Bien, sale a unos cincuenta por cabeza, contando el vino y las botellas de champán. Holly tragó saliva y miró los treinta euros que llevaba en la mano. En aquel momento, Daniel le cogió la mano y tiró de ella para que se pusiera de pie.
– Venga, vámonos, Holly.
Holly fue a disculparse por no llevar consigo tanto dinero como creía, pero al abrir la palma de la mano vio que había un nuevo billete de veinte. Sonrió agradecida a Daniel y ambos se dirigieron al coche.
Circularon en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos sobre lo ocurrido durante la cena. Holly quería alegrarse por sus amigas, lo deseaba de veras, pero no podía evitar sentir que estaban dejándola atrás. Las vidas de todos progresaban y la suya no.
Daniel detuvo el coche delante de la casa de Holly. -¿Te apetece entrar a tomar un té o lo que sea?
Holly estaba segura de que diría que no, por lo que se sorprendió al ver que Daniel se desabrochaba el cinturón de seguridad y aceptaba su ofrecimiento. Daniel le caía muy bien, era muy atento y siempre se divertía con él, pero en aquel momento deseaba estar a solas.
– Menuda nochecita, ¿eh? -dijo Daniel tras beber un sorbo de café. Holly meneó la cabeza con escepticismo.
– Daniel, conozco a esas chicas prácticamente de toda la vida y te aseguro que no esperaba nada de esto.
– Bueno, si te sirve de consuelo, yo hace años que conozco a Tom y no me había dicho ni pío.
– Aunque ahora que lo pienso, Sharon no bebió nada mientras estuvimos fuera. -No había escuchado ni una palabra de lo que le acababa de decir Daniel-. Y vomitó algunas mañanas, aunque dijo que se debía al mareo… -Se interrumpió mientras iba encajando las piezas mentalmente.
– ¿El mareo? -preguntó Daniel, confuso.
– Sí, después de nuestra aventura en el mar -explicó Holly. -Ah, claro.
Esta vez ninguno de los dos rió.
– Qué curioso -dijo Daniel, acomodándose en el sofá. «Oh, no», pensó Holly, aquello significaba que no tenía intención de marcharse enseguida-. Mis colegas siempre decían que Laura y yo seríamos los primeros en casarnos -prosiguió Daniel-. Nunca se me ocurrió que Laura lo haría antes que yo. -¿Va a casarse? -preguntó Holly con delicadeza.
Daniel asintió con la cabeza y desvió la mirada.
– Él también había sido amigo mío en otros tiempos. -Sonrió con cierta amargura.
– Obviamente ya no lo es.
– No. -Daniel negó con la cabeza-. Obviamente no.
– Lo siento.
– En fin, a todos nos toca nuestra justa ración de mala suerte. Tú lo sabes mejor que nadie, Holly.
– Sí, nuestra justa ración.
– Ya lo sé, no tiene nada de justa, pero no te preocupes. También nos llegará la buena suerte -aseguró Daniel.
– ¿Tú crees?
– Eso espero.
Guardaron silencio un rato y Holly miró la hora en su reloj. Eran las doce y cinco. Necesitaba que Daniel se marchara para poder abrir el sobre. Daniel le leyó el pensamiento.
– ¿Cómo te va con los mensajes de las alturas?
Holly se sentó en el borde del sillón y dejó el tazón en la mesa. -Bueno, la verdad es que tengo otro para abrir esta noche. Así que…
– De acuerdo -dijo Daniel, incorporándose. Se puso de pie sin más dilación y dejó la taza en la mesa-. Mejor no te hago esperar más.
Holly se mordió el labio sintiéndose culpable por haber sido tan brusca, aunque también aliviada de que por fin se marchara.
– Muchas gracias por acompañarme, Daniel -dijo conduciéndole a la entrada.
– No hay de qué.
Cogió la chaqueta y se dirigió a la puerta. Se despidieron con un breve abrazo.
– Hasta pronto -dijo Holly, sintiéndose como una auténtica bruja, y observó cómo iba hasta el coche bajo la lluvia. Se despidió con la mano y la culpabilidad se esfumó en cuanto cerró la puerta-. Muy bien, Gerry -dijo encaminándose a la cocina donde cogió el sobre de encima de la mesa-. ¿Qué me tienes reservado para este mes?