En todo caso, y por el momento, mi ciudad tiene el dudoso mérito de ser un sitio que jamás se extraña. Es un lugar que permite un perfecto desarraigo, una ciudad que, siendo de uno, puede verse con desapego, con la indiferencia de un turista que no encuentra en ella nada digno de memoria. No tuve mal de la tierra. Aunque no sé. Mi amigo Quitapesares sostiene que mi obsesiva negación de la nostalgia lo único que revela es que sigo instalado en ella.