Shanna se estremeció en la oscuridad. Tenía los ojos dilatados y las lágrimas corrían por sus mejillas. Cuando él la tomó nuevamente en brazos, ella se apretó contra su pecho y gimió:
– Ámame, Ruark.
– Te amo, amor mío, te amo -susurró él suavemente, lleno de compasión.
La habitación se iluminó completamente y él vio que Shanna agitaba la cabeza de lado a lado. Tenía los ojos cerrados y las lágrimas asomaban entre los párpados y la cara se le crispaba en una mueca de miedo. Se llevó las manos a las orejas para no oír el estampido de los truenos.
– ¡No, no! -gritó y aferró un brazo de Ruark-. ¡Tómame! ¡Tómame ahora! -Cualquier cosa para arrancarla de este horror que le producía la tormenta.
Shanna cayó sobre la cama, arrastrando consigo a Ruark. En otro relámpago él vio la intensa ansiedad en la cara de ella y su sangre se calentó y en el momento olvidó todo lo demás.
La tormenta hubiera podido estar contenida en la habitación y no ellos no le hubiesen prestado atención. Había entre los dos esa tormenta de pasión que cegaba tan efectivamente como el relámpago más brillante y ensordecía como un trueno que hubiera estallado cerca de sus oídos. Cada contacto era fuego, cada palabra una bendición, cada movimiento de su unión una rapsodia de pasión que crecía hasta que parecía que todos los instrumentos del mundo se combinaban para llevar la música de, sus almas a un crescendo continuo.
Momentos más tarde, la voz de Shanna sonó, pequeña y serena, vacilante.
– ¿No te basto yo que tienes que buscar a otras?
– No hubo ninguna otra, Shanna.
– ¿Y Milly?
Un relámpago iluminó la cara de él.
– Esa pequeña víbora -dijo- preparó una travesura y la usó para irritarte. Nunca hubo nada entre ella y yo. Lo juro.
Shanna se cubrió la cara con un brazo.
– ¿Por qué no me lo dijiste?
– No me diste oportunidad.
Shanna emitió un gemido lastimero y las lágrimas empezaron a rodar por sus mejillas. Ruark la besó suavemente en la boca y trató de calmar sus sollozos.
– ¿Me odias mucho, mi capitán pirata? -preguntó ella.
– Ay -murmuró roncamente-. Te odio cuando te apartas de mí pero ese odio nunca dura más allá de tu primer beso.
Shanna lo abrazó con pasión y empezó a besarlo en la, cara y los labios, medio llorando, medio riendo, hasta que sus temores desaparecieron completamente. Después, aunque afuera rugía la tormenta y abajo seguía amenazando el peligro, los dos se hundieron abrazados, como dos tiernas criaturas, en el reino de los sueños.
A mediodía Gaitlier les trajo comida pero se apresuró a marcharse después de dejar su bandeja, pues Shanna lo miró ceñuda desde la cama y Ruark, el cabello en desorden y ajustándose todavía los calzones cortos, aguardó junto a la puerta con aire impaciente hasta que hombre se retiró.
Ruark cerró la puerta y miró a Shanna. Ella le sonrió suavemente y él se acercó, la tomó en brazos y metió la mano debajo de la sábana para acariciada. Ella rió, y respondió a sus caricias curvando seductoramente su cuerpo hacia él.
– Señora, tiene usted las artimañas de una hechicera -bromeo él-. Ahora dime la verdad. ¿Eres una seductora o una seducida ¿Una violadora o una violada? ¿Una hechicera o, una hechizada?
– Todas esas cosas -dijo Shanna y se estiró perezosamente.
Ruark contempló el cuerpo suave y tentador. Ella era hermosa, más allá de las palabras.
– ¿O quizá prefieres que hoy sea seductora? -dijo ella, atrayéndolo entre sus brazos-. ¿O prefieres una bruja?
En ese momento oyeron unas fuertes pisadas en el pasillo fuerte voz de Harripen.
– ¡Ruark! ¡Ruark! ¡Capitán Ruark!
Ruark soltó un juramento, se estiró sobre la cama y tomó su pistola y su sable. Shanna se apresuro a cubrirse con la sábana hasta el cuello.
La puerta se abrió violentamente y golpeó contra la pared. E ese momento, Harripen se encontró frente a un hombre furioso que le apuntaba a la frente con una pistola amartillada. Harripen abrió los brazos.
– ¡Baja eso, muchacho!
– ¡Maldición, hombre! -gruñó Ruark-. ¿Qué te trae aquí en esa forma?
Harripen permaneció cuidadosamente inmóvil mientras Ruark bajaba la pistola y la dejaba, todavía, amartillada, sobre la mesilla de noche.
– He venido desarmado y sólo quería conversar -dijo Harripen
– ¿Desarmado? -Ruark señaló con su sable el borde de la bota de Harripen, donde asomaba el mango de una pequeña daga. El pirata se encogió de hombros y levantó los brazos.
– ¡Márchate ahora mismo, Harripen! -estalló Ruark-. Bajare a su debido tiempo.
El inglés señaló con sus manos.
– Tranquilízate, muchacho. No vengo con malas intenciones. Pensé que ahora estarían comiendo, eso es todo.
Con un encogimiento de hombros que pareció excusar su intromisión, cruzó la habitación hasta la fuente de comida tomó media gallina con sus manos sucias y empezó a comerla.
– Solo quería discutir contigo un asunto importante muchacho.
– No veo que tengamos nada que discutir -replicó secamente Ruark.
Harripen rió y se acercó a la cama, del lado donde estaba Shanna. Sus ojillos grises, acuosos, recorrieron lentamente el cuerpo de ella. Ignoró la expresión ceñuda de Ruark, se sentó sobre la cama y dirigió a Shanna una grasienta sonrisa mientras se metía en la boca un gran trozo del ave. Shanna retrocedió disgustada y rápidamente se refugió en los brazos de Ruark.
Ruark estaba medio sentado, medio arrodillado, con una rodilla sobre el borde de la cama, directamente frente a Harripen. La hoja del sable completaba el círculo alrededor de ella, con el borde filoso hacia afuera hacia el otro capitán.
Harripen señaló con la gallina y dijo:
– Ajá, veo que ella es ardiente. Muy ardiente y ansiosa por ti. Se diría por la forma en que le arrancó a Carmelita de tu regazo. ¿Cuánto quieres por ella? Difícilmente valga los problemas que te ha causado. -El bucanero se inclinó con ansiedad y sus ojos enrojecidos brillaron malignamente. Ladeó la cabeza y sonrió, con un ojo a, medio cerrar en un guiño inconcluso-. Oyeme, muchacho, te daré otra bolsa por tres noches con ella.
– Puede ser que llegue tu turno replicó Ruark lentamente pero por ahora por lo menos ella es mía.
– Ajá, eso ya lo has dejado claramente establecido -suspiró el pirata-. Sin embargo…
Harripen no pudo resistir el deseo de adelantar una mano grasienta para acariciar la brillante masa de rizos de Shanna pero se detuvo súbitamente cuando comprendió que si movía la mano una fracción de centímetro más, perdería más de un dedo pues el filo del sable se interpuso rápidamente. Sus ojos se posaron en Ruark y se dilataron levemente. Ruark lo miraba con una sonrisa que a la vez que era calma estaba llena de una paciencia extraña, mortal que hizo que a Harripen se le erizara la piel de la espalda.
Harripen retiró su mano como si hubiera tocado fuego, se levantó rápidamente de la cama y puso una buena distancia entre él y Ruark.
– ¡Infierno y condenación! -gruñó-. Eres muy quisquilloso. Pero no he venido a hablar de ella.
Arrojó hacia la mesa la gallina a medio comer y erró por amplio margen. En el espejo vio la imagen de Ruark y esos ojos de ámbar lo taladraron como los de un halcón receloso. Giró, se llevó las manos a la espalda y por un momento se balanceó sobre los talones, antes de empezar a hablar, casi con delicadeza.
– Mi propio barco es un poco más pequeño que el Good Hound pero hace tiempo que he puesto los ojos en el barco de Robby. Yo n quiero probar el filo de tu espada por ella, pero quizá podamos hacer negocio. Eres nuevo aquí y sabes poco de nuestras costumbres. Yo podría hacer que ganáramos una fortuna con un barco como el Good Hound y no arriesgaría su velamen ni a hombres valiosos ocupándome de fruslerías como la hija de Trahern. Pienso que mi parte del oro y mi propio barco serían un precio justo por el que tienes tú.
Ruark se levantó de la cama y apoyó un hombro contra uno de los sólidos postes. Apoyó en el suelo la punta de su sable, como aceptando la tregua ofrecida por Harripen. Pasó un largo momento antes de que respondiera.
– Esto es un asunto que tendré que pensarlo -dijo-. No tengo dudas sobre mi capacidad, pero mucho de lo que dices es verdad y, aunque tengo mi parte y la de Pellier, todavía necesito riquezas lo pensaré y pronto te daté mi respuesta.
Se adelantó, tomó a Harripen del brazo y lo condujo hasta la puerta.
– Pero hay una cosa que deseo pedirte -agregó Ruark-.Esta puerta es sólida. -Golpeó la madera con el puño de su espada-. Y un puño produce un buen sonido. Sabes -miró fijamente a Harripen-, casi rechacé tu propuesta antes de que tú me la hicieras. Te sugiero que no vuelvas a sobresaltarme.
Harripen asintió casi con ansiedad y se marchó. La puerta se cerró. El pirata se enjugó la frente y soltó el aliento. Ruark casi parecía demasiado gentil, pero sus ojos paralizaban a cualquiera cuando estaba furioso. Harripen se alejó y se consideró afortunado por haber salido ileso.