La vida, una aventura ajena; la Tierra, una fosa común e insensata donde reposan Hitler y san Francisco, mi padre y sus asesinos; el amor, un ejercicio imaginario; el cuerpo, fuente de todos los males.
Este último párrafo lo dicto en beneficio de perplejos, pero no es cierto, o dice sólo verdades a medias. Porque la vida puede ser, con duda, la única aventura propia, y la Tierra el escenario para aventuras como el amor, ese paréntesis de realidad exasperada, y el cuerpo es también fuente de todos los deleites y fuente de la más absoluta indiferencia. Fuente de todo, el cuerpo, tanto de la muerte como del amor. Y eso es lo bueno de las generalizaciones, que vistas por donde se miren, son verdades rotundas que no sirven para nada.