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CAPÍTULO 31

Holly sostuvo con fuerza el pequeño sobre con ambas manos y echó un vistazo al reloj de la pared de la cocina. Eran las doce y cuarto. Normalmente Sharon y Denise ya la habrían llamado para entonces, expectantes por enterarse del contenido del sobre. Pero de momento ninguna de las dos había dado señales de vida. Al parecer la noticia de un compromiso y un embarazo había vencido a la de un mensaje de Gerry. Holly se despreció por estar tan amargada. Deseaba alegrarse por sus amigas, estar de nuevo en el restaurante celebrando las buenas noticias con ellas, tal como hubiese hecho la Holly de antes. Pero no tenía fuerzas ni para sonreír.

De hecho, estaba celosa de su buena suerte y se sentía enojada con las dos por seguir adelante sin ella. Incluso en compañía de amigos, en una habitación con mil personas, se sentiría sola. Sin embargo, nada parecido a la soledad que sentía cuando vagaba por las habitaciones de su casa silenciosa.

No recordaba la última vez que había sido verdaderamente feliz, la última vez que alguien o algo la había hecho reír hasta que le dolieran la barriga y la mandíbula. Echaba de menos acostarse por la noche sin tener nada en la cabeza, echaba de menos disfrutar de la comida en lugar de ingerirla para mantenerse con vida, odiaba los retortijones de estómago cada vez que se acordaba de Gerry. Anhelaba disfrutar viendo sus programas favoritos de televisión en lugar de mirarlos sin prestar atención sólo para matar el tiempo. Detestaba sentir que no tenía ningún motivo para despertarse por la mañana. Odiaba la sensación de no estar ilusionada ni tener ganas de hacer nada. Añoraba sentirse amada, saber que Gerry la miraba mientras veía la televisión o cenaba. Deseaba sentir de nuevo su mirada al entrar en una habitación; echaba de menos sus caricias, sus abrazos, sus consejos, sus palabras de amor.

Detestaba contar los días que faltaban para leer el siguiente mensaje de Gerry porque éstos eran lo único que él le había dejado y, después de aquél, sólo quedarían otros tres. Odiaba pensar cómo sería su vida cuando ya no hubiera más Gerry Los recuerdos estaban muy bien, pero no podías tocarlos, olerlos ni abrazarlos. Nunca eran exactamente como había sido el momento recordado y se desvanecían con el tiempo.

Así que maldijo en silencio a Sharon.y Denise, que disfrutaran cuanto quisieran de sus vidas felices, pero durante los próximos meses todo cuanto ella tenía era a Gerry. Se enjugó una lágrima del rostro (las lágrimas se habían convertido en un rasgo muy habitual en su rostro durante los últimos meses) y poco a poco abrió el séptimo sobre.

Apunta a la Luna y, si fallas, al menos estarás entre las estrellas. ¡Prométeme que esta vez buscarás un trabajo que te guste! Posdata: te amo…

Holly leyó y releyó la carta, intentando descubrir qué sentimientos le provocaba. Llevaba mucho tiempo asustada ante la idea de tener que volver a trabajar, mucho tiempo creyendo que no estaba preparada para seguir adelante, que era demasiado pronto. Pero había llegado el momento. Y si Gerry decía que tenía que ser, sería. Holly sonrió.

– Te lo prometo, Gerry-dijo contenta.

En fin, no eran unas vacaciones en Lanzarote, pero sí un paso adelante para volver a encarrilar su vida. Estudió la caligrafía de Gerry un buen rato después de leer el mensaje, como siempre hacía, y cuando estuvo convencida de haber analizado cada palabra, corrió al cajón de la cocina, sacó un bloc y un bolígrafo y comenzó a redactar una lista de posibles empleos.

LISTA DE EMPLEOS POSIBLES

1. Agente del FBI – No soy estadounidense. No quiero vivir en Estados Unidos. No tengo experiencia policial.

2. Abogado – Odié la escuela. Odié estudiar. No quiero ir a la universidad diez millones de años.

3. Médico – Ughh.

4. Enfermera – Uniformes poco favorecedores.

5. Camarera – Me comería toda la comida.

6. Mirona profesional – Buena idea, pero nadie me pagaría.

7. Esteticista – Me muerdo las uñas y me depilo lo menos posible. No quiero ver según qué partes ajenas.

8. Peluquera – No me gustaría tener un jefe como Leo.

9. Dependienta – No me gustaría tener una jefa como Denise.

10. Secretaria – NUNCA MÁS.

11. Periodista – No se vastante cartografía. Ja, ja, debería ser cómica.

12. Cómica – Releer el chiste anterior. No tiene gracia.

13. Actriz – No lograría superar mi maravillosa actuación en la aclamada producción «Las chicas y la ciudad».

14. Modelo – Demasiado baja, demasiado gorda, demasiado vieja.

15. Cantante – Revisar la idea de cómica (número 12).

16. Mujer emprendedora dueña de su vida – Hmm… Debo comenzar a buscar mañana…

Holly por fin cayó rendida en la cama a las tres de la madrugada y soñó que era un as de la publicidad realizando una presentación ante una interminable mesa de reuniones en el último piso de un rascacielos que dominaba Grafton Street. Bueno, Gerry había dicho que apuntara a la Luna… Aquella mañana, despertó temprano entusiasmada con sus sueños de éxito, se duchó deprisa, se arregló y fue caminando hasta la biblioteca del barrio para buscar empleos en Internet.

Sus tacones hacían mucho ruido en el suelo de madera mientras cruzaba la sala hasta el mostrador de la bibliotecaria, lo que provocó que varias personas levantaran la vista de su libro para mirarla. Siguió taconeando a través de la enorme sala, y se sonrojó al darse cuenta de que todo el mundo estaba mirándola. Aminoró el paso de inmediato y comenzó a caminar de puntillas para no llamar tanto la atención. Se sintió como uno de esos personajes de los dibujos animados de la tele que exageraban mucho el gesto de caminar de puntillas y se ruborizó aún más al darse cuenta de que debía de parecer tonta de remate. Dos escolares vestidos de uniforme, que sin duda estaban haciendo novillos, rieron por lo bajo cuando pasó junto a su mesa. Por fin dejó de caminar de aquella forma tan extraña y se detuvo a medio camino entre la puerta y el mostrador de la bibliotecaria, sin saber qué hacer a continuación. -iShhh!

La bibliotecaria miró con acritud a los escolares. Más gente levantó la vista de su libro para observar a la mujer que estaba de pie en medio de la sala. Holly decidió seguir caminando y aligeró el paso. Sus tacones sonaban fuerte en el suelo y la bóveda de la sala devolvía un eco cada vez más frecuente mientras corría hacia el mostrador para poner fin a aquella humillación.

La bibliotecaria alzó la mirada y sonrió fingiendo sorprenderse de ver a alguien delante del mostrador, como si no hubiese oído a Holly cruzar toda la sala.

– Hola -susurró Holly muy bajo-. Quisiera saber si puedo hacer una consulta en Internet.

– ¿Perdón?

La bibliotecaria habló normalmente y acercó la cabeza a Holly para oírla mejor.

– Oh. -Holly carraspeó, preguntándose qué había sido de la vieja costumbre de susurrar en las bibliotecas-. Quisiera saber si puedo hacer una consulta en Internet.

– Por supuesto, los ordenadores están allí -dijo la bibliotecaria con una sonrisa, señalando hacia la hilera de ordenadores del otro extremo de la sala-. Son cinco euros por cada veinte minutos de conexión.

Holly le entregó sus últimos diez euros. Era todo lo que había conseguido sacar de su cuenta aquella mañana. Había formado una larga cola detrás de ella en el cajero automático mientras iba reduciendo la cifra solicitada de cien euros a diez, dado que el cajero rechazaba cada intento con un bochornoso pitido para hacerle saber que no disponía de suficiente saldo. Se había resistido a creer que aquello fuese todo cuanto le quedaba, pero el incidente le dio una razón más para ponerse a buscar trabajo de inmediato.

– No, no -dijo la bibliotecaria, devolviéndole el dinero-, puede pagar cuando termine.

Holly observó la distancia que la separaba de los ordenadores. Tendría que volver a hacer ruido para llegar hasta allí. Respiró hondo y avanzó con aire resuelto, pasando filas y más filas de mesas. Faltó poco para que se echara a reír al ver a tanta gente mirándola, eran como fichas de dominó que iban levantando la cabeza para observarla a medida que avanzaba por el pasillo. Finalmente llegó a los ordenadores y resultó que no había ninguno libre. Se sintió como si acabara de perder en el juego de la silla y todos se estuvieran riendo de ella. Aquello comenzaba a ser ridículo. Levantó las manos hacia los mirones como diciendo «¿Qué diablos miráis?», y acto seguido todos enterraron la cabeza en sus libros otra vez.

Holly aguardó de pie entre las filas de mesas y los ordenadores, tamborileando en su bolso con los dedos y mirando alrededor. Los ojos por poco se le salieron de las órbitas cuando vio a Richard teclear en uno de los ordenadores. Fue de puntillas hasta él y le tocó el hombro. Richard dio un respingo y giró la silla.

– Hola -susurró Holly.

– Ah, hola, Holly. ¿Qué estas haciendo aquí?-preguntó un tanto incómodo, como si lo hubiese sorprendido haciendo algo que no debía.

– Espero que quede libre un ordenador -contestó Holly-. Por fin me he decidido a buscar trabajo -agregó orgullosa. Hasta el mero hecho de decirlo hacía que se sintiera menos como un vegetal.

– Muy bien. -Richard se volvió hacia el ordenador y apagó la pantalla-. Puedes usar éste.

– ¡No, no tengas prisa por mí! -se apresuró a decir Holly.

– Es todo tuyo. Sólo estaba haciendo unas consultas para el trabajo. Se levantó y se hizo a un lado para que Holly se sentara.

– ¿Tan lejos? -preguntó sorprendida-. ¿No tienen ordenadores en Blackrock? -bromeó. No sabía con exactitud qué hacía Richard para ganarse la vida y le pareció que sería una grosería preguntárselo ahora, dado que llevaba más de diez años en la misma empresa. Sabía que tenía algo que ver con llevar una bata blanca y deambular por un laboratorio vertiendo sustancias de colores en tubos de ensayo. Ella y Jack siempre habían dicho que estaba preparando una poción secreta para erradicar la felicidad de la faz de la Tierra. Ahora se sintió mal por haber dicho aquello. Si bien no concebía estar verdaderamente unida a Ríchard, ya que quizá siempre acabaría sacándola de quicio, estaba comenzando a reparar en sus buenas cualidades. Como cederle su sitio en el ordenador de la biblioteca, por ejemplo.

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