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– Sí -musitó-. Estoy bien.

– ¡Tengo que llamar a Tom, de verdad! -susurró Denise, desplomándose en la cama de matrimonio que compartía con Holly en la habitación del hotel. Sharon dormía como un tronco en la cama supletoria tras negarse a escuchar la divertidísima idea de Denise de que ella debía ocupar la cama doble debido al tamaño de su barriga. Se había acostado mucho más temprano que las demás, después de acabar por aburrirse con su comportamiento en estado de embriaguez.

– Tengo órdenes estrictas de no dejarte llamar a Tom -dijo Holly, bostezando-. Este fin de semana es sólo para chicas.

– Por favor-suplicó Denise. -No. Y voy a confiscarte el teléfono. Le arrebató el móvil de la mano y lo escondió en el armario ropero.

Denise parecía a punto de echarse a llorar. Al ver que Holly se tumbaba en la cama y cerraba los ojos, se dispuso a urdir un plan. Esperaría hasta que Holly se durmiera y entonces llamaría aTom. Holly había estado tan callada todo el día que Denise se sentía un poco molesta. Cada vez que le hacía una pregunta, Holly le contestaba con monosílabos y todos los intentos por trabar conversación habían sido en balde. Resultaba obvio que Holly no estaba divirtiéndose mucho fiero lo que realmente irritaba a Denise era que ni siquiera lo intentara o que al menos fingiera pasarlo bien. Entendía que Holly estuviera triste y que tenía que hacer frente a un montón de cosas en su vida, pero se trataba de su despedida de soltera y no podía evitar sentir que Holly estaba aguando un poco la fiesta.

La habitación seguía dándole vueltas. Pese a tener los ojos cerrados, Holly no podía dormir. Eran las cinco de la madrugada, lo que significaba que había estado bebiendo durante casi doce horas seguidas. Le dolía la cabeza. Sharon se había rendido mucho antes y había tenido la sensatez de acostarse relativamente temprano. Las paredes giraban sin parar y a Holly se le revolvía el estómago. Se sentó en la cama e intentó mantener los ojos abiertos para evitar la sensación de mareo.

Se volvió hacia Denise para hablar con ella, pero los ronquidos de su amiga abortaron cualquier intento de comunicación entre ambas. Holly suspiró y echó un vistazo a la habitación. Habría dado cualquier cosa con tal de estar en su casa y dormir en su propia cama rodeada de olores y ruidos conocidos. Buscó a tientas el mando a distancia por el cubrecama y conectó el televisor. La pantalla se iluminó con anuncios publicitarios. Observó atentamente la demostración de un nuevo cuchillo para cortar naranjas sin salpicarte el rostro de jugo. Vio los asombrosos calcetines que nunca se perdían durante la colada y que siempre permanecían emparejados.

Denise soltó un ronquido muy fuerte y dio una patada a Holly en la espinilla al cambiar de postura. Holly hizo una mueca y se frotó la pierna mientras observaba con simpatía los vanos esfuerzos de Sharon por tumbarse boca abajo. Finalmente ésta logró acomodarse de costado y Holly fue corriendo al cuarto de baño y asomó la cara al retrete, preparada para lo que pudiera venir. Deseó no haber bebido tanto, pero con tanta cháchara sobre bodas, maridos y matrimonios felices había necesitado todo el vino del bar para no gritar a las chicas que cerraran el pico. Le daba miedo pensar cómo serían los dos días que tenía por delante. Las amigas de Denise eran el doble de malas que la propia Denise. Escandalosas y extremadas, se comportaban exactamente como debían comportarse las chicas en una despedida de soltera, pero a Holly le faltaban energías para seguirles el ritmo. Al menos Sharon tenía la excusa de estar embarazada. Podía fingir que no se encontraba bien o que estaba cansada. En cambio, ella no tenía ninguna excusa, aparte del hecho de haberse convertido en una verdadera pelmaza, y estaba reservando esa excusa para cuando realmente la necesitara.

Parecía que fuese ayer cuando Holly celebró su despedida de soltera, pero en realidad habían transcurrido más de siete años. Se había ido a Londres con un grupo de diez chicas a pasar un fin de semana de juerga sin tregua, pero terminó añorando tanto a Gerry que tenía que hablar con él por teléfono a cada hora. Por aquel entonces la dominaba un gran entusiasmo por lo que le aguardaba, y el futuro parecía de lo más prometedor.

Iba a casarse con el hombre de sus sueños y a vivir y envejecer con él hasta el fin de sus días. Durante todo el fin de semana que estuvo fuera contó las horas que faltaban para regresar a casa y el vuelo a Dublín la llenó de entusiasmo. Aunque sólo se había ausentado unos días, a Holly le parecieron una eternidad. Gerry la esperaba en el vestíbulo de llegadas sosteniendo un gran cartel que rezaba: MI FUTURA ESPOSA. Al verlo soltó las maletas, corrió a su encuentro y lo abrazó con todas sus fuerzas. De haber sido por ella, aún seguiría abrazada a él. La gente no sabía el lujo que era poder abrazar a su ser querido cuando le venía en gana. La escena del aeropuerto ahora parecía sacada de una película, pero había sido real: sentimientos reales, emociones reales y amor real porque se trataba de la vida real. La misma vida que se había convertido en una pesadilla para ella.

Sí, finalmente se las había arreglado para levantarse de la cama todas las mañanas. Sí, incluso había conseguido vestirse casi todos los días. Sí, había logrado encontrar un empleo en el que había conocido a gente nueva y sí, por fin, había vuelto a comprar comida y a alimentarse como era debido. Sin embargo, ninguna de aquellas cosas la llenaba de euforia. Eran meras formalidades, algo más que borrar de la lista de «cosas que hace la gente normal». Ninguna de aquellas cosas colmaba el vacío de su corazón; era como si su cuerpo se hubiese convertido en un inmenso rompecabezas, igual que los campos verdes con sus hermosos muros de piedra gris que conectaban toda Irlanda. Había comenzado a trabajar por las esquinas y los bordes de su rompecabezas porque eran las partes fáciles y ahora que ya tenía el marco completo le quedaba pendiente la parte más complicada, llenar el interior. Pero nada de lo que había hecho hasta entonces lograba llenar el vacío de su corazón, aún no había encontrado aquella pieza del rompecabezas.

Holly carraspeó ruidosamente y fingió un acceso de ros para ver si alguna de las chicas despertaba y hablaba con ella. Necesitaba hablar, necesitaba llorar Y, airear todas las frustraciones y desilusiones de su vida. Ahora bien, ¿qué más podía contar a Sharon y Denise que no les hubiese contado antes? ¿Qué otro consejo podían darle que no le hubiesen dado ya? Holly les repetía las mismas preocupaciones una y otra vez. A veces sus amigas conseguían hacerse entender y ella adoptaba una actitud más positiva y confiada que apenas le duraba unos días, transcurridos los cuales volvía a sumirse en la desesperación.

Al cabo de un rato, cansada de mirar las cuatro paredes, Holly se puso el chándal y bajó al bar del hotel.

Charlie soltó un bufido de frustración al oír que los ocupantes de la mesa del fondo del bar reían a carcajadas una vez más. Siguió fregando la barra y echó un vistazo a su reloj. Las cinco y media y allí estaba él, trabajando sin poder marcharse a casa. Había pensado que era un hombre con suerte al ver que las chicas de la despedida de soltera decidían acostarse antes de lo que esperaba, pero justo cuando estaba acabando de recoger llegó al hotel otro grupo procedente de un club nocturno del centro de Galway que ya había cerrado. Y allí seguían. En realidad hubiese preferido atender a las chicas en lugar de a aquella pandilla de arrogantes que se había instalado al fondo del bar. Aunque ni siquiera eran huéspedes del hotel no tenía más remedio que servirlos puesto que una de sus integrantes era la hija del dueño del hotel, que había tenido la brillante idea de llevar a todos sus amigos al bar. Ella y su arrogante novio, a quienes no podía ver ni en pintura.

– ¡No me digas que vuelves a por otra! -bromeó el camarero cuando una de las mujeres de la despedida de soltera entró en el bar. La vio chocar contra la pared varias veces camino de los taburetes de la barra. Charlie se aguantó la risa.

– Sólo quiero un vaso de agua -dijo Holly, hipando-. Oh, Dios mío -se lamentó al ver su imagen en el espejo que había detrás de la barra. Charlie tuvo que admitir que presentaba un aspecto un tanto chocante, le recordó un poco al espantapájaros de la granja de su padre. El pelo parecía de paja y lo llevaba revuelto, el contorno de los ojos estaba tiznado de rímel corrido y tenía los dientes manchados de vino tinto.

– Aquí tienes -dijo Charlie, sirviéndole un vaso de agua.

– Gracias. -Mojó el dedo en el agua y se limpió el rímel de la cara y el vino de los dientes.

Charlie comenzó a reír y Holly entornó los ojos para leer el nombre de su etiqueta de identificación.

– ¿De qué te ríes, Charlie?

– Pensaba que estabas sedienta. Podría haberte dado una toallita si me la hubieses pedido -dijo riendo entre dientes.

La mujer también rió y suavizó su expresión. -Creo que el hielo y el limón le van bien a mi cutis.

– Vaya, eso sí que es una novedad. -Charlie volvió a reír y siguió limpiando la barra-. ¿Os habéis divertido esta noche?

Holly suspiró. -Supongo.

«Divertirse» no era una palabra que usara a menudo de un tiempo a esta parte. Se había reído de las bromas toda la noche y se había entusiasmado por Denise, pero era consciente de no estar del todo presente. Se sentía como la típica niña tímida del colegio que siempre está ahí pero nunca dice nada ni nadie se dirige a ella. No reconocía a la persona en la que se había convertido; ansiaba ser capaz de dejar de mirar el reloj cada vez que salía, esperando que la velada terminara pronto para poder regresar a casa y meterse en su cama. Quería dejar de desear que el tiempo pasara deprisa y volver a disfrutar del momento. Sí, le costaba trabajo disfrutar de los momentos.

– ¿Estás bien?

Charlie dejó de limpiar la barra y la observó. Tuvo la horrible sensación de que iba a echarse a llorar, aunque estaba acostumbrado a tales situaciones. Mucha gente se ponía melancólica cuando bebía.

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