Cuando finalmente Holly llegó a su casa, saludó con la mano a Sharon y Denise, que estaban sentadas en el muro del jardín tomando el sol. En cuanto la vieron, se pusieron de pie de un salto y corrieron a su encuentro.
– Veo que os habéis dado prisa en venir -dijo Holly, procurando imprimir energía a su voz. Se sentía exhausta y no estaba de humor para explicárselo todo a las chicas en aquel momento aunque sabía que tendría que hacerlo.
– Sharon salió del trabajo poco después de que la llamaras y pasó por el centro a recogerme -explicó Denise, estudiando el rostro de Holly e intentando formarse un juicio sobre la gravedad de la situación.
– Tampoco había para tanto -replicó Holly, mientras metía la llave en la cerradura.
– Oye, ¿has estado trabajando en el jardín? -preguntó Sharon, mirando alrededor e intentando suavizar la tensión.
– No. Creo que ha sido mi vecino.
Holly sacó la llave de la cerradura y buscó la correcta entre el resto del manojo.
– ¿Crees? -preguntó Denise para que no decayera la conversación mientras Holly forcejeaba con otra llave.
– Bueno, si no es mi vecino, será el duende que vive en el fondo del jardín -espetó Holly, frustrada con las llaves. Denise y Sharon se miraron, preguntándose qué hacer. Se hicieron señas para no decir nada, ya que era evidente que Holly estaba nerviosa e incluso le costaba trabajo recordar cuál era la llave que abría la puerta de su casa-. ¡Joder! -gritó Holly, y tiró las llaves al suelo. Denise dio un salto hacia atrás, evitando justo a tiempo que el pesado manojo le diera en el tobillo. Sharon recogió las llaves.
– Vamos, cielo, no te pongas así -dijo con desenfado-. A mí me pasa continuamente. Te juro que las malditas llaves cambian de sitio adrede en el llavero sólo para fastidiar.
Holly se obligó a sonreír, agradecida de que alguien cogiera las riendas por un rato. Sharon fue probando las llaves sin prisa, hablándole con calma y voz alegre como si estuviese dirigiéndose a una niña. Por fin la puerta se abrió y Holly entró corriendo para desconectar la alarma. Afortunadamente se acordaba del número: el año en que conoció a Gerry y el año en que se casaron.
– Bien, ¿por qué no os ponéis cómodas en la sala? Yo vuelvo dentro de un momento.
Sharon y Denise obedecieron sin rechistar mientras Holly iba al cuarto de baño a refrescarse la cara. Necesitaba librarse de aquel sopor, recuperar el control de su cuerpo y entusiasmarse con las vacaciones, tal como Gerry hubiese esperado. Cuando se sintió un poco más viva, se reunió con ellas en la sala de estar.
Acercó el escabel al sofá y se sentó delante de sus amigas.
– Venga, esta vez no me haré la remolona. Hoy he abierto el sobre de julio y esto es lo que ponía.
Hurgó en el bolso en busca de la tarjeta que había estado pegada al folleto y se la pasó a las chicas. Rezaba así:
¡Felices vacaciones! Posdata: te amo…
– ¿Ya está? -Denise arrugó la nariz, un tanto decepcionada. Sharon le dio un codazo en las costillas-. ¡Au!
– Bueno, Holly, a mí me parece una nota encantadora -mintió Sharon-. Es todo un detalle.
Holly no pudo reprimir una risita. Sabía que Sharon estaba mintiendo porque siempre arrugaba la nariz cuando no decía la verdad.
– ¡No, tonta! -exclamó Holly, arrojándole un cojín a la cabeza. Sharon se echó a reír.
– Menos mal, porque por un momento estaba empezando a preocuparme.
– Ay, Sharon, ¡siempre eres tan positiva que a veces me sacas de quicio! -bromeó Holly-. Esto también estaba dentro del sobre.
Les pasó la página arrancada del folleto.
Holly observó con aire divertido mientras sus amigas intentaban descifrar la caligrafía de Gerry. Finalmente Denise se tapó la boca con una mano. -¡Oh, Dios mío! -musitó, sentándose en el borde del sofá.
– ¿Qué, qué, qué? -inquirió Sharon, inclinándose hacia delante con expresión expectante-. ¿Es que Gerry te reservó unas vacaciones?
– No. -Holly negó muy seria con la cabeza.
– ¡Oh!
Decepcionadas, Sharop y Denise se apoyaron contra el respaldo del sofá. Holly dejó que se produjera un silencio incómodo entre ellas antes de volver a hablar.
– Chicas -dijo mientras una sonrisa le iluminaba el rostro-, ¡Gerry nos reservó unas vacaciones!
Abrieron una botella de vino.
– ¡Esto es increíble! -exclamó Denise cuando hubo asimilado la noticia-. Gerry es un encanto.
Holly asintió con la cabeza, sintiéndose orgullosa de su marido, quien se las había ingeniado para sorprenderlas a todas.
– ¿Y has conocido a esta tal Barbara en persona? -preguntó Sharon.
– Sí, y ha sido amabilísima conmigo. -Sonrió y agregó-: Se ha pasado siglos sentada conmigo contándome la conversación que tuvieron ella y Gerry el día que fue a la agencia.
– Qué gentil. -Denise bebió un sorbo de vino-. ¿Y cuándo fue, por cierto?
– A finales de noviembre.
– ¿Noviembre? -repitió Sharon con aire pensativo-. Entonces fue después de la segunda operación.
Holly asintió con la cabeza.
– Barbara me ha dicho que lo vio muy débil cuando estuvo allí.
– ¿No es curioso que ninguno de nosotros tuviera la más remota idea? -dijo Sharon sin salir de su asombro.
Las tres asintieron en silencio.
– ¡Bueno, pues parece que nos vamos a Lanzarote! -exclamó Denise, y levantó la copa-. ¡Por Gerry!
– ¡Por Gerry! -la secundaron Holly y Sharon.
– ¿Seguro que a Tom y John no les importará? -preguntó Holly al recordar que sus amigas tenían parejas en quienes pensar.
– ¡A John desde luego no! -Sharon rió y luego exclamó-: ¡Lo más probable es que esté encantado de librarse de mí durante una semana!
– Sí, y Tom y yo podemos ir donde sea otra semana, lo cual me viene de perlas -convino Denise-. ¡Así tengo excusa para no pasar dos semanas seguidas con él en nuestras primeras vacaciones juntos! -Se echó a reír.
– ¡Pero si casi estáis viviendo juntos! -dijo Sharon, dándole un ligero codazo.
Denise sonrió pero no contestó y ambas aparcaron el tema, lo cual molestó a Holly, porque siempre hacían lo mismo. Quería saber cómo les iba a sus amigas en sus relaciones, pero nunca le contaban ningún cotilleo jugoso por miedo a herir sus sentimientos. Todos parecían temer contarle lo felices que eran, así como las buenas noticias que les alegraban la vida. Asimismo, también se negaban a quejarse de las cosas desagradables. De modo que en lugar de estar informada de lo que realmente ocurría en las vidas de sus amigos, tenía que conformarse con aquella charla mediocre acerca de… nada, y estaba empezando a hartarse. No podía mantenerse al margen de la felicidad ajena para siempre. ¿Qué bien iba a hacerle?
– Debo decir que el duende está haciendo un gran trabajo en tu jardín, Holly -bromeó Denise, interrumpiendo sus pensamientos al mirar por la ventana.
Holly se ruborizó.
– Es verdad. Perdona que antes me haya puesto tan borde, Denise -se disculpó Holly-. Supongo que en realidad debería ir a su casa y darle las gracias como es debido.
Cuando Denise y Sharon se hubieron marchado, Holly cogió una botella de vino de la despensa y se dirigió a la casa del vecino. Llamó al timbre y aguardó.
– Hola, Holly-dijo Derek al abrir la puerta-. Pasa, por favor.
Holly miró detrás de él y vio a toda la familia sentada a la mesa de la cocina. Habían decidido cenar temprano. Instintivamente se apartó un poco de la puerta.
– No, no quiero molestar, sólo he venido para darte esto. -Le tendió la botella de vino-. Una muestra de mi agradecimiento.
– Vaya, Holly, todo un detalle de tu parte -dijo Derek, leyendo la etiqueta. Luego levantó la vista con aire vacilante-. Aunque ¿gracias por qué, si no te importa que lo pregunte?
– Oh, por arreglar mi jardín -contestó Holly, sonrojándose-. Seguro que la urbanización entera me estaba maldiciendo por afear el aspecto de la calle -agregó sonriendo.
– Holly, nadie ha hecho ningún reproche a propósito de tu jardín. Todos lo comprendemos, pero lamento decir que yo no lo he arreglado.
– Oh. -Holly carraspeó, avergonzada-. Creía que habías sido tú.
– Pues no -confirmó Derek, negando con la cabeza.
– ¿Y no sabes quién ha sido, por casualidad? -preguntó Holly, sintiéndose estúpida.
– No, no tengo idea -contestó Derek, igualmente confuso-. Francamente, creía que estabas arreglándolo tú. Qué raro.
Holly no supo muy bien qué, decir.
– Así que quizá quieras llevarte esto otra vez -dijo Derek, tendiéndole la botella.
– No, no, está bien. -Holly rió de nuevo-. Quédatela como agradecimiento por… por no ser un vecino pesado. En fin, me voy, que estáis cenando.
Se marchó a toda prisa por el camino de entrada, muerta de vergüenza. ¿Qué clase de loca no sabía quién le estaba arreglando el jardín?
Llamó a unas cuantas puertas más del vecindario y para mayor bochorno de Holly, nadie dio muestras de saber de qué les hablaba. Al parecer todos tenían trabajo y una vida propia y, cosa sorprendente, no se pasaban el día controlando su jardín. Volvió a casa aún más confundida. Al abrir la puerta, oyó que el teléfono sonaba y corrió a contestar.
– Diga?
– ¿Qué estabas haciendo, correr una maratón?
– No, estaba cazando duendes -explicó Holly.
– ¡Qué guay!