Los días siguientes a su regreso de Lanzarote, Holly trató de no llamar la atención. Tanto a ella como a Denise y Sharon les apetecía pasar una temporadita sin verse. No era algo que hubiesen acordado, pero después de pasar juntas una semana entera Holly estaba convencida de que sus amigas coincidirían en que sería saludable desconectar un poco. Era imposible dar con Ciara, pues cuando no estaba trabajando duro en el club de Daniel estaba por ahí con Mathew. Jack estaba pasando sus últimas semanas de asueto veraniego en Cork, instalado en casa de los padres de Abbey antes de regresar al colegio, y Declan estaba… Bueno, ¿quién sabía dónde estaba Declan?
Ahora que volvía a estar en casa no se sentía exactamente aburrida de la vida pero tampoco rebosante de alegría. Su vida le parecía… vacía y sin sentido. Las vacaciones le habían servido de meta, pero ahora no acababa de ver ningún motivo de peso para levantarse de la cama por la mañana. Y puesto que estaba tomándose un descanso de las amigas, lo cierto era que no tenía con quién hablar. Sólo le quedaba la conversación que pudiera mantener con sus padres. Comparado con el calor sofocante de Lanzarote, el tiempo en Dublín era húmedo y feo, lo que significaba que ni siquiera podía dedicarse a mantener su hermoso bronceado ni a disfrutar de su nuevo jardín trasero.
Algunos días ni siquiera se levantaba de la cama, conformándose con ver la televisión y aguardar… Aguardaba el próximo sobre de Gerry, preguntándose en qué viaje la embarcaría esta vez. Sabía que sus amigas no aprobarían aquella actitud después de haberse mostrado tan positiva durante las vacaciones, pero cuando Gerry estaba vivo ella vivía para él y ahora que se había ido vivía para sus mensajes. Todo giraba en torno a él. Creía sinceramente que su sino había sido conocer a Gerry y disfrutar del privilegio de estar juntos hasta el fin de sus días. ¿Cuál era su destino ahora? Sin duda tendría alguno, a no ser que en las alturas hubiesen cometido un error administrativo.
Lo único que se le ocurrió que sí podía hacer era atrapar al duende. Después de interrogar de nuevo a los vecinos seguía sin saber nada sobre su misterioso jardinero, e incluso comenzaba a pensar que el asunto obedecía a un lamentable error. Finalmente se convenció de que un jardinero se había confundído y había trabajado en el jardín equivocado, de modo que cada día abría el buzón esperando encontrar una factura que se negaría a pagar. Pero no llegó ninguna factura, al menos no de esa clase. De hecho, recibía montones de ellas por otros conceptos, y el dinero se había convertido en un problema. Estaba de créditos hasta las cejas, facturas de luz, facturas de teléfono, facturas de seguros… todo lo que llegaba a través de la puerta eran malditas facturas y no tenía idea de cómo iba a seguir pagándolas. Aunque tampoco le importaba demasiado: se había vuelto impermeable a los problemas irrelevantes de la vida. Sólo soñaba con imposibles.
Un buen día, Holly advirtió que el duende no había vuelto a las andadas. Sólo cuidaba del jardín cuando ella no estaba en casa. De modo que se levantó temprano y fue en coche hasta la vuelta de la esquina. Regresó a pie y se instaló en la cama, dispuesta a presenciar la aparición del jardinero misterioso. Al cabo de tres días de repetir esta estrategia, por fin dejó de llover y el sol comenzó a brillar de nuevo. Holly estaba a punto de perder la esperanza de resolver el misterio cuando de súbito oyó que alguien se aproximaba por el jardín. Saltó de la cama, asustada, sin saber qué debía hacer, a pesar de haber pasado varios días planeándolo. Espió por el alféizar de la ventana y vio a un niño de unos doce años que avanzaba por el sendero tirando de un cortacésped. Se puso el batín de Gerry aunque le iba muy holgado y corrió escaleras abajo sin importarle el aspecto que tenía.
Abrió la puerta de golpe y el niño se llevó un buen susto. Se quedó boquiabierto con el brazo paralizado, el dedo a punto de pulsar el timbre.
– ¡Ajá! -exclamó Holly, encantada-. ¡Creo que he atrapado a mi duendecillo!
El niño boqueaba como un pez en un acuario. Era evidente que no sabía qué decir. Finalmente hizo una mueca como si fuese a romper a llorar y gritó: -¡Papá!
Holly recorrió la calle con la mirada en busca del padre y decidió sonsacar al niño toda la información que pudiera antes de que llegara el adulto. -Así pues, eres tú quien ha estado trabajando en mi jardín.
Holly cruzó los brazos sobre el pecho. El niño negó enérgicamente con la cabeza y tragó saliva.
– No tienes por qué negarlo -agregó Holly con más amabilidad-, ya te he pillado. -Señaló el cortacésped con el mentón.
El niño se volvió para mirar la máquina y gritó de nuevo: -¡Papá!
El padre cerró con un portazo su furgoneta y se encaminó a la casa. -¿Qué te pasa, hijo?
Apoyó el brazo en los hombros del niño y miró a Holly como pidiendo una explicación.
Holly no iba a caer en aquella trampa.
– Le estaba preguntando a su hijo sobre el asunto que usted se trae entre manos.
– ¿Qué asunto? -inquirió el hombre, enojado.
– El de trabajar en mi jardín sin permiso, confiando en que luego le pagaré. Estoy al corriente de esta clase de cosas.
Holly puso los brazos en jarras, dispuesta a dejar claro que no iban a tomarle el pelo tan fácilmente.
El hombre se mostró confuso.
– Perdone, pero no sé de qué me está hablando, señora. Nosotros nunca hemos trabajado en su jardín.
Echó un vistazo al descuidado jardín delantero pensando que aquella mujer debía de estar loca.
– No me refiero a este jardín, sino a los arreglos de mi jardín trasero. -Sonrió y arqueó las cejas, pensando que lo había atrapado.
El hombre rió y luego dijo:
– ¿Arreglos? ¿Está loca, señora? Nosotros sólo cortamos césped. ¿Ve esto? Es una máquina cortacésped, nada más. Lo único que hace es cortar el puñetero césped.
Holly bajó las manos de las caderas y poco a poco las metió en los bolsillos del batín. Quizás estuvieran diciendo la verdad.
– ¿Seguro que nunca ha estado antes en mi jardín? -preguntó entornando los ojos.
– Señora, ni siquiera he trabajado en esta calle hasta ahora, y mucho menos en su jardín, y le aseguro que no pienso hacerlo en el futuro.
– Pero yo pensaba… -musitó Holly.
– Me importa un bledo lo que pensara -la interrumpió el hombre-. En adelante, procure tener las cosas más claras antes de aterrorizar a mi hijo. Holly miró al niño y vio que tenía los ojos llenos de lágrimas. Se tapó la boca con las manos, avergonzada.
– Lo siento mucho -se disculpó-. Espere un momento.
Corrió al interior de la casa para coger el bolso y metió su último billete de cinco en la mano rolliza del niño, a quien se le iluminó el semblante. -Muy bien, vámonos -dijo su padre, cogiendo a su hijo por los hombros antes de marcharse por el sendero.
– Papá, no quiero volver a hacer este trabajo -se quejó el niño mientras,e dirigían a la casa de al lado.
– Bah, no te preocupes, hijo. No te encontrarás con muchas locas como la de la bata.
Holly cerró la puerta y observó la imagen que le devolvía el espejo. Aquel hombre tenía razón, parecía una loca. Ahora sólo le faltaba tener la casa llena de gatos. El timbre del teléfono hizo que Holly apartara la vista del espejo. Diga?
– ¡Hola! ¿Cómo estás? -preguntó Denise con voz alegre.
– Oh, más contenta que unas pascuas -contestó Holly con sarcasmo.
– ¡Yo también!
– ¿De verdad? ¿Y por qué estás tan contenta?
– Nada especial, sólo la vida en general.
Por supuesto, sólo la vida. La hermosa y maravillosa vida. Vaya pregunta más tonta.
– ¿Y qué hay de nuevo? -preguntó Holly.
– Llamaba para invitarte a cenar fuera mañana. Ya sé que es un poco precipitado, así que si estás ocupada… ¡cancela los planes que tengas!
– Espera un momento que consulto la agenda -dijo Holly sarcásticamente.
– De acuerdo -dijo Denise en serio, y guardó silencio mientras esperaba. Holly puso los ojos en blanco.
– ¡Vaya, mira por dónde! Creo que estoy libre mañana por la noche.
– ¡Qué bien! -exclamó Denise, encantada-. Hemos quedado todos en Chang's a las ocho.
– ¿Quiénes son todos?
– Irán Sharon y John y también algunos amigos de Tom. Hace siglos que no salimos juntos. ¡Será divertido!
– De acuerdo, pues hasta mañana entonces.
Holly colgó muy enojada. ¿Acaso Denise había olvidado por completo que ella seguía siendo una viuda en pleno luto y que la vida ya no le parecía nada divertida? Subió al dormitorio hecha una furia y abrió el armario ropero. ¿Qué trapo viejo y asqueroso se pondría la noche siguiente y cómo demonios se las arreglaría para pagar una cena cara? Apenas podía permitirse mantener el coche en la calle. Fue lanzando toda la ropa al otro extremo de la habitación gritando como una posesa, hasta que recobró la cordura. Quizás al día siguiente compraría esos gatos.