Литмир - Электронная Библиотека

El señaló la caja de música. -Te he traído un presente. Shanna sonrió coquetamente.

– Gracias, Ruark. ¿Eso viene de las colonias?

– Le pedí al capitán Beauchamp que la hiciera comprar y que la enviara aquí -repuso Ruark-. ¿Te gusta?

Shanna escuchó un momento hasta que se percató de que la tonada era la misma que había escuchado a bordo del Marguerite.

– Hum, me gusta mucho. -Vio que él cerraba la tapa de la caja haciendo cesar la melodía, y levantó la vista con expresión inocente-. ¿Podría haber otro motivo que te trajo a mis habitaciones?

El sonrió lentamente y sus ojos recorrieron todo el cuerpo de ella.

– Me informaron que preguntaste por mí en toda la isla y no pude encontrar motivos para tanta urgencia, excepto uno. -Sus blancos dientes relampaguearon en una rápida sonrisa-. Por eso, aunque ya era tarde, vine aquí en la primera oportunidad para asegurarte que no me había escapado ante una inminente paternidad.

Shanna siguió secándose con la toalla, asimilando las palabras de él. Después de un momento comprendió.

– ¡Bribón! ¡Víbora! -estalló-. ¡Tonto presumido! -Su mano buscó algo en el agua-. ¿Crees que yo andaría pregonando eso en toda la isla?

Levantó la esponja para arrojársela.

– ¡Ah, ah! -Ruark sonrió traviesamente y agitó un dedo hacia ella-. Tencuidado, Shanna. Hergus no aprobará el desorden.

– Ooohhhh -gimió Shanna con los dientes apretados por la frustración. Hundió, la esponja debajo de la superficie del agua, como si quisiera ahogarla.

– Ven -dijo Ruark con voz suave, pero conteniendo la risa, sal de esa tina y sécate.

Ruark le tendió la toalla y esperó junto a la tina. Shanna se puso de pie y se envolvió en la toalla. El le ofreció su mano para ayudarla a salir del baño y la siguió hasta la mesa le tocador, admirando el movimiento de sus caderas que se balanceaban debajo de la toalla de lino.

– ¿Por qué me buscabas? -preguntó Ruark, mientras ella cepillaba sus largos cabellos.

Shanna. Recordó a JezebeL, se volvió y tomó los dedos delgados de Ruark.

– Oh, Ruark, el capitán Beauchamp me ha hecho el más maravilloso de los regalos. Una yegua hermosa, pero ha sido maltratada y necesita que la cuiden.

Ruark enarcó las cejas, sorprendido.

– ¿Maltratada?

– El capitán Roberts dijo que hubo una tormenta en el mar y que el animal se golpeó contra las paredes del pesebre. Le dije al muchacho de los establos que hiciera lo que pudiese hasta que tú vinieras. -Los ojos azul verdoso lo miraron implorantes-. Oh, Ruark, por favor, ocúpate del animal y haz que se ponga bien.

Ruark estiró una mano para acariciar los rizos dorados y la miro con ojos tiernos..

– ¿Te gusta mucho ese animal, Shanna?

– Sí, Ruark, muchísimo.

– Haré todo lo que pueda por ella -sonrió él-. Sabes que soy el más fiel y ardiente de tus esclavos.

Shanna apartó la mano de él y lo miró a través del espejo.

– ¿Y si fueras libre? -preguntó- ¿Te irías de aquí a buscar fortuna en otra parte?

– ¿Qué grandes tesoros podrían arrancarme de tu lado, amor mío? -repuso él mientras jugaba con un rizo de ella-. ¿Cómo podría abandonarte? Tú eres mi tesoro, la joya rara de mis deseos.

Shanna dejó el cepillo a un lado.

– Te burlas de mí, Ruark. Y yo tendría que saber la verdad.

– ¿La verdad? -Ruark hizo una reverencia a la imagen reflejada en el espejo y sonrió-. Deberías recordar los votos formulados ante el altar. Estoy unido a ti hasta que la muerte nos separe.

Shanna se levantó de la banqueta de terciopelo y cruzó la habitación bajo la mirada admirativa de él. No era consciente del efecto que su semidesnudez causaba en Ruark. La toalla ocultaba muy poco y ella movíase lentamente, con languidez y gracia.

– Cómo te gusta fastidiarme con eso, Ruark. Te comportas en una forma e invades mis habitaciones como si en este mundo poseyeras algo más que esa estúpida prenda que usas para cubrirte.

– Si yo soy un hombre pobre, entonces tú eres la esposa de un pobre -señaló Ruark con una risita.

– Eres un canalla que aprovecha cualquier débil pretexto para irrumpir en mis habitaciones -replicó Shanna-. Y para silenciarte, tengo que someterme a fin de que mi secreto no llegue a conocimiento de todo el mundo. Eres un desvergonzado. Alguien que abusa así de una dama ni siquiera es digno de que 1o cuelguen.

Ruark se le acercó con pasos mesurados y con una sonrisa lenta, hipnótica en sus labios. Shanna retrocedió al percatarse de que él estaba encerrándola y trató de mantener la distancia que los separaba.

– Señora, debo admitir que aprovecho cualquier excusa para estar con usted -dijo él en tono de broma-. ¿Pero yo un canalla, un desvergonzado? Seguramente, la vida que estoy llevando últimamente no es tan reprochable.

– ¡Ja! -replicó Shanna y se escabulló cuando él trató de acercársele más. Ruark no alcanzó a detenerla, aunque la fragancia de ella llegó a sus fosas nasales y le nubló la mente. No se dio por vencido y fue tras ella. Tratando de eludirlo, Shanna escapó detrás del largo sofá dejando una estela de risa musical similar al argentino sonido de un arroyuelo de montaña. El trató nuevamente de acercarse y Shanna se refugió detrás de una pequeña mesa con tapa de mármol.

– Ruark, contrólate -dijo ella, tratando de que su voz sonara severa-. Terminaré con esto de una vez por todas.

– Oh, sí que terminaremos -replicó él, hizo la mesa a un lado y le demostró que no había obstáculos para su avance.

La pared detuvo la retirada de Shanna, quien miró frenéticamente a su alrededor. A su izquierda estaba la cama. A su derecha, más allá de las cortinas de seda, se abrían las puertas de su balcón.

Shanna corrió hacia la cama, se arrojó sobre ella, rodó y se puso de pie del otro lado,- con el camisón en sus manos. Levantó los brazos, dejó que la prenda cayera sobre su cabeza y con un rápido movimiento liberó nuevamente sus brazos. El corto camisón detuvo su descenso en las caderas de ella. Shanna trató de bajado pero no lo consiguió, porque las manos de Ruark ya estaban en su cintura. El atrajo hacia sí las caderas desnudas y dejó que ella sintiera la presión de su enhiesta virilidad.

Súbitamente los juegos terminaron. Se miraron a los ojos, sus pulsos se aceleraron. Ruark bajó la cabeza y ella le rodeó el cuello con los brazos. Sus labios y sus cuerpos se unieron fundiéndolos en un solo ser y los dos se sintieron arrojados a un mundo privado de pasión abrasadora. El tiempo se detuvo y el momento pareció perdurar eternamente… hasta que fue destrozado como una copa de cristal por un fuerte golpe en la puerta del dormitorio de Shanna.

– ¿Shanna?-preguntó suavemente la voz de Orlan Trahern,-. ¿Estás despierta, criatura?

Ella respondió con voz ronca, áspera, como si estuviera semidormida, mientras se apartaba rápidamente Ruark.

– Un momento, papá, por favor.

Shanna miró desesperada a su alrededor, buscando alguna salida. Ruark le puso una mano en un hombro y con un dedo en los labios le pidió silencio. Señaló la cama, le puso una mano en las caderas y la empujó hacia allí Cuando Shanna se volvió para mirarlo él ya no estaba. Como una silenciosa ráfaga de viento, había abandonado la habitación. Las cortinas quedaron quietas después que él pasó y Shanna se sentó en la cama y subió los cobertores hasta su mentón.

– Entra, papá -dijo.

Shanna aguardó y oyó el ruido de la cerradura y los pasos de su padre en el saloncito exterior. Entonces advirtió horrorizada que el sombrero y la camisa de Ruark estaban todavía a los pies de la cama. Metió rápidamente las prendas debajo de las sábanas y cuando el hacendado entró en el dormitorio Shanna estaba nuevamente tapada hasta el mentón con las fragantes y frescas sábanas.

– Buenas noches, hija -dijo él, tratando de suavizar su voz habitualmente áspera-. Espero no haberte molestado demasiado.

– No, papá. -Bostezó y declaró, sin faltar a la verdad-: No dormía.

Trahern se sentó en el borde de la cama y Shanna se movió para hacerle lugar. El hacendado tomó una uva de un plato que estaba en la mesa de noche y la masticó con expresión pensativa.

– Pareces contenta de estar nuevamente en casa -dijo él, casi con vacilación.

– Claro que sí, papá -dijo Shanna con una amplia sonrisa. Por el momento se sentía en terreno seguro-. Me temo que yo, como tú, no he nacido para moverme en las cortes y círculos aristocráticos. Aprecio las costumbres y la libertad de esta isla mucho más que la pompa y el esplendor.

El pecho de Orlan rugió con su versión de una risita.

– Nunca pude soportar -dijo él- esas doncellas blancas como la leche, y tú, como tu madre, eres más hermosa con el color del sol en tus mejillas y en tu cabello. Y he comprobado con sorpresa que tienes una mente, y una voluntad propias. Pero hay algo que no puedo explicar. Hay en ti, últimamente, algo así como un aire de mujer casada, de esposa.

67
{"b":"81754","o":1}