Memoria con la que se tiran por la borda algunos años de vida
Si esta ya demasiado larga historia tuviera un sentido, una línea, una dirección precisa, en vez de ser este zigzag absurdo. Los recuerdos no han crecido como una línea, en orden, sino por aglomeración, como una mora. Mejor aún: como un cáncer. Metástasis de mi vejez se han propagado por el libro entero, contaminando con mi mala leche hasta los días luminosos de mi menos amarga juventud.
Yo fui un hombre quebrado por el amor a una sola mujer, Ángela Pietragrúa. Poco puedo decir de lo que fue mi vida después de que ella desapareció. Nada. Un estar sentado en esta casa o en el refugio estivo de Pulignano, el único sitio, la única cosa en el mundo que seguí queriendo. Viajes al sitio oscuro donde nací y en el que a cada regreso encontraba más pobres, más podredumbre, más muerte. Ante este espectáculo de depresión!, tuve por un instante el sueño de ser un tirano iluminado de mi patria. Pues no otra solución le veía (ni le veo) a ese nido de serpientes. Pero mi incursión en la política activa, cuando ya tenía casi cincuenta años, fue un fracaso perfecto.
Me alié con los caciques de peor calaña, con militares resentidos por haber sido retirados del servicio antes de tiempo, con estudiantillos revoltosos, con memos majaderos aduladores lambones solapados segundones. Gente necia en la que invertí millones para nada. Mi tiranía nunca pasó de ser un proyecto descabellado, un delirio masivo de borrachos.
Hallé, con la vejez, esta secretaria, mi secretaria, Cunegunda, y el gusto de recordar. Ante un futuro que se agota inexorablemente, opté por refugiarme en ese tiempo cómodo de lo ya vivido. Y Cunegunda me enseñó a recordar. No vale la pena recordarlo todo. Estos años vacíos después de la despedida de Pietragrúa y hasta el encuentro con Bonaventura, no merecen el esbozo de una página. Los olvido con razón, de gusto y sin remordimiento. Hay años, situaciones, épocas, que lo único que merecen es nuestro silencio.
¿Por qué te quejas, curiosa Cunegunda? ¿No puedo suprimir mis años que más odio? ¿Acaso te divierten mis alcohólicas reflexiones sobre la politiquería colombiana? Si me das un traguito de tu saliva fresca, un ósculo mojado, unas cuantas gotas de saladas lagrimitas que me aviven el seso, si vuelves a pedírmelo, te dictaré mi aventura de politiquero por los pueblos de la patria. Sí, lo haré, aunque sea tan sólo por cubrir de ridículo a ese ser tan odioso al que me obstino en seguir llamando yo (palabra de Quitapesares).