Sharon se llevó la mano al vientre y rió. -No, tonta, ¡el bebé me ha dado una patada! Holly abrió la boca, perpleja.
– ¡Tócalo! -instó Sharon, sonriendo.
Holly puso su mano en la barriga hinchada de Sharon y notó la patadita. Los ojos se le llenaron de lágrimas.
– Oh, Sharon, si cada minuto de mi vida estuviera lleno de momentos perfectos como éste, nunca más volvería a quejarme.
– Pero, Holly, nadie tiene la vida llena de momentos perfectos. Y si fuera así, dejarían de ser perfectos. Serían normales. ¿Cómo conocerías la felicidad si nunca experimentaras bajones?
– ¡Uuu! -exclamaron al unísono cuando el bebé dio otra patada. -¡Creo que este niño va a ser futbolista como su padre! -Sharon rió.
– ¿Niño? -Holly soltó un grito ahogado-. ¿Vas a tener un niño? Sharon asintió y los ojos le brillaron de emoción.
– Holly, te presento al pequeño Gerry. Gerry ésta es tu madrina, Holly.