Vimos a una señora en la esquina de la calle Constante Ramos, en Copacabana. Estaba en una silla de ruedas, perdida en el medio de la multitud. Mi mujer se ofreció para ayudarla, ella agradeció y aceptó, y pidió que la llevase hasta Santa Clara.
Algunas bolsas plásticas pendían de la silla de ruedas. En el camino, nos contó que aquellas eran todas sus pertenencias, dormía contra las vidrieras, y vivía de la caridad ajena.
Llegamos al lugar indicado. Allí había otros mendigos. La mujer de la silla de ruedas sacó de uno de los plásticos dos paquetes de leche Larga Vida, y se los entregó a ellos.
"Hacen caridad conmigo, yo necesito hacer caridad con los otros", fue su comentario.