– Echo de menos a mi marido -susurró Holly, y los hombros le temblaron.
Charlie esbozó una sonrisa.
– ¿Qué tiene de gracioso? -preguntó Holly mirándolo enojada.
– ¿Cuánto tiempo estaréis aquí?
– El fin de semana -contestó Holly, enrollando un pañuelo usado en el dedo.
Charlie rió y luego preguntó:
– ¿Nunca has pasado un fin de semana sin él? Vio que la mujer fruncía el entrecejo.
– Sólo una vez -contestó finalmente-. Y fue en mi propia despedida de soltera.
– ¿Cuánto hace de eso?
– Siete años. -Una lágrima rodó por su mejilla. Charlie negó con la cabeza.
– Eso es mucho tiempo. Aunque si lo hiciste una vez, podrás hacerlo otra -dijo sonriendo-. El siete es el número de la suerte, como suele decirse. Holly soltó un bufido. ¿De qué hablaba aquel tipo?
– No te preocupes -añadió Charlie con tono amable-. Seguro que tu marido estará muy deprimido sin ti.
– Por Dios, espero que no -contestó Holly, abriendo mucho los ojos.
– ¿Lo ves? Apuesto a que también espera que no estés deprimida sin él. Deberías disfrutar de la vida.
– Tienes razón -dijo Holly, tratando de animarse-. No le gustaría verme infeliz.
– Ése es el espíritu que hay que tener.
Charlie sonrió y dio un brinco al ver que la hija del dueño se dirigía hacia la barra fulminándolo con la mirada.
– ,Oye, Charlie, hace siglos que intento avisarte! -exclamó-. Quizá si dejaras de hablar con los clientes de la barra y estuvieras más por la labor, mis amigos y yo no estaríamos tan sedientos -dijo maliciosamente.
Holly se quedó perpleja. Aquella mujer tenía que ser una descarada para dirigirse a Charlie así, y además su perfume era tan intenso que Holly empezó a toser.
– Perdona ate pasa algo? -preguntó la mujer mirando a Holly de arriba abajo.
– Pues sí, ya que lo preguntas -dijo Holly arrastrando las palabras, y bebió un sorbo de agua-. Tu perfume es repugnante y me está provocando náuseas.
Charlie se puso en cuclillas detrás de la barra fingiendo que buscaba un limón y se echó a reír. Tratando de recobrar la compostura, procuró apartar de su mente las voces de ambas mujeres discutiendo.
– ¿A qué viene tanto retraso? -preguntó una voz grave. Charlie se puso de pie de un salto al identificar la voz del novio, que era aún peor-. ¿Por qué no te sientas, cariño? Ya llevaré yo las copas -dijo.
– De acuerdo, al menos queda una persona educada en este lugar -soltó airada, repasando de nuevo a Holly con la mirada antes de alejarse echa una furia hacia la mesa.
Holly se fijó en el exagerado bamboleo de sus caderas. Debía de ser modelo o algo por el estilo, decidió. Eso explicaría sus malos modales. -¿Cómo estás? -preguntó a Holly el hombre que tenía al lado, mirándole el busto.
Charlie tuvo que morderse la lengua para no decir nada mientras servía una jarra de Guinness de presión y luego la dejaba reposar en la barra. De todos modos, algo le decía que la mujer de la barra no sucumbiría a los encantos de Stevie, sobre todo teniendo en cuenta lo loca que estaba por su marido. Charlie tenía ganas de ver cómo plantaban ceremoniosamente a Stevie.
– Estoy bien -contestó Holly de manera cortante, evitando mirarlo a los ojos.
– Me llamo Stevie -dijo tendiéndole la mano.
– Yo Holly -masculló ella, y le estrechó la mano ya que no quería pasarse de grosera.
– Holly, qué nombre tan bonito.
Stevie retuvo su mano más tiempo del debido y Holly se vio obligada a mirarlo a los ojos. Tenía unos ojazos azules muy brillantes.
– Eh… gracias -musitó incómoda por el cumplido, y se ruborizó. Charlie suspiró, resignado. Hasta ella había caído en sus garras. Su única esperanza de satisfacción para aquella noche se había ido al traste.
– ¿Me permites invitarte a una copa, Holly? -preguntó Stevie con voz melosa.
– No, gracias, ya estoy servida. -Y bebió un sorbo de agua.
– Muy bien, ahora voy a llevar estas copas a mi mesa y luego volveré para invitar a la encantadora Holly a una copa.
Le dedicó una sonrisa repulsiva antes de marcharse. Charlie puso los ojos en blanco en cuanto le dio la espalda.
– ¿Quién es ese gilipollas? -preguntó Holly, perpleja, y Charlie rió, encantado de que no se hubiese tragado el anzuelo. Era una dama sensata pese a que estuviera llorando por su marido tras un solo día de separación. Charlíe bajó la voz.
– Es Stevie, sale con esa bruja rubia que ha venido hace un momento. Su padre es el dueño del hotel, así que no puedo decirle a las claras adónde me gustaría mandarla, aunque me muero de ganas. Pero no merece la pena perder el empleo por culpa de ella.
– En mi opinión sí merecería la pena -dijo Holly, observando a la chica y pensando cosas desagradables-. En fin, buenas noches, Charlie.
– ¿Te vas a dormir?
Holly asintió con la cabeza.
– Ya va siendo hora; son más de las seis --dijo dando unos toques a su reloj-. Espero que puedas marcharte pronto a casa-agregó sonriendo.
– Yo no apostaría por ello -contestó Charlie, y la siguió con la mirada mientras salía del bar.
Stevie fue tras ella y Charlie, a quien tal maniobra le resultó sospechosa, se aproximó a la puerta para asegurarse de que todo iba bien. La rubia, al percatarse de la súbita partida de su novio, se levantó de la mesa y llegó a la puerta al mismo tiempo que Charlie. Ambos se asomaron al pasillo y vieron a Holly y Stevie. La rubia soltó un grito ahogado y se tapó la boca con las manos.
– ¡Eh! -exclamó Charlie, enojado al observar cómo Holly apartaba a empujones al borracho de Stevie. Holly se limpió la boca, asqueada por el beso que había intentado darle-. Me parece que te has equivocado, Stevie. Vuelve al bar con tu novia.
Stevie trastabilló y poco a poco se volvió hacia su novia y un airado Charlie. -¡Stevie! -gritó la rubia-. ¿Cómo has podido?
Salió corriendo del hotel hecha un mar de lágrimas. Stevie la seguía de cerca protestando.
– ¡Qué asco! -dijo Holly con repugnancia a Charlie-. Es lo último que quería.
– No te preocupes, te creo -aseguró Charlie, apoyando una mano en su hombro para reconfortarla-. He visto lo que ha pasado desde la puerta.
– Vaya, hombre, ¡muchas gracias por venir a rescatarme! -se lamentó Holly.
– He llegado demasiado tarde, lo siento. Aunque debo admitir que he disfrutado presenciando la escena. -Rió pensando en la rubia y se mordió el labio, sintiéndose culpable.
Holly sonrió al mirar al fondo del pasillo y ver a Stevie y a su frenética novia discutir a gritos en la calle.
– Vaya -murmuró con complicidad a Charlie.
Holly chocó con todo cuanto había en la habitación al intentar llegar hasta la cama en la oscuridad.
– ¡Au! -protestó al golpearse el meñique contra la pata de la cama. -¡Shhh! -dijo Sharon adormilada, y Holly refunfuñó hasta que llegó a la cama. Se puso a dar golpecitos en el hombro a Denise hasta que la despertó.
– ¿Qué? ¿Qué? -musitó Denise, medio dormida.
– Toma. -Holly apretó el móvil contra la cara de Denise-. Llama a tu futuro marido, dile que le quieres y que no se enteren las chicas.
Al día siguiente Holly y Sharon fueron a dar un largo paseo por la playa justo en las afueras de Galway. Aunque era octubre, soplaba una brisa cálida y Holly no necesitó el abrigo. De pie en la arena, con una blusa de manga larga, escuchaba el chapoteo del agua en la orilla. El resto de las chicas habían optado por un almuerzo líquido, pero el estómago de Holly no estaba preparado para eso.
– ¿Estás bien, Holly?
Sharon se le acercó por detrás y le rodeó los hombros con el brazo. Holly suspiró.
– Cada vez que alguien me hace esa pregunta digo lo mismo, Sharon, «estoy bien, gracias», pero si quieres que te sea sincera, no lo estoy. ¿Acaso la gente realmente quiere saber cómo te sientes cuando te pregunta cómo estás? ¿O sólo intenta ser educada? -Holly sonrió-. La próxima vez que mi vecina me pregunte «cómo estás?» le diré: «Bueno, la verdad es que no estoy nada bien, gracias. Me siento un poco deprimida y sola. Estoy cabreada con el mundo. Envidiosa de ti y de tu familia perfecta aunque no especialmente envidiosa de tu marido, ya que tiene que vivir contígo.» Y luego le contaré que he comenzado a trabajar en un sitio nuevo, que he conocido a un montón de gente nueva y que me esfuerzo mucho por recobrar el ánimo, pero que en el fondo sigo perdida porque no sé qué más hacer. También le contaré cuánto me molesta que me digan continuamente que el tiempo lo cura todo aunque la ausencia hace que aumente el cariño, lo cual me confunde, porque significa que cuanto más tiempo pase desde que se fue mas voy a quererle. Le contaré que no hay nada que cure esa pena y que cuando me despierto por las mañanas en la cama vacía es como sí me echaran sal a una herida abierta. -Holly exhaló un hondo suspiro-. Y luego le contaré cuánto añoro a mi marido y lo fútil que me parece la vida; lo poco que me interesa hacer cosas y la sensación que tengo de estar aguardando a que mi vida se acabe para poder reunirme con él. Y ella probablemente dirá: «Ah, muy bien», como hace siempre, dará un beso de despedida a su marido, subirá al coche y acompañará a los niños al colegio, irá a trabajar, preparará la cena y cenará en familia, se acostará con su marido y asunto resuelto, mientras que yo seguiré intentando decidir el color de la blusa que voy a ponerme para ir a trabajar. ¿Qué te parece? -Holly se volvió hacia Sharon.
– ¡Uuuuuu! -Sharon dio un brinco y retiró el brazo de los hombros de Holly.
– ¿Uuuuuu? -repitió Holly, ceñuda-. ¿Te digo todo esto y sólo se te ocurre decir «Uuuuuu»?