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– Lo siento, cariño, pero en realidad son carpetas de trabajos que han traído consigo -susurró para que Holly no se violentara.

El rostro de Holly palideció.

– Oh. ¿Debería haber traído una?

– Bueno, ¿la tienes? -preguntó la secretaria con una sonrisa. Holly negó con la cabeza.

– Pues entonces no te preocupes. No es ningún requisito, la gente las trae para presumir-le susurró, y Holly soltó una risita nerviosa.

Holly regresó a su asiento sin dejar de estar preocupada. Nadie le había dicho nada acerca de esas estúpidas carpetas. ¿Por qué era siempre la última en enterarse de todo? Se puso a dar golpecitos con los pies mientras paseaba la vista por la oficina. Aquel lugar le causaba una sensación agradable, los colores eran cálidos y acogedores, la luz entraba a raudales por los grandes ventanales georgianos. Los techos altos daban una encantadora sensación de espacio. De hecho, podría pasarse todo el día sentada allí pensando. De pronto estaba tan relajada que no se sobresaltó lo más mínimo cuando la llamaron. Caminó segura de sí misma hacia el despacho donde se celebraban las entrevistas y la secretaria le guiñó el ojo para desearle buena suerte. Holly respondió con una sonrisa. Por alguna inexplicable razón ya se sentía parte del equipo. Se detuvo un instante ante la puerta del despacho y exhalo un hondo suspiro.

«Apunta a la Luna-se recordó-. Apunta a la Luna.»

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