Reinaba un silencio absoluto en el club mientras todos los presentes miraban fijamente la pantalla con expectación. Holly aguantaba la respiración, nerviosa al pensar en lo que iba a aparecer a continuación. Quizá les recordaría a las chicas con exactitud lo que todas ellas habían conseguido olvidar tan convenientemente acerca de aquella noche. La verdad la aterrorizaba. Al fin y al cabo, se habían emborrachado hasta el punto de olvidar por completo los acontecimientos de la velada. A no ser que alguien estuviera mintiendo, en cuyo caso aún deberían estar más nerviosas. Holly echó un vistazo a las chicas. Todas se estaban mordiendo las uñas. Holly cruzó los dedos.
Un nuevo título apareció en pantalla: «Los regalos».
«Abre el mío primero», vociferó Ciara desde el televisor, entregando su regalo a Holly y erfipujando a Sharon en el sofá hasta tirarla al suelo. En el club todos se echaron a reír al ver a Abbey arrastrando a una horrorizada Sharon por los pies. Ciara se apartó de Daniel y fue a reunirse con el resto de las chicas en busca de seguridad. Todos soltaron exclamaciones mientras los regalos de Holly iban apareciendo uno tras otro. A Holly se le hizo un nudo en la garganta cuando la cámara realizó un zoom sobre las dos fotografías encima en la repisa de la chimenea mientras hacían el brindis de Sharon.
De pronto un nuevo título ocupó la pantalla, «Viaje a la ciudad», y aparecieron las chicas peleando para subir al taxi de siete plazas. Era evidente que ya iban muy entonadas. Holly quedó impresionada, pues creía que en esa etapa aún estaban bastante sobrias.
– «Oh, John -se lamentaba Holly al taxista, arrastrando las palabras-. Hoy cumplo treinta años. ¿Puedes creerlo?»
John el taxista, a quien no podía importarle menos la edad que tuviera, le echó un vistazo y rió.
«Te aseguro que sigues siendo una muchachita, Holly», dijo con voz grave y seria. La cámara se aproximó al rostro de Holly, y ésta se encogió al verse a sí misma en la pantalla. Parecía muy borracha y triste.
«Pero ¿qué voy a hacer, John? -insistió Holly-. ¡Cumplo treinta años! ¡No tengo trabajo ni marido ni hijos y cumplo treinta años! ¿Ya te lo había dicho?», preguntó, inclinándose hacia él. Detrás de ella Sharon soltó una carcajada. Holly le dio un golpe.
De fondo se oía a las chicas hablar a la vez, muy excitadas. En realidad ninguna parecía escuchar a las demás; costaba seguir el hilo de alguna conversación coherente.
«Venga, pásalo bien esta noche, Holly. No te dejes atrapar por emociones tontas el día de tu cumpleaños. Preocúpate de toda esa mierda mañana, encanto.» John parecía tan atento que Holly tomó nota de llamarlo para darle las gracias.
La cámara se quedó con Holly mientras ésta apoyaba la cabeza contra la ventanilla y guardaba silencio, sumida en sus pensamientos durante el resto del viaje. No le gustó verse así. Avergonzada, echó un vistazo a la sala y se cruzó con la mirada de Daniel, que le hizo un guiño de aliento. Se dijo que todos debían de estar pensando lo mismo. Le sonrió débilmente y se volvió de nuevo hacia la pantalla, justo a tiempo para verse gritando a las demás en O'Connell Street.
«Muy bien, chicas. Esta noche vamos a ir a Boudoir y nadie va a impedirnos entrar, sobre todo ningún estúpido gorila que se crea el amo del lugar.» Y se dirigió resueltamente hacia la entrada, en aquel momento pensando que en línea recta. Las demás aclamaron la decisión y fueron tras ella.
La escena siguiente mostraba a los dos gorilas que custodiaban la puerta del Boudoir negando con la cabeza.
«Esta noche, no, chicas. Lo siento», dijo uno de los tipos, que lucía bigote.
La familia de Holly no podía parar de reír.
«Pero es que no lo entienden -dijo Denise con voz serena-. ¿Saben quiénes somos?»
«No», contestaron ambos porteros y miraron por encima de sus cabezas, ignorándolas.
«¡Vaya! -Denise puso los brazos en jarras y señaló a Holly-. Pues ella es la archiconocida y famosa… princesa Holly, de la casa real de… Finlandia.» Holly puso ceño a Denise y miró a la cámara. Su familia volvió a estallar en carcajadas.
– Imposible escribir un guión mejor que esto -dijo Declan entre risas. «Oh, ¿pertenece a la realeza?» El portero con bigote sonrió con suficiencia. «Por supuesto», aseguró Denise muy seria.
«¿Finlandia tiene familia real, Paul?», preguntó el Bigotes a Paul. «Creo que no, jefe», fue la respuesta de Paul.
Holly se ajustó la diadema torcida en la cabeza y los saludó con un gesto mayestático.
«¿Lo ven? -dijo Denise, satisfecha-. Van a encontrarse en una situación muy embarazosa si no la dejan entrar.»
«Suponiendo que la dejemos entrar, usted tendrá que aguardar fuera», dijo el Bigotes mientras hacía una seña a la gente que tenían detrás para que entrara en el club. Holly les repitió el saludo.
«Ah, no, no, no, no. -Denise rió, y luego agregó-: No lo entienden. Yo soy su… dama de honor, de modo que no puedo separarme de ella ni un instante.»
«En ese caso no le importará hacerle el honor de aguardar a que salga cuando llegue la hora de cierre», dijo Paul con una sonrisa socarrona.
Tom, Jack y John se echaron a reír, mientras que Denise se hundió aún más en el asiento.
Finalmente Holly habló.
«Oh, nos debemos tomar una copa. Nos estamos espantosamente sedienta.» Paul y el Bigotes bufaron y procuraron reprimir la risa mientras seguían mirando por encima de las cabezas de las chicas.
«No, de verdad, chicas. Esta noche no, hay que ser miembro.»
«¡Pero yo soy miembro de la familia real! -exclamó Holly con severidad-. ¡Que os corten la cabeza!», ordenó señalándolos.
Denise se apresuró a bajar por la fuerza el brazo de Holly.
«Caballeros, ahora en serio, la princesa y yo no vamos a causarles ningún problema, sólo pretendemos tomar unas copas», suplicó.
El Bigotes las miró y luego levantó la vista al cielo. «De acuerdo, adelante», dijo haciéndose a un lado. «Dios le bendiga», dijo Holly, haciéndole la señal de la cruz al pasar.
«¿En qué quedamos, es princesa o sacerdote?», ironizó Paul mientras Holly entraba en el club.
«Está como una cuba -añadió el Bigotes-, pero es la mejor excusa que he oído desde que me dedico a esto.» Y ambos rieron por lo bajo. Recobraron la compostura en cuanto Ciara y su corte se aproximaron a la puerta.
«¿Hay algún inconveniente en que mi equipo de rodaje entre conmigo?», preguntó Ciara con un logradísimo acento australiano.
«Espere un momento. Tengo que consultarlo con el encargado. -Paul se volvió y habló por el walkie-talkie-. No hay problema, adelante», dijo, sosteniendo la puerta abierta para que pasara.
«Es esa cantante australiana, ¿verdad?», dijo el Bigotes a Paul. «Sí. Me gusta esa canción.»
«Di a los chicos de dentro que no pierdan de vista a la princesa y su dama -dijo el Bigotes-. No queremos que molesten a la cantante de pelo rosa.» El padre de Holly por poco se atragantó con su bebida al echarse a reír y Elizabeth le frotó la espalda, incapaz de contenerse a su vez.
Mientras Holly observaba la imagen del interior de Boudoir en la pantalla recordó que el club la había decepcionado. Aquel espacio mítico siempre había estado rodeado de misterio. Las chicas habían leído en una revista que había un montaje acuático al que Madonna había saltado una noche. Holly se había imaginado una enorme catarata que caía por la pared del club y que seguía fluyendo en pequeños riachuelos burbujeantes por todo el local, a cuyas orillas se sentaban fascinantes personajes que de vez en cuando sumergían su copa en la corriente para llenarla con más champán. Pero en vez de su cascada de champán, Holly se encontró con una gigantesca pecera presidiendo la barra circular y no entendió a qué venía aquello. Sus sueños se hicieron pedazos. La sala tampoco era tan grande como había pensado, y estaba decorada con opulentos rojos y dorados. En el extremo opuesto a la entrada había una enorme cortina dorada que dividía el local y que estaba protegida por otro gorila de aspecto amenazador.
En la parte más alta la principal atracción consistía en una gran cama de matrimonio dispuesta encima de una plataforma inclinada hacia el resto del club. Sobre las sábanas doradas de seda había dos modelos muy flacas con el cuerpo embadurnado de pintura dorada y unos tangas minúsculos también dorados. El efecto general era más bien chabacano.
«¡Mira el tamaño de esos tangas! -exclamó Denise, indignada-. La tirita que llevo en el meñique es más grande.»
junto a ella en el Club Diva, Tom rió entre dientes y comenzó a mordisquear el meñique de Denise. Holly apartó la vista y volvió a mirar hacia la pantalla.
«Buenas noches y bienvenidos al informativo de las doce, soy Sharon McCarthy.»
Sharon estaba delante de la cámara agarrando una botella a modo de micrófono y Declan había situado la cámara de modo que en el encuadre apareciera el locutor de informativos más famoso de Irlanda.
«En el día del cumpleaños de la princesa Holly de Finlandia, su alteza y su dama de honor finalmente han conseguido que les franquearan el acceso al famoso nido de celebridades Boudoir. Entre los asistentes también está presente Ciara, la estrella emergente del rock australiano, con su equipo de rodaje y… -Se llevó un dedo a la oreja como si estuviera recibiendo más información-. Tenemos una noticia de última hora. Al parecer el locutor de informativos favorito de Irlanda, Tony Walsh, ha sido visto sonriendo hace unos instantes. Tengo aquí a mi lado a una de las testigos del hecho. Bienvenida, Denise. -Denise posó seductoramente ante la cámara-. Cuéntanos, Denise, ¿dónde estabas cuando ese suceso se ha producido?»