¿Tú sabes la alegría que es recibir toda esa coca gratis en la puerta de tu casa? La verdad yo tampoco, pero eso creí entonces. Cuando llegó a mi casa y tocó el timbre-que de por sí me dio tremendo freak, porque nadie tocaba el timbre ni la puerta de ese departamento- oí su voz y como que sentí no sé, no mames: un alivio inmenso. Pensé: Mi pasaporte, pero quería más que eso. Estaba muy segura que podía sacarle toda clase de cosas. Me creía la mala, te digo. No me gustaba nada, físicamente, pues, pero de todos modos era menos feo y gordo y ruco que la mayoría de mis mariditos. Quiero decir que no era exactamente una compañía desagradable. No al principio. Además, no buscaba a huevo sexo. Cuando llegó a mi puerta me encontró chamagosa, con los pelos entre parados y aplastados, sin peluca, pero con un atuendo de lo más conveniente: camisón sin brasier, calzones chiquititos, todo como transparentoso. Y así le abrí la puerta, como si fuéramos grandes y viejísimos cuates. Pero él entró sin mirarme los senos ni las piernas ni las nalgas. Directito a los ojos, nada más. Miradita de cura cruzado con verdugo. O también: de rohipnoles cruzados con Jack Daniels cruzado con caspita de Satanás, trifásico el muñeco. Me lo dijo en el interfón: Aquí traigo tu caspa, muñequita. Y ante una oferta de ésas la falta de peinado, vestido y maquillaje pasaba a ser, digamos, cosa circunstancial. Cois, pasaporte, dólares: ni modo de estamparle la puerta en las narices a quien trae los disfraces para tu carnaval.
También traía leche, pan, Milkyways, pretzels, todo lo necesario para quebrar posibles resistencias. Como si esa coquita no fuera suficientemente irresistible. Porque era una delicia, no lo voy a negar. Cinco veces más rica que la que yo compraba, aunque el doble de cara: ciento cuarenta el gramo. ¿0 a poco crees que el puto Nefastófeles me la iba a regalar? Digo, ese día me la dio, pero no tardó mucho en pasarme la factura. De hecho, ese día me paró los pelos. Ya que estábamos tranquis con el primer jalón, me contó que en el Hilton habían agarrado a una colega. Según esto la niña vendía coca a los turistas y la apañaron a media maroma. La policía en el cuarto y todo el rollo. Lo que más me asustó fue cuando Nefastófeles me dijo que se la habían llevado casi desnuda. ¿Qué quería decir casi desnuda? ¿Sin la blusa? ¿En calzones? ¿Envuelta en una sábana? Cómo sería mi miedo que ni pregunté. Además, según él, la pobre traficante no tenía ni papeles. ¡Traficante! ¿O sea que yo era narca, como ella? No lo pensaba, ¿ajá? Una roba y putea y vende coca sin verse en el espejo y decir: Yo soy todo esto. Pero igual se lo había contado a Nefastófeles, y él si podía decir que su nueva amiguita era ratera, narca y puta. Vaya que si lo dijo: no teníamos ni dos semanas de conocernos cuando ya me lo estaba gritoneando en mi carota. Todavía más feo, en diminutivo. Narquita. Raterilla. Putita. Para acabar de entrada con el respeto, porque todavía a La Gran Puta te le cuadras, mínimo por ser madre de tantos hijos. Pero a las putezuelas les escupes, ¿ajá?
Tú no, tal vez. El Nefas, puta madre: nada más empezaba a oler que yo traía algo chueco, y ya iba preparándome el gargajo. ¿Qué haces cuando te llega el primogénito de La Gran Puta y te escupe en la cara? En condiciones normales, me habría encargado personalmente de dejar a La Gran Puta sin nietos, pero en las dos semanas que estuvo visitándome se encargó de amarrarme completita. 0 sea que te repito la pregunta, sólo que adicionada con nuevos y deliciosos ingredientes: ¿Cómo te defiendes de quien te amarra y te escupe? Voy a darte una pista: ¿Qué es lo que mueves cuando no puedes moverte? Los ojos, claro. A los ojos no puedes amarrarlos. Y si los vendas le quitas todo el chiste al escupitajo. A lo mejor el que te escupe espera que mires para abajo, o que lo veas con odio. O con miedo, o tristeza, o arrepentimiento. Pero yo lo miraba fijo, neutro. Como una Polaroid que nada más te capta. Sin ninguna opinión.
Aunque los psicodramas se tardaron más. No mucho, por supuesto. Nefastófeles fue totalmente lindo durante exactamente quince días y medio, tanto que yo hasta le ofrecí que se quedara en mi casa. Y él todo diplomático, jurándome que no quería molestarme, pero de cualquier modo iba a ser un placer. Se vende hijo de puta con buenos modales, aproveche esta oferta por tiempo limitado. Tenía que haberme dado cuenta, pero como Violetta quería a huevo comerse Manhattan, su destino era confundir buitres con pavos. ¿Cuándo has entrado a un restorán donde preparen Zopilote a la plancha o Buitre parmesana? Siempre que te propongas desayunar pechugas de aves de rapiña, recuerda las palabras de la doctora Schmidt: They Hill findyoudeficious. A los buitres a veces se les mata, pero no se les come. No basta con que el hijo del usurero acuchille a su papá, también hay que quemar sus putas libretitas. Mírame a mí, frameadísima como el chingado Roger Rabbit por quererme otra vez pasar de viva a costillas de los buitres.
El chiste preferido de mi familia era decir: Rosalba, tú eres adoptada, porque cada año que pasaba me parecía menos a ellos. ¿Cada año? No me chinguen: cada instante. Por eso yo en secreto estaba muy de acuerdo con los cuatro, hasta que un día desperté de un sueño horrible donde mis padres se robaban a un bebé y se lo comían, y ahí sí me quedó clarísimo el oscuro misterio: yo no era adoptada, sino robada. Seguro que me habían sacado por la ventana de una casa rica. Un día que estaba enojadísima no me acuerdo por qué, me encerré con mis hermanitos -habrán tenido seis, ocho años- y les dije que tenía pruebas de que mis papás me habían robado de un castillo. Por dos o tres añitos funcionó: los tuve amenazados con que iba a refundir a sus rucos en la cárcel. Ya luego se les fue quitando lo crédulos y les dio por decirme La Momia del Castillo, pero debo decirte… ¿Qué debería decirte? Nada, en realidad. Te iba a decir que yo fui la única que se tragó entero ese cuento. Todavía hoy siento que mi vida es la de un pececito de agua dulce al que quién sabe quién echó al agua salada. En el agua dulce todo es más suavecito, no sé, más sutil. Las cosas están dadas desde siempre, no puedes recordar un solo instante de tu vida en el que no hubiera coches nuevos, sirvientas, mozos, viajes, hoteles, vinos. Y yo lo que no puedo recordar es una sola de esas cosas en mi vida, con excepción de las que me tuve que robar, alimentándome de carroña de pájaro carroñero, como ha sido mi desdichada y recontraputa costumbre. Pero ¿qué más chingados va a hacer un pez de agua dulce entre el agua salada? Tratar de regresar a su ambiente, ¿no es cierto? No sé si sea muy buena mi teoría, pero a mí me ha servido horrores para ponerme en paz con mi conciencia. Suena un pelito ecologista, además. ¡Salvemos a las Violettas!
Lo primero que yo pensaba de Nefastófeles era que se me parecía en un montón de cosas. Superficiales todas, porque yo no me había ni asomado a la cloaca que tiene en lugar de alma. Además, en la superficie estaba enterito el negocio: el güey me proveía de mi vicio, hacía como que me resolvía los problemas y me ponía en la carota unos números que me mareaban. Según él, yo podía dar madrazos de tres, cuatro mil dólares. Me decía que era experto en atrapar herederos. Gente como él, debía yo suponer. Como si no se le notara el morral escondido debajo del traje. No estás para saberlo, pero huele a petate ese cabrón. Un poquito que sude y se le va el aroma de su Gato Rabonne, por más litros y litros que se ponga. ¿Sabes en qué momento suda más Nefastófeles? When hesficking you. Y en esos días de tanta amabilidad, el mierda no me había mojado más que la mano, primero con su baba y después con el sudor de sus manitas. Yo igual me convencía de no sentir tanto asco, al cabo que para eso era buenísima, pero nunca me imaginé que el apestoso me estuviera fuckeando a mis espaldas. Vas a decir que es cosa mía, pero te juro que le sudan a chorros cuando está de algún modo por encima de ti. Si tienes la desgracia de ser su empleado, su mujer, su mozo, su enemigo con la espada en la garganta, y en un momento le viene la ideíta de sentirse mejor a tus costillas, vas a ver que las manos le sudan pesado. No sería lógico que tamaño traidor fuera incapaz de traicionarse solo. ¿Sabes por qué salió del Seminario’ Se la estaba jalando solo en la capilla, con los ojitos puestos en la Virgen. Creo que primero le dieron una entrada de patadas y cuerazos, ya te imaginarás que desde entonces Monseñor Nefastófeles gozaba de muy pocas simpatías. Los papás lo corrieron de la casa y él acabó chambeando en un burdel. Pero como tenía más ambiciones que todas las empleadas juntas, se fue metiendo a cursos y carreritas cortas. Aprendió hasta taquigrafía, más contabilidad y mercadotecnia y publicidad y las arañas, mientras en el burdel se aprendía los peores trucos de nuestro querido gremio. Me acuerdo que decía: El cliente tiene derecho a la razón, pero no al clímax. Decía también: Orgasmo entregado, diente perdido. Sólo que los orgasmos de Nefastófeles no son cualquier calambre. No digo que te ruja, ni que se te sacuda como epiléptico atropellado, son sus manos, su boca. Cuando más sientes que lo odias, lo miras y descubres que está pasando saliva. Theguy isfuckingyou, ¿ajá? Ya sé que no te agrada, que vas a aborrecerme por decírtelo, pero si vas a ser mi biógrafo cállate y apunta. ¿Sabes con qué poéticas palabras te invitaba ese güey a meterte en su cama? Véngase, mamasota, vamos a hacer el rencor. Dime una cosa, darling.- ¿Sientes las mismas ganas de vomitar que yo?
Y eso que no te he hablado de las babas en la boca. Las suyas, claro. En la mía, por supuesto. Pero eso fue cuando él ya había sacado el cobre. En esas dos semanas sólo tragaba saliva y se secaba las palmas empapadas en mi sillón. Pero me iba a ayudar. Por eso yo le echaba ganas para que me cayera bien, como que todavía le quería ver la cara de Superman The Second. Y él con la capa puesta, ¿ajá? Sólo que ya con otros métodos, como el de darle a Luisa Lane las grapas en ciento cuarenta bucks y obligarla a venderlas a doscientos cincuenta. Según él era el precio de esa coca en la calle, y cualquiera que la vendiera más barata o más cara se metía en problemas con los malos de la movie. Sólo que yo pensaba: Nadie va a ser más malo que Violetta, y las vendía al precio que se me antojaba. Pero ya no lo pude hacer con mi proveedor. A partir de ese día me dediqué a vender la cois de Nefastófeles. Me decía: Te arriesgas mucho si vendes de la otra, la policía lo controla todo. ¿Veinte años enjaulada? Dime tú si no me iba a dar pavor.
Aunque le hacía trampas. Siempre supe arreglármelas para sacar más dólares por fuera. Lo que no te he contado fue cuando me apañó por primera vez, exactamente a los dieciséis días de conocerlo. Cómo voy a olvidar la madrugada del dieciséis de agosto del noventaiuno: Nefastófeles me cachó mezclando de mi coca con la suya para hacer más ganancia, y no quiero decirte lo que me hizo. Digamos que yo nunca me había acostado con nadie sólo para que me dejara de escupir. Cachetada, cachetada, escupitajo. Otras dos cachetadas, otras babas. Y vaya que había materia prima. Te juro que las cachetadas me tenían sin cuidado. O sea las soportaba, ¿ajá? Pero sentir los salivazos en la cara, no poder ni abrir los párpados sin ver los hilos de su baba en mis pestañas, o en los pelos que ya me había jaloneado, o en la peluca que en cualquier momento iba a echar por la ventana, eso yo no podía seguir soportándolo. Me gritaba: Te van a matar, narquita patiabierta, y con eso me hacía llorar más, así que de repente dije: Lo beso o me mata. ¿Te imaginas lo que es sentir horror de que un gañán te mate a punta de gargajos? Claro que darle besos no era así que dijeras la solución ideal, porque a partir de ese momento su saliva pasó de mi cara a mi lengua. ¿Sabes lo que es un beso de Nefastófeles? Todo menos una delicia para el paladar. Así que yo pensaba: Violetta, estás cogiendo con un rottweiler drogadicto, acuérdate de que su aliento a chinche putrefacta es un poco mejor que sus mordidas.