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La verdad es que no sabía ni de qué hablarte. Me preguntaba si hablabas como escribías, y decía: No la jodas, no nos entenderíamos nunca. Aparte, eras mamón. Te encerrabas con tus libritos y no le hacías caso a nadie. Más que a mí, que no te pelaba en absoluto. Cuando te ibas me daban ganas de esculcarte, pero luego pensaba: Mejor que me lo enseñe todo él solo. ¿Sabes qué otro libro tendría que escribir la doctora Schmidt? El Manual de jaques para reinas desubicadas: cómo framear al rey sin mover una pestaña. Por eso en realidad no me importaba que los pendejos gatos de la oficina me vieran feo. ¿Cuándo has visto que un peón se meriende a una reina?

Tenía un gran defecto: me había hecho muy pacheca. Supongo que era una forma de soportar la vida de sirvienta que llevaba. A veces me subía al metro perdida. Con carita de estúpida, seguro. Supuestamente con la mariguana la gente se hace más amigable, pero conmigo pasa lo contrario. Me enconcho, me desconecto, me voy todita para dentro. Me miras a los ojos y lees: Nobody home. No te puedo atender, vuelve más tarde. Ventanilla cerrada por inventario. Además, en mis cinco sentidos iba toda tiesa, con pose de mamona, vigilando que no me manosearan, mientras que ya pacheca me importaba un pito. De pronto me gustaba. No sé si sepas, es un viejo deporte de coadicues. ¿Te has fijado que hay viejas que se pintan y se perfuman nomás para treparse al metro? Te iba a decir que es como un inmenso casting, pero igual es más bien un tianguis. El Gran Tianguis Móvil de Culos y Tetas. Atención, puñeteros: se vale sobar. Entonces te decía que ya pacheca me ponía flojita. Y era también como una vengancilla, porque decía: Bueno, si Ferreiro me va a manosear en la oficina, mínimo que no sea el primero. Aunque eso si, era el más asqueroso. Si de plano me dabas a escoger, prefería besarle las axilas al chofer del metro que tener que aguantar encima las garras de Ferreiro. Digo, para que entiendas por qué me emberrinchaba tanto que me hicieras escenas de celos cada que me veías con el pendejo del Nefas. Psst, sobrecargo, una bolsa de mareo por el amor de Dios.

Ladies and Gentlemen: Violetta Unplugged. Decía que sí a todo y me valía una madre si se caía el mundo. Llegué a ser tan pacheca que hasta cargaba galletitas de mantequilla verde. Me las comía a las once de la mañana y el pasón me duraba hasta la hora de salir. Excepto cuando tenía junta con el cliente, que por supuesto iba a durar hasta quién sabe qué horas. Dirás que no eran exactamente reuniones de negocios, ¿ajá?, pero yo creo que sí, y hasta más que las otras. Cuando un cliente se sentaba en una mesa con Ferreiro y Paul, no hacían más que arreglar pendejaditas del diario. Yo, en cambio, tenía que echar a andar una puta obra de teatro. No podía estar pacheca, porque entonces no conseguía todo lo que me había propuesto. Lo de menos era que me aprobaran las campañas, eso podía conseguirlo sin tener que perder la vertical. El chiste era poner al güey completamente de mi lado, y ése es trabajo fino. Tanto que ni siquiera tiene que ver con el colchón. No importa si negocias en la mesa o en la cama, la onda es saber quién va a tirarse a quién. Los hombres casi nunca se preguntan eso, a lo mejor porque ya están acostumbrados a estar arriba. Y en mi caso el cliente estaba tres veces arriba: una porque era hombre, dos porque era cliente, y tres porque tenía cosas que yo quería tener. Podría decirte: Zutano y Perengano, pero es mejor que siga diciendo: El Cliente. Porque eran eso, los clientes de la agencia. Y yo era una ejecutiva que trabajaba en el área de Servicio a Clientes. Con esa coartadita me movía con una libertad que los demás ni soñaban. Finalmente, la gracia era llegar a mi casa diciendo: Me los cogí a todos. ¿Tú crees que toda esa labor no era trabajo? Paul decía: Tenemos que hacer de cada cliente un amigo. Yo pensaba: A la mierda la amistad, I need some sugar daddies.

¿Cómo traducirlas sugar daddy? ¿Papito azucarado? Se oye de lo más guarro. Pero así era. Si quería que mi papito me diera mi domingo, más me valía retacarle de azúcar el hocico. Tenía que echar a andar una historieta, con celos y apapachos y todo el repertorio. O sea que si le rascas yo era la que inventaba las historias y tú el que se prostituía. ¿Ves cómo suena fuerte? Prostituirse.- parecería que no hay nada peor y al final casi todo el mundo lo hace. Lo que realmente les molesta es que una lo haga mejor que ellos. Les gustaría verte parada en la banqueta con un chicle en la boca: ¿Qué pasó, papacito, vas a ir? Les gustaría aventarte trescientos pesos a la cama, subirse la bragueta y olvidarse de ti por los siglos de los siglos. Tú no sabes a cuántos estúpidos me llegué a encontrar que corrían con tal de no tener que saludarme. Carajo, ¿quién les dijo que yo pensaba siquiera decirles hola? ¿Nadie se ha dado cuenta que estoy de paso, que así como una noche doy el colchonazo al día siguiente puedo ir a comer al jockey Club, y que de todos modos sigo estando de paso? ¿Por qué la gente nunca cree que seas más de lo que ve? ¿Por qué ven solamente lo que quieren ver? Cualquier perro sarnoso y malcomido puede ver más que los pendejos que se creen inteligentes. Cualquier rata ve más que cualquier gato.

¿Tú crees que yo iba a darme el lujo de no comprarte? Como te digo, todos eran tramposos, pero tú me saliste canela fina. Las trampas de los otros eran obvias. Contabilidad doble, comisiones de imprentas, facturas alteradas, lo normal. Hasta mis mariditos de New York me contaban de enjuagues como ésos, ya ves que tengo vocación de confesora. Había tardes en que te veía encerrado escribiendo y decía: ¿Qué está haciendo este güey? Entonces me esperaba a que te llamaran a junta y entraba rapidísimo a checar. Sólo lo hice dos veces, una de ellas apenas alcancé a leer tres palabritas: oficina de mierda. La otra estabas tratando de copiar la firma de Paul. Beep-beep-beep-beep, tenemos un saboteador en la empresa. Nunca pensé que fueras un ladrón, los ladrones no se andan quejando por las oficinas de mierda. Odiabas trabajar allí, seguro dabas cualquier cosa por andar a esas horas en la calle. Cada vez que podías te asomabas. Ibas al baño todo el tiempo sólo para arrimarte a ver la calle. Por eso dije: Tengo que hacer algo. No te me habías acercado, y si te me acercabas yo iba a tratarte como mierda. Necesitaba un pacto, algo muy por debajo del agua. Deja que te lo explique: Tenía que agarrarte de los huevos.

Había leído tu contrato por un mes. No sabía si te ibas a quedar, pero según decían no eras malo. Eras lacra y te daba hueva el mundo entero, aunque igual yo podía hacer algo contra eso. Si me las arreglaba para que la agencia conservara sus clientes, bien podía empezar a mover mis influencias para que el nuevo empleado no se fuera. Mis influencias contigo, para que me entiendas. Porque yo me sentía muy confiada en eso, me mirabas de un modo que no había lugar a dudas. Pero necesitaba una coartada, no podía llegarte puteando. Tenía que intentar algo más decente, y al mismo tiempo totalmente undercover. ¿Ves qué mundo de mierda? Está todo tan pinche corrompido que la decencia tiene que esconderse para sobrevivir.

¿Quién soy yo para hablar de la decencia? Supongo que alguien que la ve de lejos, que trata de alcanzarla, pero sin mucho esfuerzo. Porque si me esforzara, menos la alcanzaría. Siempre que digo: Ahora sí, ya voy a ser decente, uno, dos, tres: me convierto en una imbécil. Se me secan los sesos, pongo cara de Virginia Santoyo, le digo a todo el mundo que si, que si, que si, mira tú qué pendeja tan encantadora. Y no funciona, ¿ajá? Pero contigo no me lo propuse. No podía contar con que no supieras algo, por más que no te viera nunca hablar con nadie. Si Paul ya me llamaba la Lic. Posturopedic, lo más fácil era que en cualquier junta repitiera su chiste. Supongo que el respeto no tenía por qué estar entre las prestaciones de la empresa. ¿Qué iban a respetarme? ¿Que gracias a las prestaciones que yo le hacía al cliente podían seguir sacando la nómina? Nunca tuve quien me contara chismes, aunque ni falta hacía. Finalmente una siempre escucha cosas, tampoco había que ser cartomanciana para olerse que la agencia hacía agua por todas partes. Hasta las secretarias de Paul decían que el niño ya no hallaba cómo desmadrar su herencia. Ok, lo acepto, yo quería que te quedaras en el barco para que me ayudaras a bajarme de él, pero tampoco niego que me daba curiosidad el tuyo. No he dicho que quisiera subirme, sólo que me sentía curiosa. Ya me imagino lo que estás pensando: Violetta se moría porque yo la secuestrara y la llevara a pasear en mi barquito. Pero no, eso era fácil. Yo en realidad no me moría por nada. Quería un chingo de dinero, como siempre, pero te digo que de pronto sentía otras cosas. Quería saber cómo era la vida de alguien que no fuera yo, pero se pareciera a mí. Alguien que navegara con bandera de estúpido y de repente me dijera: Soy pirata, y entonces me llevara por la fuerza.

Al final, más pirata era Ferreiro. ¿Sabes por qué te rechazaba tus mejores campañas? No podía decírtelo entonces, te habrías engorilado horriblemente, y eso ni a tí ni a mí nos convenía. ¿Tú crees que no me daba tentación irle a contar a Paul que el mierda de mi jefe vendía en otras partes las campañas que te rechazaba? Tenía un socio, o amigo, O cómplice, no sé, en Barranquilla. Un tal Bruce Jáuregui, que era el que colocaba tus ideas en no sé qué lugares. Según yo las usaban para lavar dinero, porque a Ferreiro le hacían unos depósitos en dólares que te mareaban. Es más, un par de veces fui la encargada de falsear tus textos. Hasta donde yo sé, Nefastófeles quería convencer a Paul de asociarse con sus amigos de Sudamérica, supongo que para empezar también a lavar en casa. No sé si producían los anuncios, pero Ferreiro los mandaba idénticos. ¿Sabes qué dicen los faxes de Ferreiro? Publishop. ¿Sabes qué es Publishop? Nada. No existe. Hay papelería, tarjetas personales, facturas, cheques y no sé qué más cosas que dicen Publishop, pero no está ni en Hacienda. Creo que registró la propiedad del logo y el nombre, pero hasta ahí. Es burdo, Nefastófeles, también por eso te detesta. Nunca va a perdonarte que hables el mismo idioma que Paul. Lo haces sentir tlahuica, lo acomplejas, sabe que cuando quieras vas a largarte con tu majestad de mamón anacoreta y él va a tener que quedarse a seguir esnorqueleando entre la mierda. Aparte, a Nefastófeles hay que enfrentársele desde un vicio distinto, porque si tú también te metes coca te hace mierda. Ése es su territorio, ¿ajá? Te va a dar la mejor cois de tu vida, y es como si te enamoraras: te da terror zafarte. Agarrarle la cois a Nefastófeles te compromete mucho más que si le agarras cualquier otra cosa, yo sé lo que te digo. Por eso cuando me hice pacheca y luego lo encontré, dije: Ok, trabajo con este güey, pero pacheca. No voy ni a ver su cois, ésa va a ser mi fuerza. ¿0 qué? ¿Querías que me fumara a Nefastófeles sin drogas? ¿Alguna vez te han sacado una muela sin anestesia? La mois tenía una gran ventaja: me quitaba las náuseas. Pacheca ya no me costaba tanto trabajo perdonarme. Cuando Ferreiro me decía Maripanitafolclórica, yo cerraba los ojos y pensaba: Pinche coco de mierda, no me vas a ganar. Los abría otra vez y le sonreía, casi casi humildita, si no fuera porque los dos sabíamos que sólo con su cois me iba a poder quebrar. Juraba el güey que iba a acabar pidiéndole, porque por suerte no sabía del muertito. Fue tan horrible ese pinche incidente que ahí si juré: Nunca más cois. Le tenía terror a la caspa de Don Sata. Le tengo, todavía. La cois es el amor sin el amor. Te pone igual, pero en el fondo sabes que no es cierto. Y no vas a aceptarlo. Una se mete cois para no tener que aceptar nada. Yo le tenía miedo al amor, o a lo que yo me imaginaba que era el amor. No quería que la gente se me acercara.

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