Литмир - Электронная Библиотека

– Mi trabajo me lleva de un lado a otro -bromeó Richard con torpeza.

– iShhh! -dijo la bibliotecaria, haciéndose oír.

El público de Holly volvió a levantar la vista de sus libros. Vaya, así que ahora sí que tenía que susurrar, pensó Holly, enojada.

Richard se despidió deprisa, se dirigió al mostrador para pagar y salió sigilosamente de la sala.

Holly se sentó delante del ordenador y el hombre que tenía al lado le dedicó una extraña sonrisa. Ella le sonrió a su vez y echó un vistazo entrometido a su pantalla. Apartó la mirada en el acto y casi le vino una arcada al ver una imagen porno. El sujeto siguió mirándola fijamente con su horrible sonrisa, pese a que Holly no le hizo ningún caso y se enfrascó en su búsqueda de empleo. Cuarenta minutos después apagó el ordenador la mar de contenta, fue hasta la bibliotecaria y puso el dinero encima del mostrador. La mujer tecleó en su ordenador sin prestar atención al billete.

– Son quince euros, por favor. Holly tragó saliva, mirando el billete. -Creía que había dicho que eran cinco por cada veinte minutos. -Y así es -contestó la bibliotecaria, sonriendo.

– Pero si sólo he estado conectada cuarenta minutos.

– En realidad ha estado cuarenta y cuatro minutos, con lo cual entra en la siguiente fracción de veinte minutos -replicó la bibliotecaria, consultando el ordenador.

Holly soltó una risita nerviosa.

– Sólo son unos minutos de más. No puede decirse que valgan cinco euros.

La bibliotecaria siguió sonriendo impertérrita.

– ¿Espera que los pague? -preguntó Holly, sorprendida.

– Sí, es la tarifa.

Holly bajó la voz y acercó la cabeza a la mujer.

– Mire, esto es muy bochornoso, pero lo cierto es que sólo llevo diez euros encima. ¿Tendría inconveniente en que volviera más tarde con el resto?

La bibliotecaria negó con la cabeza.

– Lo siento, pero no puedo permitirlo. Tiene que pagar la suma entera.

– Pero es que no tengo la suma entera -protestó Holly.

La mujer permaneció impávida.

– Muy bien -vociferó Holly, sacando el móvil del bolso.

– Lo siento, pero no puede usar eso aquí dentro -dijo la bibliotecaria, y señaló el cartel que prohibía el uso de móviles.

Holly levantó la vista hacia ella y contó mentalmente hasta diez.

– Si no me permite usar el teléfono, está claro que no puedo llamar a nadie para que me ayude. Si no puedo llamar a nadie, es imposible que me traigan el dinero que falta. Si no me traen el dinero que falta, está claro que no puedo pagar. De modo que tenemos un pequeño problema, ¿no le parece? -concluyó alzando la voz.

La bibliotecaria se revolvió nerviosa en el asiento. -¿Puedo salir fuera a llamar por teléfono?

La mujer meditó aquel dilema.

– Bueno, normalmente no permitimos que nadie salga del recinto sin pagar, pero supongo que puedo hacer una excepción. -Sonrió y se apresuró a añadir-: Siempre y cuando se quede justo delante de la entrada.

– ¿Donde usted pueda verme? -inquirió Holly, sarcástica.

La bibliotecaria se puso a revolver papeles debajo del mostrador, fingiendo que seguía trabajando.

Holly se plantó delante de la puerta y pensó a quién llaman No podía llamar a Denise ni a Sharon. Aunque sin duda saldrían del trabajo en cualquier momen… to para echarle un cable, no quería que se enteraran de sus fracasos en la vida ahora que ambas eran tan dichosamente felices. Tampoco podía llamar a Ciara porque estaba haciendo el turno de día en Hogan's y, puesto que Holly ya le debía veinte euros a Daniel, no le parecía prudente pedir a su hermana que se ausentara del trabajo por culpa de cinco euros. Jack volvía a dar clases en el colegio, igual que Abbey, Declan estaba en la facultad y Richard ni siquiera era una opción.

Las lágrimas le rodaban por las mejillas mientras hacía avanzar la lista de nombres en la pantalla del móvil. La mayoría de las personas que figuraban en el teléfono no la habían llamado ni una sola vez desde que Gerry había fallecido, lo que significaba que no tenía más amigos a los que llamar. Dio la espalda a la bibliotecaria para que no la viera en aquel estado. ¿Qué podía hacer? Qué situación tan vergonzosa tener que llamar a alguien para pedirle cinco euros. Aunque aún resultaba más humillante no tener a quién llamar. Pero tenía que hacerlo o de lo contrario aquella bibliotecaria altanera probablemente avisaría a la policía. Marcó el primer número que le pasó por la cabeza.

– Hola, soy Gerry. Por favor, deja un mensaje después de la señal y te llamaré en cuanto pueda.

– Gerry -dijo Holly entre sollozos-, te necesito…

Holly estuvo un buen rato esperando frente a la puerta de la biblioteca. La bibliotecaria no le quitaba el ojo de encima por si acaso se escapaba. -Estúpida bruja -gruñó Holly.

Finalmente el coche de su madre se detuvo un momento delante de ella y Holly procuró aparentar normalidad. Ver el rostro feliz de su madre al volante mientras aparcaba el coche le trajo recuerdos de la infancia. Su madre solía recogerla en el colegio cada día y Holly siempre sentía un inmenso alivio al ver aparecer su coche para rescatarla después de un día infernal en la escuela. Siempre había detestado la escuela, bueno, al menos hasta que conoció a Gerry. A partir de entonces tuvo ganas de ir para poder sentarse a su lado y flirtear en la última fila de la clase.

Los ojos de Holly volvieron a humedecerse y Elizabeth corrió a su encuentro y abrazó a su niña.

– Oh, mi pobre Holly, ¿qué ha sucedido? -dijo tocándole el pelo, y lanzó miradas asesinas a la bibliotecaria mientras su hija le contaba lo ocurrido. -Muy bien, cariño. ¿Por qué no esperas en el coche mientras yo entro a resolver esto?

Holly obedeció y subió al coche, donde estuvo cambiando de emisora de radio mientras su madre se enfrentaba con la matona del colegio. -Menuda idiota -refunfuñó Elizabeth al subir al coche. Miró a su hija y la vio ensimismada-. ¿Qué tal si nos vamos a casa y nos relajamos un poco?

Holly sonrió agradecida y una lágrima rodó por su mejilla. A casa. Le gustaba cómo sonaba.

Holly se acurrucó en el sofá con su madre en la casa familiar de Portmarnock. Se sentía como si volviera a ser una adolescente. En aquellos tiempos su madre y ella solían abrazarse en el sofá para contarse todos los chismes. Ojalá ahora pudiera tener las mismas conversaciones con ella que entonces. De pronto Elizabeth irrumpió en sus pensamientos.

– Anoche te llamé a casa. ¿Dónde estabas? Tomó un sorbo de té.

Ah, las maravillas del mágico té. La respuesta a todos los pequeños problemas de la vida. Tenías un cotilleo y preparabas una taza de té, te despedían del trabajo y tomabas una taza de té, tu marido te decía que tenía un tumor cerebral y tomabas una taza de té…

– Salí a cenar con las chicas y unas cien personas más que no conocía de nada. -Holly se frotó los ojos. Estaba cansada.

– ¿Cómo están las chicas? -preguntó Elizabeth con sincero interés. Siempre se había llevado bien con las amigas de Holly, a diferencia de las de Ciara, que le daban miedo.

Holly tomó otro sorbo de té.

– Sharon está embarazada y Denise se ha comprometido -contestó con la mirada perdida.

– Oh -musitó Elizabeth sin saber cómo reaccionar ante su afligida hija-. ¿Cómo te lo has tomado? -preguntó en voz baja apartando un cabello del rostro de Holly.

Holly se miró las manos y trató de recobrar la compostura. No lo consiguió y los hombros comenzaron a temblarle mientras intentaba ocultar la cara detrás del pelo.

– Oh, Holly erijo Elizabeth apenada, dejando la taza en la mesa y acercándose a su hija-. Es normal que te sientas así.

Holly ni siquiera era capaz de articular palabra.

La puerta principal se cerró de un portazo y Ciara anunció a la casa que había llegado:

– ¡Estamos en caaaaaasa!

– Fantástico -sollozó Holly, apoyando la cabeza en el pecho de su madre. -¿Dónde está todo el mundo? -gritó Ciara, abriendo y cerrando puertas por toda la casa.

– Espera un momento, cielo -dijo Elizabeth, molesta porque le echaran a perder aquel momento de intimidad con Holly.

– ¡Traigo noticias! -La voz de Ciara sonaba más fuerte a medida que se acercaba. Mathew abrió la puerta de golpe, sosteniendo a Ciara en brazos-. ¡Mathew y yo nos vamos a Australia! -gritó radiante de felicidad. Se quedó atónita al ver a su hermana llorando abrazada a su madre. Saltó de los brazos de Mathew, lo sacó de la habitación y cerró la puerta sin hacer ruido.

– Y ahora Ciara también se va, mamá -musitó Holly desesperada, y Elizabeth lloró en silencio por su hija.

Holly siguió hablando con su madre hasta bien entrada la noche acerca de todo lo que le había pasado a lo largo de los últimos meses. Y pese a que Elizabeth le ofreció toda clase de argumentos para tranquilizarla, siguió sintiéndose tan atrapada como antes. Aquella noche, durmió en el cuarto de los huéspedes y a la mañana siguiente despertó en una casa llena de ruidos. Holly sonrió ante la familiaridad del alboroto que armaban sus hermanos vociferando que llegaban tarde a clase y al trabajo, seguido por los gruñidos de su padre metiéndoles prisa, y las amables súplicas de su madre para que no hicieran tanto ruido, ya que iban a despertar a Holly. El mundo seguía girando, era tan simple como eso, y no había ninguna burbuja lo bastante grande como para protegerla.

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