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Antes de almorzar, su padre la acompañó a casa y le entregó un cheque por valor de cinco mil euros.

– Oh, papá, no puedo aceptarlo -dijo Holly, abrumada por la emoción. -Cógelo -insistió apartándole la mano con suavidad-. Deja que te ayudemos, cielo.

– Os devolveré hasta el último céntimo -dijo Holly, abrazándolo con fuerza.

Holly se detuvo en la puerta, despidió a su padre con la mano y se quedó mirando cómo se alejaba calle abajo. Bajó la vista al cheque y fue como si le quitaran un gran peso de encima. Se le ocurrieron más de veinte cosas que hacer con aquel dinero y, por una vez, ninguna de ellas fue ir a comprar ropa. Al dirigirse a la cocina, advirtió que la luz roja del contestador parpadeaba en la mesa de la entrada. Se sentó al pie de la escalera y pulsó el botón.

Tenía cinco mensajes.

Uno era de Sharon, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. El segundo era de Denise, que llamaba para ver si estaba bien puesto que no había sabido de ella en todo el día. Era evidente que habían hablado entre sí. El tercero era de Sharon, el cuarto de Denise y el quinto de alguien que había colgado. Holly pulsó el botón de borrar y subió al dormitorio para cambiarse de ropa. Todavía no estaba preparada para hablar con Sharon y Denise; antes tenía que poner su vida en orden si quería servirles de apoyo.

Se sentó delante del ordenador en el cuarto habilitado como estudio y comenzó a redactar un currículo. Se había convertido en toda una profesional de aquella tarea, ya que cambiaba de empleo con mucha frecuencia. No obstante, hacía tiempo que no había tenido que preocuparse por hacer entrevistas. Y si conseguía una entrevista, ¿quién querría contratar a una persona que llevaba un año entero sin trabajar?

Tardó dos horas en lograr imprimir algo que considerase medianamente aceptable. En realidad estaba muy satisfecha, pues se las había ingeniado para parecer inteligente y con experiencia. Soltó una carcajada con la esperanza de enredar a sus futuros patronos para que creyeran que era una trabajadora capacitada. Al releer el currículo decidió que hasta ella se contrataría a sí misma. Se puso ropa formal y fue al centro del barrio en el coche cuyo depósito por fin había llenado. Aparcó delante de la oficina de empleo y se pintó los labios mirándose en el retrovisor. No había más tiempo que perder. Si Gerry decía que buscara trabajo, ella iba a encontrar uno.

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