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Lo escribí en una servilleta: Hero wanted! Y entonces él me miró así, divertidísimo, y me dijo algo así como:

Sorry, I’m a Superhero! Y su sonrisa era tan transparente, se empeñaba tanto en que yo no pensara que me miraba el cuerpo, que de repente me sentía otra vez dentro del Nintendo, matando miles y millones de marcianitos con balas veinte veces más grandes que ellos. Me sentía invencible mientras le escribía: Se solicita Superhéroe, así, en español, y esperaba el momento en que leyera y preguntara y me dejara concentrar toda su curiosidad entre mis labios, mientras me decidía si se lo iba a traducir como Superheroe wanted! o Luisa Lane calling on Superman!

Y entonces que me saco de la manga lo del papacito calentón. No podía dejar que Eric se tomara nada a broma, porque de entrada no sabía ni dónde iba a dormir esa mismita noche. Y yo quería que fuera problema de Eric. Te digo que necesitaba asegurarme de que creía en mí, Y hasta donde yo sé esas ondas se arman con lana. ¿Cómo convences a una mujer de meter un paquete de coca en la panza de su hijo? Money talks and the fuckin’dog dances, querido. Yo no podía confiar en mis puros encantos. Traía una falda tableada con holanes rositas, una cosa terrible.

O sea que iba con el uniforme de jodida, sí no es que el de pendeja. O los dos juntos, que bien que combinan, y así no iba a poder comprar más que su compasión. La gente compasiva es de lo más estúpida. Traen la espina clavada desde que se enteraron de Todo Tu Problema, y ya les anda por librarse de ella. Hazte cuenta que echaste tu costal en su conciencia, y ellos con tal de no cargarlo van a desafanarse en cuanto puedan. Si Eric era nomás compasivo, podía decidir muy gringamente llamar al Consulado Mexicano, o a Inmigración, o a donde fuera para que me ayudaran a volver con mi familia. Thanks but no mother fuckin’thanks, ¿ajá? Te digo que no trago la compasión ajena. Me dan muchísimo asco los pendejos que buscan que los compadezcan. Compadezco a su madre, eso si. Yo no iba a soportar que Eric compadeciera a mi mamá, ni a mí, ni a nadie. Pregúntame la jeta que me puso cuando volvió del baño y se encontró en la mesa un sobre con cincuenta billetes de cien dólares. ¿Sabes qué decía el sobre? Imagínatelo con letras de neón: Ever been to Yankee Stadium, Superhero?

Estaba verde como pinche dólar. Decía cosas como Waít a minute, I guess, I would Like, pero no terminaba de decirme nada. Y yo lo interrumpía diciéndole: You don‘t really have to go with me, I’ll make it on my own, y en fin, quitándole un poquito el caramelo. Y luego regresaba al tema Daddy Boyfriendy te digo que todo seguía siendo un videojuego. Yo tenía el control y quinientas vidas, digamos que a diez dólares cada una. ¿Sabes por qué hay gente que tiene y gente que no tiene dinero? Porque el que tiene puede enterarse de todos los secretos del que no tiene nada más con untarle una lana en los ojitos. Si te contratan y te pagan poco es porque ya el olfato les dijo tu precio. Ser rico es aprender a oler el hambre.

Poco a poco fui dándome cuenta de que a Eric el dinero no le importaba tanto. Que si estaba de acuerdo en ayudar a una indocumentada no era porque tuviera más o menos dólares, sino porque le daba miedo verme sola con todo ese cash. Digamos que sentía compasión de súbdito.

O no sé, solidaridad de superhéroe. O por lo menos un poquito de la lujuria que debía de sentir cualquier beisbolista de high school frente a un montón de dólares en efectivo. Entrar al Yankee Stadium, aunque no hubiera juego. Y hasta entrar a mi cama, mínimo para no tener que estarme mirando las tetas dizque por error, ¿ajá? Y parpadeando todo el tiempo, con las manos que subían y bajaban de la mesa, siempre sin tocarme. Luego yo no paraba de pedirle: Take me to New York! Y él decía: No passport, no visa, y entonces yo le contestaba: Five thousand dollars, y volvía a pedirle que comprara los boletos del avión. Dos veces se calló y me dijo: I dont even know who you are. Las dos me moleste, me indigné, me le puse intratable. Hasta que me abrazaba y decía: Ms ok. Y yo decía: Kiss me! Y él empezaba otra vez a hacerme ojitos de semáforo y estoy segura que sufría pensando: Chin, apenas sé su nombre y ya me está pidiendo que cometa no sé, un delito federal o algo así, muy pesado, de lo más reprobable. Y era como tratar de convencer al hijo del jardinero, porque igual lo veía que dudaba, pero ya me quedaba claro que no se iba a rajar. Una mujer se vuelve mágica cuando las circunstancias la obligan a hacer magia. A Eric la pura idea de comprar unos boletos de avión le daba como vértigo. Yo le decía: Entonces compra un coche y llévame. Porque me daba miedo ir en Greyhound Es fácil que te agarren en un Greybound No hay para dónde correr, ¿ajá? En el aeropuerto tampoco, pero son cinco minutos y ya, no cuatro días seguidos de martirio. Incomodísima, además, como pinche gatita cuidavacas. Y yo era rica. Tenía que viajar en avión. Y hasta en primera clase, ¿ajá? Iba a ser la segunda vez que volaba, me emocionaba horrores llegar así a New York. Volando, con mi novio y en First Class. No sabía ni cómo era o qué te daban, pero yo quería ir en primera, carajo. Y no iba a haber manera de que Eric se zafara. Le miraba las manos y decía: juro que este texano va a ir conmigo a New York. Pensaba: Sí, me gusta, pero igual tenía claro que no podía valer más de cinco mil dólares. Más que un par de boletos para el Yankee Stadium. Ni tampoco más que unos senos a los que no se atrevía a ver de frente. Los senos son como el dinero, ninguno acepta que los necesita pero ninguno deja de pensar en ellos. Una mujer con el escote en su lugar tiene todas las armas para mover al mundo. Claro que eso también lo sabes tú. ¿Te acuerdas lo que me dijiste de mis senos? Que eran al mismo tiempo la palanca y el punto de apoyo. Supongo que Eric también se dio cuenta de eso, porque hasta cuando dejaba de parpadear y de mover las la manos me decía todo sure, sure, como para calmarme. Pero yo le decía: Don’t give me aspiríns, no aspirins, no aspirins. Hasta que se callaba: no aspirins Porque de nada me servía un sure, necesitaba el yes. Sure, of course, naturally absolutely: puros pinches analgésicos. Cuando una saca un sobre repleto de billetes de cien dólares, la única respuesta que se acepta es: Yes. Con su debido right now, ¿ajá? Sure is aspirin, yes is surgery, le decía. Y él contestaba:, y yo volvía otra vez: No aspirin, no tylenol. Sure is aspirin, is tylenol, gotta gimme some damn surgery! Con un acento terrible, pero ya con las contracciones que me había aprendido en las historietitas en inglés. Gonna, wanna, gimme, gotta. Se siente una gringuísima cuando las usa. Ya luego te acostumbras, como buena arribista. Ni modo de negarte la cruz de mi parroquia. Toda mi sangre es wannabe, qué quieres que haga.

Aunque igual era bruta. Decía frases sin sentido, adaptadas directo del español. ¿Quieres reírte de mí? Cuando alguien me decía: Thank you yo contestaba: Of nothing. Por eso cuando Eric me dijo en voz bajita: You look pretty american, juré que era un piropo doble. 0 sea que me veía bonita y gringuita. Qué pendeja. Pensando en sonrojarme y perdiéndome la mejor noticia de la noche. Porque en ese momento no estaba dudando, sino calculando. Quería convencerse, ¿ajá? Y ya ves cómo es luego la gente de persuasiva cuando ya se propuso convencerse sola. Yo no me daba cuenta de que looking pretty american era el camino más veloz para convencer a Eric de rentar un carro y largarnos esa misma noche a Houston. Tampoco me podía imaginar que Eric quería rentar el coche con todo y gringos. No me preguntes cómo se llamaban, si quieres ponles Dick y Jane. Dick era short-stop del equipo de la high school y Jane hermana de su novia, cosa así. Por cien dólares nos podían llevar, si yo pagaba la gasolina. Ciento sesenta en total. Si nos íbamos por la 59 podíamos llegar hasta en cinco horas, pero nadie tenía más de veinte años. Nos iban a parar. Era mejor irnos por los pueblitos, de día, vestidos de deportistas. O sea pretty american. Y que le digo: Let’s go now. Fifty nine, you and me. Porque pensé: No me conviene nada viajar con sus amigos. Eran tres contra una, ¿ajá? Luego no sé por qué pero me daba miedo el viaje durante el día. Total que eran las once de la noche y Eric me suplicaba: Please, tomorrow!, con el teléfono en la mano y un montón de monedas en la bolsa. Pensé: Llegó la hora de enseñarle quién manda a este cabrón, y entonces que le grito: Now, and wit hout you!

Me alcanzó un par de cuadras adelante y le armé tal dramón que al final regresamos a llamar a Dick para ver si le hacíamos la oferta de su vida: dos mil dólares cash por el coche. Eric estaba necio en que ese pinche coche no valía ni mil quinientos, y yo tenía la idea de que su pura discreción podía valer más de tres mil. Era un Escort viejón, aunque con buen estéreo. Acabamos comprándolo en mil seiscientos, pero Eric le soltó otros cuatrocientos para que se callara. Aunque igual le dijimos que habíamos decidido ir mejor hacia Austin, y después a Los Ángeles. Eric como que no acababa de entender pa qué tanto misterio, pero yo sí me daba cuenta del tamaño del pedo. Estaba secuestrando a Eric, ¿ajá? Ya lo había convencido de traer en su bolsa los cinco mil dólares, y lo iba a convencer de traer más. Y eso es más convincente que una pistola en la sien. Nadie sabe qué hacer con el dinero enfrente. Puedes pedirles que hagan cualquier cosa y ellos entienden que no son consejos, ¿ajá? Son instrucciones. El dinero la pone a una nerviosa, y no hay nada mejor para los nervios que seguir instrucciones. El dinero es mandón, gritón, asusta.

Y más si viene acompañado de unos senos en flor y una sonrisa que se muere por corromperte y una mano que tiembla y otra que te acaricia un muslo y unos labios mojados que te ordenan: ¡Vámonos! Cuando entramos a la 59 ya veníamos abrazados, yo temblando de frío y creo que él de miedo.

Pero estaba feliz, era clarísimo. Tenía dos hermanos también pitchers, y un padre que según él había jugado en el Yankee Stadium. Ya había terminado la high school y en unos meses iba a entrar en la universidad, pero seguía jugando con el equipo de béisbol. Y yo creo que también tenía unas ganas tremendas de escaparse de todo eso, porque a los diez minutos ya no temblaba, ni me esquivaba la mirada, ni movía la cabeza hacia los lados, que es lo que uno hace siempre cuando toma el lugar de su papi observa el panorama y dice: Ya ni la jodes. Ahora si la cagaste. Parece mentira que a tu edad hagas estas putas idioteces. Y ya ves que las putas idioteces son más guapas y más interesantes que las chingadas sensateces. Igual teníamos pavor de que en la carretera nos pararan, y eso como que le sumaba puntos al score. ¿Sabes lo que era ir por una carretera gringa, con galán a bordo y dineral en la cajuela, right on the road to Heaven? Me sentía poderosa, no sé, invencible. Era como si todo lo que había pensado y creído y dicho y gritado en los últimos tres años de mi vida se hubiera vuelto cierto de un madrazo, como si atrás del bosque o no sé, de los árboles, hubiera un juez diciendo: Tiene Usted La Razón. Era posible, ¿ajá? Por más que mis papas se hubieran empeñado en que mi mundo fuera pequeñito y apestoso, yo estaba consiguiendo espacio. Aire. Futuro. Cosas que una estudiante de secundaria-con-secretariado no puede imaginarse, y menos si su idea de vivir rápido es no sé, alcanzar a su jefe con el dictado. Yo quería obedecer, pero al destino. Y a mis necesidades. Y hasta a mis caprichos, que a la hora de la hora eran los que contaban. Yo quería que contaran y él estaba de acuerdo. That’s why he was my boyfriend

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