Llego a Madrid a las ocho de la mañana. Me voy a quedar apenas algunas horas, de modo que no sirve el llamar a amigos y marcar algún encuentro. Resuelvo caminar solo por lugares que me son queridos, y termino sentado en un banco del parque del Retiro.
"Usted parece que no está aquí", dice un viejo que se me aproxima.
"Estoy hace ocho años atrás, en 1986", respondo. "Sentado en este banco con un amigo pintor. Conversando sobre un asunto absurdo: donde tomar clases de danza".
"Aproveche esta bendición", dice el viejo. "Pero sepa que un poco de sal da sabor a la comida, y mucha sal corrompe el alimento. Es preciso mucho cuidado con los recuerdos, o usted acabará sin presente para recordar".