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– Veamos, déjame a mí, Shanna -se ofreció él en tono sinceramente preocupado. Sacó su cuchillo y se acercó.

– No te me acerques -lo detuvo ella-. Me arrastras a una caminata por este montón de arena dejado de la mano de Dios, sin zapatos adecuados para mis pies y ni siquiera una sombra para protegerme. ¡Ay!

El quejido brotó cuando ella tiró de la espina que tenía clavada en el talón. Ruark fue hasta un arbusto del que arrancó varias hojas pequeñas y angostas, a las que retorció hasta obtener una masa húmeda.

– Aplícate esto en el talón -dijo-. Arderá un momento, pero calmara el dolor y quitara cualquier veneno.

Shanna hizo como le decía y casi gritó cuando los quemantes jugos penetraron en la herida. Sin embargo, casi inmediatamente el dolor empezó a disminuir. Poco después su talón estaba adormecido. Ruark nunca dejaba de sorprenderla. Sus recursos eran inagotables y parecía conocer muchas de estas pequeñas tretas.

Ruark miró nuevamente hacia la marisma y habló por encima de su hombro, con voz suave. _¡

– Has dicho que este paseo es inútil, Shanna. Y así debe parecerles a todos ellos.

Pero es aquí donde podemos encontrar nuestra vía de escape. -La miró ansiosamente-. Los españoles abrieron un canal a través del pantano, pero madre ocultó la entrada y no quiere revelar el secreto. -Señalo con la cabeza la maraña de mangles-. ¿Oyes los pájaros?- pregunto. Del pantano surgía un constante murmullo de sonidos-. Son pájaros, amor mío pero también hay otras cosas. Caimanes, lagartos, toda clase de serpientes. Es imposible cruzar a pie, y si pudiésemos, más allá está el mar abierto. Necesitamos un bote bastante grande, aunque el Good Hound es demasiado para que lo manejemos nosotros dos. -Ruark se encogió de hombros-. Pero es inútil seguir hablando. Quizá tu padre pague tu rescate y puedas ponerte a salvo antes de que pasen muchos días. Los siervos que enviaron los piratas llegarán a él esta noche o mañana temprano. Seguramente el vendrá inmediatamente.

Ruark la miró, sabiendo muy bien que si lograba devolverla a Los Camellos, ello podría significar para él un severo castigo. Trahern tomaría a mal su desaparición, sin duda ya lo había hecho, y Ruark se preguntaba si Shanna dejaría que lo castigaran antes de contar la verdad a su padre. En cualquier caso, su única preocupación en este momento era sacarla a ella de este infierno.

Sacó su cuchillo y se arrodilló junto a ella.

– Pobre Shanna. -Sonrió suavemente, aunque ella lo miró todavía furiosa. El se alzó de hombros-. Sólo quise conocer el terreno por si ello pudiera serme útil. -Se acercó más y cuando ella quiso apartarse su tono se volvió brusco-. Quédate quieta.

Su orden fue obedecida. El cuchillo se clavó en la manga del vestido y la cortó a la altura del codo. Después, él abrió la costura inferior de modo que del hombro quedó colgando como una pequeña capa, recatada pero suelta y fresca. Repitió la operación en la otra manga y se sentó sobre los talones. Observó el pecho fuertemente comprimido y otra vez se inclinó hacia adelante. El cuello almidonado cayó entre los arbustos, espantando a una bandada de pájaros. Ruark cortó el extremo suelto de su faja y colocó la suave seda debajo del borde del vestido. Arrugó la frente cuando vio la piel lacerada.

– No permitiré que maltrates a mi propiedad, Shanna. Te ordeno que pongas más cuidado.

Shanna se puso rígida ante este intento de humor, pero algo avergonzada de su estupidez, contuvo la lengua y se sometió a las maniobras de él. Cuando él metió la hoja en las costuras, ella sintió que el ceñido corpiño se aflojaba lentamente sobre sus pechos.

– Quiero concertar una alianza contigo, Shanna -dijo él en voz baja- y por eso he tratado de conducirme con prudencia y sacar el mejor partido de la situación. Mi propósito es devolverte a tu padre, sana y salva, y con ese fin te ruego que dejes de atormentarte y trates de pasarlo lo mejor posible. Eso vale para nosotros dos, amor mío. Por lo menos por un tiempo. ¡Ya está!

Se puso de pie y retrocedió un paso. Observó mientras Shanna, respiraba cómodamente por primera vez desde que se había puesto el vestido.

– Lo que queda de las costuras -dijo él- resistirá hasta que estemos nuevamente en nuestra habitación. ¿Estás cómoda ahora?

– Tanto como podía esperarse -replicó ella, en tono más cortante del que fue su intención.

Ruark le volvió la espalda y habló con voz ronca:

– Si te animas, ahora podemos regresar.

Shanna probó a pisar con su talón y se sorprendió al no sentir ningún dolor. Más se sorprendió cuando Ruark le ofreció el brazo para ayudarla. Lo tomó y se apoyó en él hasta que estuvieron a la vista de la aldea. Entonces se rezagó dos o tres pasos. El empezó a silbar y a agitar nuevamente su bastón, aparentemente para que cualquiera que estuviera observándolos creyera que estaban dando un paseo por pura diversión Pero ahora él caminaba con pasos más cortos y de tanto en tanto se volvía para ver si Shanna lo seguía.

Atravesaron la aldea y estaban acercándose ala posada cuando Ruark dejó el sendero bien trillado y exploró una estrecha huella atravesaba dunas cubiertas de hierba, un grupo de arbustos y terminaba en una charca pequeña y poco profunda.

Un rebaño de cabras se dispersó cuando ellos, llegaron y, huyeron hacia los arbustos que ocultaban el oasis. Era un refugio bien protegido de miradas indiscretas. Un arroyuelo cantarino alimentaba la charca, la cual, a su vez, desaguaba en el mar por un pequeño hilo de agua. El aire estaba inmóvil y el sol caía a plomo sin piedad, produciendo un calor de horno.

Ruark le dijo algo en voz baja y se alejó una corta distancia mientras Shanna quedaba fastidiada, preguntándose si ella también podría encontrar intimidad para sus propias necesidades, por lo menos más aislamiento que el que parecía bastarle a Ruark. Ella nunca antes había tenido que prescindir de esa intimidad y no estaba dispuesta a hacerlo ahora. Decididamente, caminó siguiendo el borde de la charca hacia un espeso macizo de arbustos cerca del extremo más alejado pero se tuvo abruptamente cuando Ruark le gritó una advertencia.

– No demasiado lejos.

Shanna se puso rígida y apretó los puños. Sin volverse, pregunto, secamente:

– ¿No se me permite algo de intimidad, mi amo y señor?

– Aléjame demasiado, amor, y podrás encontrar más compañía de la que deseas. Estamos cerca de la posada y no conviene que andes, vagando sola.

Shanna apretó los dientes.

– Entonces -dijo- vuelve la espalda. Por lo menos esto te pido.

– Concedido.

Cautamente, Shanna miró por encima de su hombro para ver si él realmente le había vuelto la espalda.

Después buscó la protección de los árboles.

Regresó poco después y encontró a Ruark con los pies en la charca. Se había quitado, las armas, el chaleco y el sombrero y los había dejado en el suelo.

– ¿Quieres compartir un baño conmigo? -preguntó él.

Shanna levantó airada su nariz quemada por el sol. Pero la charca ofrecía el único alivio a la vista y la tentación de acompañarlo fue demasiado intensa. Metió un dedo del pie en el agua y observó subrepticiamente mientras Ruark buscaba una parte más profunda. Con lentos y elásticos movimientos, él cruzó la charca nadando y regresó junto a ella. La miró.

– ¿Y bien? -preguntó poniéndose de pie-. ¿Vienes?

Shanna se encogió de hombros. Ruark tomó su respuesta como asentimiento y nuevamente se internó donde el agua era más profunda. Shanna se decidió y empezó a desabrocharse el vestido, pero se detuvo al oír el sonido de una campanilla que se acercaba. Aparecieron dos cabras de grandes ubres con sus, crías y detrás de ella, tarareando una melodía, venía Carmelita. Al ver a quienes la habían precedido, la mujer dio un grito de saludo.

– Eh, veo que se me han adelantado -dijo-. Muévete, mujer, porque allí voy.

Se quitó rápidamente las ropas que arrojó sobre unos arbustos. Después, con una falta total de pudor, desnuda, se zambullo levantando un géiser de agua, cuyas salpicaduras mojaron a la atónita Shanna.

Ruark se puso de pie y apartó de sus ojos sus cabellos mojados. Alzó la vista a tiempo para ver que Shanna se alejaba corriendo por la huella. La llamó pero sólo le respondió el furioso balido de una cabra.

Salió del agua y rápidamente se calzó las sandalias.

– Tonta -.murmuró-. Se meterá en problemas.

Tomó el resto de sus ropas y empezó a vestirse mientras corría.

Carmelita quedó mirándolo, decepcionada.

– ¡Malditos! -murmuró la mujer-. No pudo quedarse para un popo de diversión. ¡De todos modos, tenía puestos sus calzones!

Ruark alcanzó por fin a Shanna cuando terminó de vestirse y ceñir la faja con el sable. Shanna siguió caminando en silencio, con la vista fija hacia adelante.

Ruark traspuso la puerta de la posada antes que ella, pero ella paso junto a el sin detenerse y subió la escalera hasta su habitación. Afortunadamente el lugar estaba vacío con excepción de Madre, quien dormitaba en una silla. El hombrón se sobresaltó y miró a Ruark, pero en seguida volvió a dormirse.

Shanna estaba detrás de la puerta cuando Ruark la cerró tras de si y miró sorprendido la habitación.

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