Holly hojeaba los periódicos para ver cuál contenía una foto de Denise y Tom el día de su boda. No ocurría cada día que el locutor más famoso de Irlanda se casara con una de las protagonistas de «Las chicas y la ciudad». Al menos eso era lo que a Denise le gustaba pensar.
– ¡Oiga! -le espetó el quiosquero gruñón-. Esto no es una biblioteca. O lo compra o lo deja.
Holly suspiró y comenzó a coger un ejemplar de cada periódico como la otra vez. Tuvo que hacer dos viajes hasta el mostrador debido al peso de los diarios y al hombre ni siquiera se le ocurrió echarle una mano. Tampoco es que ella hubiese aceptado gustosa su ayuda. Una vez más, se formó una cola frente a la caja. Holly sonrió y se tomó su tiempo. La culpa era de él, si le hubiese permitido hojear los periódicos no lo habría retenido. Fue hasta el principio de la cola con el último lote de diarios y comenzó a añadir tabletas de chocolate y paquetes de caramelos al montón.
– Ah, y también necesitaré una bolsa, por favor. -Pestañeó afectadamente y sonrió con dulzura.
El hombre la miró por encima de la montura de sus gafas como si fuese una colegiala traviesa.
– ¡Mark! -gritó enojado.
El adolescente de los granos surgió de un pasillo con la máquina de etiquetar igual que la otra vez.
– Abre la otra caja, hijo -le ordenó su padre, y Mark se encaminó hacia la caja.
La mitad de la cola que había detrás de Holly pasó a la otra caja. -Gracias.
Holly sonrió y se dirigió a la puerta. Justo cuando iba a tirar de ella alguien la empujó desde el exterior, haciendo que sus compras cayeran al suelo otra vez.
– Lo siento mucho-dijo el hombre, agachándose para ayudarla.
– No pasa nada -contestó Holly educadamente. Procuró no volverse para no ver la mirada burlona del quiosquero que notaba en el cogote.
– ¡Vaya, eres tú! ¡La adicta al chocolate! -exclamó la voz, y Holle levantó la vista, sorprendida.
Era el cliente simpático de peculiares ojos verdes que la había ayudado en la ocasión anterior.
Holle rió.
– Volvemos a encontrarnos.
– Te llamas Holly,;verdad? -preguntó él, entregándole unas tabletas de chocolate de tamaño familiar.
– En efecto. Y tú Rob, ¿no? -contestó Holle.
– Tienes buena memoria -dijo Rob, sonriendo. -Igual que tú.
Volvió a meterlo todo en la bolsa, sumida en sus pensamientos, y se puso de pie.
– Bueno, seguro que no tardaré en tropezarme de nuevo contigo. Rob sonrió y se dirigió a la cola.
Holle se quedó mirándolo como si estuviera en las nubes. Finalmente se aproximó a él.
– Rob,,hay alguna posibilidad de que te apetezca ir a tomar ese café hoy? Si no puedes, no pasa nada… -Se mordió el labio.
Rob sonrió y miró con inquietud el anillo de Holly.
– Oh, no debes preocuparte por esto -dijo mostrando la mano-. Ahora sólo representa toda una vida de recuerdos felices.
Rob asintió con la cabeza. -Pues en ese caso, encantado. Cruzaron la calle y se dirigieron a la Greasy Spoon.
– Por cierto, perdona que saliera huyendo la última vez -se disculpó, mirándola a los ojos.
– No te preocupes. Yo suelo escaparme por la ventana del lavabo después de la primera copa -bromeó Holly. Rob rió de buena gana.
Holly sonrió mientras se sentaba a la mesa y aguardaba a que él regresara con los cafés. Parecía un tipo agradable. Se retrepó en el asiento v miró por la ventana al frío día de enero. El viento agitaba con violencia los árboles. Pensó en lo que había aprendido, en quién era antes y en quién se había convertido. Era una mujer que había recibido consejo de un hombre al que amaba, que lo había seguido y se había esforzado al máximo para curar sus heridas. Ahora tenía un trabajo que le encantaba y se sentía segura de sí misma para alcanzar lo que se propusiera.
Era una mujer que cometía errores, que a veces lloraba un lunes por la mañana o por la noche en la cama. Era una mujer que a menudo se aburría de su vida y le costaba mucho levantarse para ir a trabajar. Era una mujer que con frecuencia tenía un mal día, se miraba al espejo y se preguntaba por qué no iba más a menudo al gimnasio. Era una mujer que a veces detestaba su empleo ~se cuestionaba por qué razón tenía que vivir en este planeta. Era, en fin, una mujer que a veces entendía mal las cosas.
Por otra parte, también era una mujer con un millón de recuerdos felices, que conocía el significado del amor verdadero y que estaba dispuesta a gozar de la vida, del amor y a crear nuevos recuerdos. Tanto si tardaba diez meses como diez años, Holly obedecería el mensaje final de Gerry. Fuera lo que fuese lo que le aguardaba, sabía que abriría su corazón y lo seguiría allí donde éste la llevara.
Mientras tanto, simplemente viviría.