– ¿Qué te pasa, Ciara? -preguntó Holly con dulzura a su hermana menor. Holly estaba preocupada, no recordaba la última vez que la había visto llorar. En realidad, ni siquiera sabía que Ciara fuese capaz de llorar. Fuera cual fuese el motivo que había hecho que a su hermana se le saltaran las lágrimas, tenía que tratarse de algo grave.
– No me pasa nada -dijo Ciara, cerrando de golpe el álbum de fotos y metiéndolo debajo de la cama. Parecía avergonzada de que la hubiesen sorprendido llorando y se enjugó la cara de cualquier manera, procurando dar la impresión de que no le importaba.
En el salón, Declan sacó la cabeza de debajo del cojín. Reinaba un silencio inquietante en el piso de arriba; confió en que no hubiesen cometido alguna estupidez. Subió de puntillas y escuchó detrás de la puerta.
– Claro que te pasa algo -replicó Holly, cruzando la habitación para sentarse junto a su hermana en el suelo. No estaba segura de cómo manejar aquella situación. Se trataba de un intercambio de papeles, pues desde niñas siempre era Holly la que lloraba. Se suponía que Ciara era la fuerte.
– Estoy bien -insistió Ciara.
– Vale -dijo Holly, mirando alrededor-, pero si hay algo que te preocupa, sabes que puedes contármelo, ¿verdad?
Ciara se negó a mirarla y asintió con la cabeza. Holly comenzó a levantarse para dejar a su hermana en paz cuando de súbito ésta rompió a llorar de nuevo.
Holly volvió a sentarse a su lado y la abrazó con gesto protector. Acarició el sedoso pelo rosa de Ciara mientras ésta lloraba en silencio. -¿Quieres contarme qué ha pasado? -preguntó Holly en voz baja. Ciara masculló una especie de respuesta y se irguió para sacar el álbum de fotos de debajo de la cama. Lo abrió con manos temblorosas y pasó unas cuantas páginas.
– Es por él-dijo con tristeza, señalando una fotografía en la que ella aparecía con un chico que Holly no reconoció. De hecho, también su hermana estaba casi irreconocible. La fotografía había sido tomada un día de sol a bordo de una barca, con la Sydney Opera House de fondo. Ciara estaba sentada en las rodillas del muchacho, rodeándole el cuello con el brazo mientras él la contemplaba sonriendo. Holly no salía de su asombro ante el aspecto de Ciara. Tenía el pelo rubio, color que Holly jamás había visto llevar a su hermana, y sonreía llena de dicha. Sus rasgos parecían mucho más suaves y, para variar, no daba la impresión de estar a punto de darle un mordisco al primero que se cruzara en su camino.
– ¿Es tu novio? -preguntó Holly con cautela.
– Era -musitó Ciara, y una lágrima cayó en la página.
– ¿Por eso volviste a casa? -preguntó Holly, enjugando una lágrima del rostro de su hermana.
Ciara asintió con la cabeza.
– ¿Te apetece contarme lo que ocurrió? Ciara tomó aire.
– Nos peleamos.
– Te… -Holly eligió las palabras con cuidado-. No te haría daño ni nada por el estilo, ¿verdad?
Ciara negó con la cabeza.
– No -farfulló-. Fue por una verdadera tontería, le dije que me iría y me dijo que se alegraba…
Volvió a sollozar. Holly la estrechó entre sus brazos y aguardó a que Ciara estuviera en condiciones de hablar otra vez.
– Ni siquiera fue al aeropuerto a despedirme -continuó Ciara.
Holly le frotó la espalda con ternura como si fuese un bebé que acabara de tomarse el biberón. Confió en que Ciara no fuera a vomitarle encima. -¿Ha vuelto a llamar desde entonces?
– No, y ya llevo dos meses en casa, Holly -se lamentó. Miró a su hermana mayor con ojos tan tristes que faltó poco para que Holly también se echara a llorar. Detestaba aquel tipo que hacía sufrir a su hermana. Holly le sonrió alentadoramente.
– ¿Y no crees que quizá no es la persona adecuada para ti? Entre lágrimas, Ciara respondió.
– Pero amo a Mathew, Holly, y sólo fue una pelea estúpida. Reservé el billete porque estaba enfadada, creía que no me dejaría marchar… Contempló un buen rato la fotografía.
Las ventanas del dormitorio de Ciara estaban abiertas de par en par y Holly escuchó el familiar rumor de las olas y las risas que llegaban de la playa. Las dos habían compartido aquella habitación mientras crecían y una curiosa sensación de consuelo la reconfortó al percibir los mismos olores y los mismos sonidos que entonces.
– Perdona, Hol -dijo Ciara, algo más tranquila.
– No hay nada que perdonar -susurró Holly, apretándole la mano-. Deberías haberme contado todo esto en cuanto llegaste a casa en vez de guardártelo dentro.
– Pero si es una chiquillada, comparado con lo que te ha pasado a ti. Me siento como una tonta hasta por haber llorado.
Se enjugó las lágrimas, enojada consigo misma. Holly estaba impresionada.
– Ciara, lo que te ha ocurrido es importante. Perder a alguien que amas siempre es duro, tanto si está vivo como… -Se le quebró la voz-. Puedes contarme lo que sea.
– Has sido tan valiente, Holly. No sé cómo lo has conseguido. Y yo aquí llorando por un estúpido novio con el que sólo salí unos meses.
– ¿Valiente yo? -Holly rió, y luego exclamó-: ¡Ojalá!
– Sí que lo eres -insistió Ciara-. Todo el mundo lo dice. Has sido muy fuerte mientras pasabas por esto. Si me hubiese ocurrido a mí, creo que estaría en una fosa.
– No me des ideas, Ciara -advirtió Holly, sonriendo y preguntándose quién demonios la había llamado valiente.
– Aunque ahora estás bien, ¿verdad? -preguntó Ciara preocupada, estudiándole el semblante.
Holly se miró las manos y se puso a mover la alianza a lo largo del dedo. Meditó un rato sobre aquella pregunta y ambas muchachas quedaron sumidas en sus pensamientos. Ciara, súbitamente más serena que nunca, aguardó con paciencia la respuesta de Holly.
– ¿Estoy bien? -Holly repitió la pregunta en voz alta. Tenía la mirada perdida en la colección de osos de peluche y muñecas que sus padres se habían negado a tirar-. Estoy muchas cosas, Ciara -explicó sin dejar de dar vueltas al anillo en el dedo-. Estoy sola, estoy cansada, estoy triste, estoy contenta, soy afortunada, soy desdichada; estoy un millón de cosas cada día de la semana. Pero supongo que estan bien es una de ellas.
Miró a su hermana y le sonrió con tristeza.
– Y eres valiente -agregó Ciara-. Sabes controlarte y mantener la calma. Y también eres organizada.
Holly negó lentamente con la cabeza.
– No, Ciara, no soy valiente. La valiente eres tú. Siempre lo has sido. Y en cuanto a tener la situación bajo control, nunca sé qué voy hacer de un día para otro.
Ciara puso ceño al negar enérgicamente con la cabeza. -No, yo no soy nada valiente, Holly.
– Claro que sí -insistió Holly-. Todas esas cosas que haces, como saltar de aviones y arrojarte por precipicios en snowboard… -Holly se interrumpió mientras intentaba recordar otras locuras de las que hacía su hermana pequeña. Ciara hizo una mueca de protesta.
– Qué va, querida hermana. Eso no es ser valiente, es ser idiota. Cualquiera puede hacer puenting. Hasta tú -dijo señalándola con el mentón. Holly dio un respingo, aterrada de sólo pensarlo, y negó con la cabeza. Ciara bajó la voz.
– Oh, vamos, si tuvieras que hacerlo lo harías, Holly. Créeme, no es ninguna proeza.
Holly miró a su hermana e imitó su tono de voz.
– Sí, y si tu marido muriera, también lo sobrellevarías. Tampoco es una proeza. No tienes opción.
Ambas se miraron a los ojos, conscientes de la batalla que libraba cada una de ellas.
Ciara fue la primera en hablar.
– Bueno, supongo que tú y yo nos parecemos más de lo que pensábamos. -Sonrió a su hermana y Holly la rodeó con los abrazos, estrechando su menudo cuerpo con fuerza.
– Quién iba a decirlo, ¿verdad?
Holly pensó que su hermana parecía una chiquilla, con aquellos grandes e inocentes ojos azules. Se sintió como si ambas volvieran a ser niñas, sentadas en el suelo donde solían jugar juntas durante la infancia y donde cotilleaban cuando eran adolescentes.
Se quedaron un rato sentadas en silencio, escuchando los ruidos del exterior.
– ¿Ibas a echarme una bronca por algo hace un rato? -preguntó Ciara con tono aún más infantil.
Holly no pudo evitar reír al ver que su hermana intentaba aprovecharse de la situación.
– No, olvídalo, era una tontería -aseguró Holly, mirando el cielo por la ventana.
Al otro lado de la puerta Declan se pasó la mano por la frente y suspiró aliviado, se había librado de una buena. Regresó de puntillas a su habitación y saltó a la cama. Quienquiera que fuese Mathew, le debía una. Su móvil pitó indicando un mensaje y Declan frunció el entrecejo al leerlo. ¿Quién diablos era Sandra? Por fin una pícara sonrisa le iluminó el rostro al recordar la noche anterior.