I mean: outside the business. Pero cuando te conocí yo le tenía tanto terror a la cois que leí lo que habías escrito y pensé: Este güey está enamorado del amor. Ay, mi Diablo Guardián: no me querías de novia, más bien buscabas dealer.
Me gustaría hablar de tulipanes, de la montaña rusa, de todo lo que me cambió la vida cuando te compré. ¿O prefieres que diga «cuando te conocí»? Pero no queda tiempo y además esas cosas tú tendrías que saberlas. Te mentí, te compré, jugué contigo, pero igual fueron las mejores mentiras de mi vida, las compras más lujosas, el juego más honesto, y claro: el más divertido. No se me olvida la primera línea del recado que venía con los tulipanes: Mírame bien: no soy Supermán. Me puse hasta nerviosa. Dije: Puta madre, se me hace que éste si es mi Diablo Guardián. Me soltaste la contraseña, sin conocerme, justo cuando yo ya pensaba mandarte un recadito. Porque carajo, cómo me esmeré en que me vieras y dijeras: Chin, pobre vieja, qué mal la pasa en esta puta jaula. Y me veías, pero no te me acercabas. Hasta que echaste el borrador de tu mensaje al basurero, lo fui a agarrar y bueno: casi me hago pipí de la emoción. Habías escrito mi nombre, o en fin, el nombre de Rosalba, que a estas alturas yo a esa estúpida ni la conozco, pero ese día dije: A este cabrón lo compro, se muera quien se muera. Ya luego me llegaron los tulipanes. Y Nefastófeles intrigadísimo. Y Paul pelando cada día más los ojos: doce, veinticuatro, treintaiséis tulipanes, Bingo, pendejos, chequen quién manda aquí. Tú dirás si no te iba yo a comprar.
Y aquí viene la mierda, ya ni modo. A la hora de la hora soy como Nefastófeles, te tiro un largo rollo y luego sale el peine: te necesito. Y no te estoy hablando de tu novela, finalmente quién soy para decirte lo que tienes que hacer, o de qué vas a pinche escribir, ¿ajá? Yo soy una cabrona oportunista que no sabe cómo decirte para qué te quiere, porque creo que ni contándote mi vida voy a hacer que me ayudes. Creo que estoy perdiendo el tiempo, pero es la última ficha que me queda y tengo que ponerla encima del tablero. Me la voy a jugar, Diablo Guardián. De pronto pienso que no vas a acabar de oír ni la primera cinta, que las vas a tirar y ya. Total vas a decir, no quiero saber nada de esa pinche vida, ¿ajá? Supongo que es lo que yo haría, en tu lugar. O sea que antes de pedirte nada, quiero que tengas claro que no espero que lo hagas. No puedo esperar nada, no tengo ni derecho.
Pero tampoco tengo tiempo de otra cosa. Debí haberme largado hace tres meses de este pinche agujero, pero no quería hacerlo sin contarte todo esto. Te lo debía, pues, y más voy a debértelo si después de escucharlo decides seguir siendo mi Diablo Guardián. Cada noche decía: Mañana empiezo con la grabación. Y nada, me moría de miedo. Me pasaba los días con la tele prendida, como si me estuviera haciendo a la idea de que otra vez había que pinche esfumarse de la escena. Sólo que ahora tenía al Diablo Guardián, y no me resignaba a acabar de perderlo. ¿Renuncian a su cargo, los diablos guardianes? ¿Son de veras tan sobornables como parecen? Porque yo te compré, pero igual no por eso se me hizo controlarte. Querías mi alma, güey, y ésa yo no sabía regatearla. Todavía mejor: querías el alma de Violetta. Y era como que peligroso, porque en ese momento Violetta no tenía a nadie en el pinche mundo. Andaba en agonía, ¿ajá? Por más que la putona de Rosalba creyera que lo tenía todo bajo su control, Violetta estaba que no la calentaba ni un Corvette amarillo en su garaje. Porque Violetta no tenía garaje, ni familia, ni casa, ni amigos, ni amantes, ni una puta madre que le preguntara: ¿Qué te duele, Violetta? Ven conmigo, Violetta. Salta, Víoletta.
Y en eso llegas tú, con tu carita de pendejo travieso que se muere de ganas de meterse en problemas, de hacer lo que no debe, de cagarla en gran plan. Y yo estoy lista, ¿ajá?, porque ya para entonces hay tardes de domingo en que pienso: No jodas, me cae que el mundo estaría mucho mejor sin mí. Le estaba dando la razón a Nefastófeles, cada vez más seguido. ¿Diablo Guardián? No mames, pinche Pig: eras la puta envidia de San Miguel Arcángel. Yo no podía permitir que te mezclaras con el Nefas, ni con mis papás, ni con mis clientes-novios. No me daba la gana hablarte de mariditos, ni de feligreses, y bueno, ni de pinche New York, pa que mejor me entiendas. Quería oírte, seguirte la corriente, dejar que te esmeraras en divertirme. ¿O qué? ¿No te han servido todas estas cintas para checar que no hay nada que me encante más que ser cliente? Todo lo que me gusta en la vida se compra, y vas a perdonarme pero tú no eres nadie para ser la excepción. Ni tú, ni el pinche mudo que te sacaste de la manga, ni ninguno de tus trucos ingeniositos pueden ser suficientes para que yo deje de ser quien soy. ¿O qué? ¿Vas a decirme que tú también me quieres rubia?
No sé ni lo que digo. En realidad lo que yo necesito es exactamente eso: dejar de ser quien soy. Para los administradores del hotel soy la señora Ferreiro. Para mis papás soy Rosa del Alba. Para Paul soy Rosalba Posturopedic. Para ti soy Violetta. Para Ferreiro soy su peor enemiga.
Y ya no lo soporto, ya me pinche cansé. Son demasiadas máscaras para alguien que nunca ha sabido quién chingados es, ni de dónde viene, ni para dónde va. No lo sé y no me importa, pero lo que no puedo es seguir cargando maletitas. ¿Sabes que todavía tengo el veliz viejo con el que me crucé el Río Bravo? ¿Tú crees que sea sano guardar toda esa mierda? En realidad yo ya no tengo ese veliz: desde que regresé a mi casa mi papá lo incautó, junto con los demás. Y a estas alturas ya me dan por perdida, así que si lo ves con calma me quedé sin nada. Ceros por aquí, ceros por allá. Sólo que no me basta con que me den por perdida. Supongo que ya sabes que por eso me escondí: necesito que de una vez me den por muerta.
No puedo imaginarme qué pensabas hacer con tu Dalila. Era una niña, ¿ajá? Una niñita sola, como yo a los nueve años. Y tú necesitabas de esa niña para explicarte el amor, o para aparecerlo y luego desaparecerlo. Que es lo que hace que duela, finalmente. ¿Sabes qué es lo que espero de ti? Creo que lo contrario, exactamente. O sea que uses al amor para explicarte a esta niña. Quiero que me aparezcas y me desaparezcas, que si no piensas escribir toda la novela, mínimo tengas la amabilidad de armar el último capítulo. No es fácil, ya lo sé, pero hace casi cuatro meses que Rosalba anda perdida, y a estas alturas ya te digo, todo lo que le queda a Violetta es su Diablo Guardián.
No te estoy chantajeando, al contrario: aquí el único chantajista eres tú. Por eso te mandé el video junto con las cintas. Habría preferido que tú fueras el último de los terrícolas en tener en las manos esa escena maldita. Si no la quieres ver, mejor: es más que suficiente con que le saques jugo. Cópiala en otra cinta y úsala como más te acomode, pero por favor: mátame. Sácame de este cuento, ayúdame a quemar a esta bruja de mierda, antes de que ella acabe de quemarme a mí. Tú me entiendes, ¿verdad? En la etiqueta puse el nombre del matón: tuve que ir a comprar los periódicos viejos para enterarme, supongo que hallarás el modo de dar con él. No sé qué se te ocurra, ni si sea muy difícil, pero sí el dizque comandantito ése pudo matar a un güey sin que nadie le tocara un pelo, ya lo de menos es que ponga a una muerta en mi lugar. Sí no tú dime cuándo voy a pinche descansar en paz.
Te dejé en el paquete una pulsera, un collar con mis iniciales, una muda de ropa y tres mechones de pelo. No te imaginas como chillé para arrancármelos. Si te fijas, hay manchitas de sangre en la blusa. Son todas mías, ofcourse, es lo que traía puesto cuando me escapé. Aunque yo en tu lugar ni metería las manos: mándale todo al comandante, menos el video. Asústalo, trasjódelo, deja que se imagine la escenita pasando por la tele. Pero tú no te metas, Diablo Guardián. Si me vas a ayudar, quédate afuera. Y luego usa mi vida, si se te antoja. Voy a estar muerta, ¿ajá? Los muertos no hablan, y casi siempre les importa madre que otros hablen por ellos. O sea que si no te encuentras otra cosa que contar, di que te quiero mucho, que no puedo decirte nada de esto sin que de pronto se me salgan las lágrimas y me quede pensando en lo lindo que habría sido todo si yo no fuera yo, ni a ti te diera tanto por ser como tú. Porque lo que es tú y yo no armamos un nosotros, por más que no dejemos nunca de extrañarnos. Escribe que te quiero y que te rezo, Diablo Guardián. Diles que nadie más que tú puede escribir mi vida, que por eso la estoy poniendo en tus manitas, y que en el fondo no me atrevo ni a dudar que aunque ya no me veas vas a seguir allí, en tu puesto, listo para librarme de todo mal y amén. Inventa lo que quieras, cambia todas las cosas que no te gusten, pero eso sí: no permitas que me arrepienta de nada. No dejes que Violetta se caiga a medio salto, que ya bastantes veces se me ha caído a mí. No dejes que se rompa, por lo que más quieras. No dejes que se muera, aunque la mates. Pídele de mi parte perdón al mudito. Y perdónalo tú, de paso. Creo que estoy en deuda con él. O bueno, pues, contigo. Habría sido una crueldad decirte que te había agarrado en la maroma. Yo veía que eras celoso, que te quebrabas del puto berrinche cada vez que me hablaban al celular, pero te hacías el coi como si nada. Y no sabes lo bien que eso me hacía sentir. Cada vez que llamabas, yo pensaba: ¡My Hero!, y hasta te lo decía. Ya sé que así también les llamaba a mis novios, pero ni modo que te hablara por tu nombre. Habría perdido el chiste, ¿ajá? Además, yo no quería hablar contigo por ese teléfono. Era como un grillete, sólo que electrónico. Cada vez que sonaba, el mensaje venía siendo el mismo: Solicito putita. Y en cambio tú llamabas cagado de los celos. De pronto comenzabas a respirar muy fuerte, como cuando te enojas. ¿Cómo querías que no te reconociera? Supongo que trataste de llamarme después, cuando me desaparecí, pero ya sabrás qué hice con el teléfono: antes de que empezara a sonar, lo estrellé en la pared de un edificio.
Eran como las ocho, yo iba por Insurgentes, sin saber bien qué hacer. Había ido sacando mis cosas del cuarto de la criada. Las importantes, pues. Mi Bulgari, mi ropa, mi walkman, mis muñecos, pero igual no sabía muy bien cuándo largarme. Hasta que me habló el mudo, o sea tú. Y yo dije: Ya estuvo. No sé, me dio valor que me llamaras. Pensé: Voy a citarlo en algún lado. Ni modo que llegara, ¿ajá? Tenía que plantarte, y de una vez plantarlos a todos. Además, Nefastófeles no estaba. Se había ido con Paul a no sé que cocktail y ninguno iba a regresar. Tú de seguro estarías encabronadísimo porque te dije que iba a ir al dentista y acabé haciendo cita con el mudo. Estaba sola, ¿ajá? Podía desaparecerme de una vez, y de paso atacar al enemigo.