La comida continuó en silencio. Ruark no prestó mucha atención a Shanna y después de un momento apartó su plato medio lleno. Shanna se puso de pie y suspiro. Tomó una pequeña tajada de melón y fue hasta la ventana. Se oyó el eco distante de un trueno. Una ráfaga errante entró en la habitación, agitó las cortinas y movió los papeles de Ruark. Shanna abrió completamente los postigos y se apoyó en el antepecho El crepúsculo se volvió súbitamente blanco con un relámpago que sobresaltó a Shanna. Las nubes de tormenta ya estaban encima y las primeras gotas caían sobre la arena sedienta. Pronto, los detalles de la distancia fueron esfumados por la lluvia.
Ruark levantó la vista hacia la ventana y ahogó una exclamación al ver a Shanna. Ella estaba medio sentada, medio apoyada en el antepecho, de perfil, mirando las nubes oscuras. La difusa luz del crepúsculo la hacía parecerse a una estatua clásica de oro, vestida de brillante carmín. Su cabello parecía casi transparente y caía como una cascada de oscura miel hasta la cintura. El vestido se adhería a sus pechos, resaltando sus formas tentadoras. Mientras él la miraba, un relámpago cruzó el cielo y en su luz purísima ella se convirtió en una escultura en blanco marfil. Su rostro se veía pensativo, con una sonrisa triste.
"Dios mío – gimió Ruark interiormente-. ¿Sabe ella lo hermosa que es? ¿Sabe cuánto me atormenta?"
La lluvia se hizo más intensa y Shanna se convirtió en un camafeo, una obra de arte, pero ningún pintor hubiera podido retratar tanta belleza. La oscuridad descendió y ella quedó iluminada por el resplandor de las velas. Nuevamente se convirtió en una belleza misteriosa. Ruark desvió la mirada y quedó con los ojos fijos en un papel en blanco. Su mente empezó a vagar. Ruark pensó en qué ruegos, qué motivos podrían poner fin a la cólera irracional de ella.
¿Debería conducirse como un mozo enamorado? No, eso no. Ella lo rechazaría con desdén. ¿Pero qué esperaba de él? Se sentía perdido
Estaba desconcertado. Si ella conociera los pensamientos de él, ¿le mostraría compasión? Un simple contacto, un dedo apoyado en su brazo. "Una mirada – gritó su mente, desesperada -. ¡Cualquier cosa!"
Nada sucedió. Ningún contacto. Ni besos. Ni miradas. Ruark desvió la vista angustiado.
Shanna volvió lentamente el rostro hacia Ruark, quien aparentemente seguía absorto en sus mapas. Le dolía la garganta por el esfuerzo de contener las lágrimas y súbitamente tuvo el deseo intenso de ser estrechada por los brazos de alguien. Cruzó la habitación, se tendió sobre la cama y empezó a contemplar la espalda bronceada, desnuda de el mientras un millar de ideas cruzaban por su mente para ser rechazadas en seguida.
Ruark empezó a doblar sus mapas. Shanna vio sus movimientos y empezó a pensar alocadamente.
“¡El viene a la cama! ¿Qué haré ahora? Quizá me le entregue si él insiste, un poco.”
“¡No, maldito sea! – se corrigió, nuevamente colérica -. Toma a una vulgar mujerzuela debajo de, mis narices poco después de haberme hecho protestas de amor y sinceridad. Yo le enseñaré lo que es amor y sinceridad. Lo haré, tascar el freno, antes de acabar con él”.
Ruark se levantó y desperezo. Shanna dejó la cama y se dirigió muy altanera a su refugio de cortinas improvisadas. Ruark la miro ceñudo, juró por lo bajo y terminó el vino de su copa en un solo sorbo. Dejó sus calzones sobre el respaldo de una silla y se deslizó, de mala gana, entre las sábanas para aguardar el regreso de ella. Sabia que entonces, iniciaría la batalla de saberla tan cerca y no poder tocarla.
Después de un momento, Shanna regresó envuelta en una, gran toalla de lino. Tomó la manta, evito la mirada de él y nuevamente una barrera en forma de rollo para ponerla en el medio de la cama.
¡Fue demasiado! Con un rugido de ira, Ruark arrebato, el objeto y se puso de pie. De un salto, se acercó a la ventana y arrojó la barrera al patio. Cuando se volvió, la ira lo dominaba y su desnudez le daba un aspecto magnífico. Shanna lo miró con creciente temor y mucha admiración.
– ¡Ya estoy harto de todo esto! -Se acercó nuevamente a la cama y la miró con una expresión de gran determinación.
– Oh, estás harto -dijo Shanna despectivamente-. Tienes el atrevimiento de decir que yo debería ser tu esposa y pretendes que esto no debe ser un obstáculo para tus correrías.
– Hace tiempo, en mi celda, pasaba las horas contando los días de vida que me quedaban -empezó Ruark-. El carcelero hizo que la vida fuera un desafío para mí. Un desafío que yo acepté. -Alzó dramáticamente la mano-. En realidad, se la arrojé en la cara.
– ¡Que arrogancia! -Shanna levantó la mano en un gesto burlón y vio que él se envolvía las caderas con una toalla.
Ruark no hizo caso de sus palabras y siguió hablando:
– y entonces, en mi mundo húmedo y oscuro, llegó una luz y una calidez que yo había olvidado hacía tiempo. El pacto que ella me propuso superaba mis sueños más descabellados y otra vez mi mundo fue algo más que las cuatro paredes de piedra con un techo y una estrecha puerta de hierro para impedirme la huida.
Fue como si ella no lo hubiera escuchado.
– y entonces, cuando yo vine a ti, confundido, una vez más te aprovechaste de mí.
Ruark detuvo sus pasos por la habitación y la señalo con un dedo acusador.
– Por mi honor, representé mi papel y atendí a tu placer. Pero vi morir mi última esperanza y fui arrojado nuevamente a mi celda y tú te deslizaste en mis habitaciones en la oscuridad de la noche y te aprovechaste del sueño que todavía se aferraba a mis ojos.
Shanna se apartó rápidamente y empezó a caminar por la habitación.
– Una vez más, Shanna, el destino me favoreció. -Ruark hablaba con vehemencia y se frotaba un puño con su palma-. El verdugo fue burlado y por pura casualidad me vi arrojado a una vida mejor. Mi cólera era intensa. La necesidad de vengarme me hacía temblar las rodillas.
– Ciertamente, no perdiste oportunidad de hacerme correr el riesgo de quedar encinta y así salirte con la tuya. -Shanna echó la cabeza atrás y lo miró furiosa-. Puedo adivinar, que la falta de la criada de Londres fue que llevaba tu simiente en el vientre.
Ruark se rascó el mentón, pensativo.
– Pero después vi ante mí el pecho desnudo y se me hizo la promesa de reparar la falta que conmigo se había cometido. Se hizo el pacto. Yo desesperé porque no hubiera podido reclamar nada más de la que tanto me atormentaba. No tenía la menor posibilidad de escapar a mi promesa. Pero ella vino nuevamente e hizo más de lo pactado y entonces fui yo quien quedó en deuda. Sin embargo, ella me recibió bien cuando yo más lo necesitaba. Pero el destino cerró su mano contra mí y la más vil de las murmuraciones me enlodó. Otro nombre fue vinculado al mío por lenguas, malvadas.
– Pobre Milly -suspiró Shanna-. Ella cayó tan fácilmente como yo, aunque todavía no ha sentido la tendencia brutal de tu carácter
– Un torpe incidente fue montado para privarme de la pequeña felicidad que tenía.
– Fue la torpeza de ella lo que la hizo caer en tus garras. Pobre muchacha, ella no tenía fortuna para atraerte. Ciertamente, terminar como la otra, la de Inglaterra.
– Yo hubiera salido a defender mi causa, pero nuevamente me traicionaron y me encontré con el, contundente puño del bueno de Pitney.
– Pero tú sigues acusándome con la audacia de un bandido, de un pirata, -Shanna golpeó el suelo con el pie-, Haces que la crueldad de esos de abajo parezca mansedumbre de corderos.
– Tú niegas tus juramentos. Niegas mis derechos. Lastimas a mi orgullo y todo me lo niegas. Me tratas como a un lacayo y me traicionas en toda oportunidad que se presenta.
Shanna lo miró a los ojos y replicó con energía:
– Te apropias de mi corazón y entonces, lo hieres con infidelidades.
– Las infidelidades sólo puede cometerlas un esposo. Tú me las echas en cara y sin embargo, niegas que sea tu esposo. Pero tú aceptas a rebaños de cortejantes y eres con ellos más amable que conmigo.
Shanna se detuvo ante él con el rostro contorsionado por cólera.
– ¡Eres un grosero vulgar!
– ¡Tú eres una mujer casada!
– ¡Soy viuda!
– ¡Eres mi esposa! -gritó Ruark en voz tan alta que se oyó pese al ruido del viento que aullaba en el exterior.
– ¡Yo no soy tu esposa!
– ¡Lo eres!
– ¡No!
Quedaron separados por menos de un metro pero con un océano entre los dos, cada uno afirmado en sus convicciones, ninguno dispuesto a ceder.
En ese momento estalló un relámpago cegador que ilumino fugazmente la habitación. Antes de que el relámpago se apagara un trueno ensordecedor hizo temblar las paredes de piedra. Seguían sus ecos cuando otro relámpago lanzo su luz blanquísima. El rostro de Shanna quedó desencajado por el miedo, con la boca inmovilizada en un silencioso grito de terror. Otro trueno pareció lanzarla a los brazos de Ruark, quien olvidó su cólera, la abrazó y trató de calmar el temblor del cuerpo de ella. Una ráfaga de viento abrió los postigos y la lluvia entro en la habitación y apagó las velas.
Ruark dejó a Shanna cerca dé la cama y cerró los postigos. La noche era atravesada por una interminable sucesión de rayos y truenos que parecían caer en todas las partes de la isla.