mirada fija en el salero y el pimentero.

– No ha sido culpa tuya, Richard, así que no te atormentes diciéndote que lo es -protestó Holly enérgicamente.

– ¿No lo es?-cuestionó Richard con voz un tanto temblorosa-. Me dijo que soy un hombre patético que ni siquiera es capaz de cuidar de su propia familia. -Se vino abajo otra vez.

– Bah, no hagas caso a esa bruja loca-repuso Holly, enojada-. Eres un padre excelente y un marido leal -agregó con firmeza, advirtiendo que lo decía en serio-. Timmy y Emily te quieren porque eres fantástico con ellos, así que no hagas caso a lo que diga esa. demente.

Abrazó a Richard y dejó que se desahogara llorando. Estaba tan enojada que le entraron ganas de ir en busca de Meredith y darle un puñetazo en la cara. De hecho, siempre había deseado hacerlo, sólo que ahora tenía una excusa.

Richard por fin dejó de llorar, se apartó de Holly y cogió otro pañuelo. Holly tenía el corazón partido. Su hermano mayor siempre se había esforzado por ser perfecto y formar una familia perfecta, pero las cosas no habían salido según sus planes. Parecía estar realmente abatido.

– ¿Dónde te alojas? -le preguntó al caer en la cuenta de que hacía semanas que Richard no tenía casa.

– En una pensión cerca de aquí. Es un sitio agradable. Son buena gente -contestó sirviéndose otra taza de té. «Tu esposa te abandona y te tomas una taza de té…»

– Richard, no puedes quedarte ahí -objetó Holly-. ¿Por qué no nos lo has contado a ninguno de nosotros?

– Porque creía que las cosas se arreglarían, pero está visto que no será así… Ella no dará su brazo a torcer.

Por más que Holly deseara invitarlo a que se instalara en su casa no podía hacerlo. Tenía mucho que resolver en su propia vida y estaba segura de que Richard lo entendería.

– ¿Por qué no hablas con papá y mamá? -preguntó-. Estarán encantados de echarte una mano.

Richard negó con la cabeza.

– No, ahora tienen a Ciara y Declan en casa. No quisiera que tuvieran que cargar conmigo también. Ya soy un hombre hecho y derecho.

– Vamos, Richard, no digas tonterías. -Holly hizo una mueca-. Está la habitación de los invitados, que antes era la tuya. Seguro que te recibirán con los brazos abiertos. -Trataba de ser convincente-. Yo misma dormí allí hace unas noches.

Richard levantó la vista de la mesa.

– No tiene absolutamente nada de malo que de vez en cuando regreses a la casa donde te criaste. Es bueno para el alma-agregó con una sonrisa.

– No me parece que… sea muy buena idea, Holly -dijo Richard, vacilante.

– Si lo que te preocupa es Ciara, olvídalo. Se marcha otra vez a Australia dentro de unas semanas, así que la casa estará… menos ajetreada.

El rostro de Richard se relajó un poco. Holly sonrió.

– ¿Qué te parece? Venga, es una gran idea y además así no tirarás el dinero en un agujero apestoso, por más que digas que los dueños son buena gente.

Richard esbozó una débil sonrisa.

– Me veo incapaz de pedir algo así a papá y mamá. Holly… no sabría por dónde empezar.

– Te acompañaré -prometió Holly-. Ya hablaré yo con ellos. De verdad, Richard, estarán encantados de ayudarte. Eres su hijo y te quieren. Todos te queremos -agregó, apoyando una mano en lá de él.

– De acuerdo -convino por fin, y salieron a la calle cogidos del brazo.

– Por cierto, Richard, gracias por el jardín. -Le sonrió y luego le dio un beso en la mejilla.

– ¿Lo sabías? -preguntó Richard, sorprendido. Ella asintió con la cabeza.

– Tienes mucho talento y voy a pagarte hasta el último penique que vale lo que has hecho en cuanto consiga trabajo.

El rostro de su hermano se relajó y sonrió con timidez.

Subieron a sus respectivos coches y se dirigieron a la casa de Portmarnock en la que habían crecido juntos.

Dos días después, Holly se miraba al espejo del lavabo en el edificio de oficinas donde iba a desarrollarse su primera entrevista de trabajo. Había perdido tanto peso desde la última vez que se había puesto uno de sus trajes que se había visto obligada a comprar uno nuevo que realzaba su esbelta figura. La chaqueta, larga hasta las rodillas, abrochaba con un solo botón a la altura de la cintura. Los pantalones le quedaban muy bien y caían perfectamente hasta los botines. El traje era negro con finas rayas rosas y lo había combinado con una blusa también rosa. Se sentía como una emprendedora ejecutiva publicitaria dueña de su vida, y ahora lo único que tenía que hacer era expresarse como tal. Se aplicó una capa más de pintalabios rosa y se mesó el pelo ensortijado que había decidido dejar suelto para que le cayese sobre los hombros. Suspiró y salió de nuevo a la sala de espera.

Volvió a sentarse en su sitio y echó un vistazo a los demás aspirantes al empleo. Aparentaban ser bastante más jóvenes que ella y, por lo visto, todos llevaban una gruesa carpeta apoyada en el regazo. Miró alrededor y comenzó a entrarle el pánico… sí, desde luego todos tenían una de aquellas carpetas. Volvió a levantarse y se dirigió a la mesa de la secretaria.

– Disculpe -dijo procurando atraer su atención. La mujer levantó la vista y sonrió.

– ¿Qué desea?

– Verá, acabo de ir al lavabo y me parece que he estado ausente mientras repartían las carpetas. -Sonrió educadamente.

La secretaria puso ceño, mostrándose confusa. -Perdone, ¿a qué carpetas se refiere?

Holly se volvió, señaló las carpetas apoyadas en los regazos de los demás aspirantes y miró de nuevo a la secretaria.

Ésta sonrió y moviendo el dedo le indicó que se acercara. Holly se remetió el pelo detrás de las orejas y se aproximó. -¿Sí?

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