Por mucho que los disfracemos de santidad y alegría, los colegios de adolescentes son una morada de suplicios (bueno, no para todos, para los verdugos no). Allí nos preparamos a ver el estreno de los crímenes más abominables que veremos repetirse durante el resto de la vida. Allí entramos en contacto con todos los tipos humanos que vamos a encontrar más adelante: del adulador al ladrón al asesino. Raras veces podemos toparnos también con el justo. Mis compañeros tuvieron ese privilegio.