Golpeó la espesa alfombra con su zapato y sonrió, con un brillo calculador en los ojos.
– Y si el señor Ralston desea enfrentar a mi padre cuando yo lo haga, tendrá que, darse prisa con sus negocios. Ello le dejará muy poco tiempo para averiguar la verdad acerca de mi casamiento. ¡Dios nos asista a todos si llega a descubrirlo!
Cuando Pitney se marchó y los sirvientes continuaron desempeñando silenciosamente sus tareas, Shanna Sintióse extrañamente sola. Estaba desanimada y se dejó caer en la silla, del pequeño escritorio, inquieta y fastidiada. La imagen de Ruark tal como lo había descrito Pitney -harapiento, flaco, golpeado, encadenado, furioso- contrastaba notablemente con el hombre que ella había visto en la escalinata de la iglesia. Se preguntó qué había hecho cambiar tanto a un hombre. Y la respuesta le llegó cuando pensó en un rostro contorsionado contra los barrotes de la ventanilla del carro prisión y el aullido desesperado que la siguió a través de la noche. Ella conocía demasiado bien la causa.
Su mente le hacía jugarretas. Se imaginaba a sí misma golpeada, insultada, encadenada, indefensa, condenada, desesperada, traicionada.
Un pequeño grito escapó de sus labios y en un momento fugaz sintió el amargo sabor de la furia que ahora debía llenar a Ruark. Irritada, desechó esos morbosos pensamientos y no permitió que su mente volviera a ellos a fin de evitarse desagradables remordimientos.
El sol entraba a raudales por las ventanas. El día era despejado, fresco, desusado para Londres en esta época del año con un cielo profundamente azul. Una refrescante brisa marina se había levantado con el sol y barrido las nubes bajas y el humo, dejando el aire limpio y con un leve dejo salino. Sin embargo, Shanna apenas notaba la belleza del día. Distraídamente tomó una pluma y una hoja de vitela y empezó a escribir su nombre sobre las hojas blancas.
Shanna Beauchamp.
Shanna Trahern Beauchamp. Shanna Elizabeth Beauchamp.
– ¡Señora Beauchamp!
"¿Señora? ¿Señora Beauchamp?"
Lentamente, se percató de que estaba siendo llamada por una voz fuera de sus pensamientos. Alzó la mirada y vio a su doncella que estaba en el vano de la puerta sosteniendo varias prendas de ropa, en su mayor parte prendas de abrigo para el tiempo frío.
– ¿Hergus?
– Me preguntaba, señora, si querrá que empaque estas cosas para el viaje a casa. Aquí parece haber suficiente, ¿o prefiere dejadas para la próxima vez?
– ¡No! Si tengo algo que decir al respecto, no regresaré en mucho tiempo. Ponlas en uno de los baúles más grandes.
La criada escocesa asintió con la cabeza, hizo una pausa y dirigió a Shanna una mirada de preocupación. ¿Se siente bien, señora? -preguntó-. ¿No desea descansar un poco?
Hergus habíase mostrado desusadamente afligida por ella desde el difícil momento cuando Shanna, con Pitney a su lado, anunciara su casamiento y su viudez a los atónitos sirvientes de la casa.
– Estoy bien, Hergus -dijo Shanna, desechando la ansiosa preocupación de la mujer, hundió la pluma en el tintero y agregó, por encima del hombro-: Regresaremos en el Marguerite antes de fin de semana. Sé que tendrás que darte prisa pero yo deseo regresar lo antes posible.
– Ajá, y tratará de consolarse junto a su padre.
Cuando las pisadas de la sirvienta se alejaron por el corredor Shanna llevó nuevamente la pluma al pergamino. Pero su mente no fluía en la dirección de los trazos decididos que hacía sino que se demoraba en sus propios y cavilosos caminos. Enrojeció al recordar los labios húmedos de él contra su pecho, los ojos color ámbar mirándola como hasta el fondo del alma y la penetración final que tanto la había satisfecho.
Con un,gemido de frustración, Shanna hundió la pluma en el tintero, se puso de pie y pasó su mano por la parte delantera de su vestido de terciopelo como si quisiera sacudirse una imperfección o el recuerdo de un cuerpo duro y fuerte apoyado contra ella con acalorado fervor.
Se inclinó con intención, de tomar el pergamino y hacerlo pedazos pero sus ojos vieron la obra que habían hecho sus manos mientras sus pensamientos flotaban á la deriva, el rostro entre adornos y trazos, ¡el boceto de Ruark Beauchamp! Los labios, bellos y sensuales aunque un poco severos, le sonreían burlones y divertidos mientras que los ojos… No, los ojos no estaban muy bien y ella dudó de que aun un gran maestro de pintura pudiera dibujados con una pluma.
Irritada consigo misma, se rebeló contra el dominio que ejercía sobre su mente el recuerdo de él, y murmuró, con vehemencia:
– ¡El grosero desvergonzado! El sólo lamentó que yo no le diera la posibilidad de escapar. Esa era su verdadera intención, quedarse a solas conmigo y después escapar. -Arrojó el trozo de pergamino-. Eso era lo que él quería y yo no me atormentaré por lo que hice.
Casi aliviada, Shanna suspiró después de haberse defendido adecuadamente ante el alto magistrado de su mente, su conciencia.
– ¡No volveré a pensar en él! -decidió firmemente.
Empero, cuando se acercó a la ventana, en los rincones más íntimos de sus pensamientos, atrincherada contra los ataques, la vaga amenaza de unos ojos de color ámbar la privaron de su victoria.
El encuentro de Shanna con Ralston tendría lugar más pronto de lo que ella esperaba, porque pocas horas más tarde, cuando ella se detuvo nuevamente en la tibia luz del sol que entraba por la ventana, un landó se detuvo frente a la casa de la ciudad y de él se apeó J ames Ralston. Quedó de pie un momento, golpeándose el muslo con una fusta de montar que siempre llevaba consigo, y alzó la vista hacia los niveles superiores de la mansión donde estaban sus habitaciones.
Shanna arrugó disgustada la nariz, profundamente fastidiada por este arribo antes de que ahorcaran a Ruark. Cruzó apresuradamente la habitación y trató de asumir una expresión compungida, sin dejar un momento de jurar entre dientes. Se acomodó frente al hogar en un gran sillón, alisó sus amplias faldas y acomodó los volantes de encaje de sus codos. Hubiera querido mostrarse llorosa ante el hombre pero no lo conseguía. Entonces recordó que cuando Pitney tomaba rapé, sus ojos quedaban húmedos durante un tiempo. Si no estaba – equivocada, él había dejado su caja de rapé sobre la mesilla del té.
– ¡Ah, allí está! -dijo ansiosamente- y tomó la diminuta caja.
Ralston estaba dando órdenes a los sirvientes que bajaban sus maletas del carruaje, de modo que ella tenía tiempo suficiente. Como lo había visto hacer a menudo a Pitney, Shanna tomó una pizca, la acercó a su nariz y aspiró profundamente.
– ¡Dios- mío! -exclamó. Era como si estuvieran metiéndole un hierro ardiente por la garganta. Estornudó, estornudó y volvió a estornudar..
Así fue, tal como ella lo quiso, que cuando James Ralston entró en el salón, Shanna se encontraba en un estado de acongojado dolor, le rodaban las lágrimas por las mejillas y tenía los ojos tan enrojecidos como si hubiera pasado horas llorando. Se secó delicadamente la nariz con un pañuelo y estornudó ruidosamente.
– ¿Señora? -Ralston se acercó un paso, sus delgadas facciones tensas mientras él trataba de controlar su ira, la mano apretando el mango de su fusta.
Shanna alzó la vista y enjugó sus lágrimas con el pañuelo de encaje. Su pecho le ardía y sentía dificultad para respirar. -Oh, Ralston, es usted. Yo no esperaba…
La respuesta de él la interrumpió.
– Me apresuré a fin de no encontrar las cosas empeoradas…
– Oh, si hubiera venido usted antes… -lloriqueó Shanna en tono apenado.
– Señora -el tono era cortante, seco- me dirigí al Marguerite, escoltando algunas de las preciosas mercaderías que rescatamos del navío encallado y allí me esperaban sorprendentes noticias. Usted ha pedido al capitán Duprey que la reciba a bordo para regresar a casa y en el curso de los acontecimientos he comprobado que usted se ha casado y enviudado. ¿Es esto correcto o he sido engañado por ese francés descarriado?
Shanna aplicó su pañuelo a los ángulos de sus ojos y un sollozo le levantó el pecho.
– Todo es verdad -dijo.
– Señora…
– Señora Beauchamp. La señora de Ruark Deverell Beauchamp -declaró Shanna.
Ralston se aclaró nerviosamente la garganta.
– Señora Beauchamp -dijo-¿debo entender que en el breve tiempo de una semana usted ha podido escoger un marido después de todo un año durante el cual ningún hombre le resultó soportable?
– ¿Considera ese hecho imposible, señor Ralston? -Le era difícil ocultar su irritación.
– Señora, tratándose de cualquier otra mujer yo no dudaría de la posibilidad de ese hecho.
– ¿Y conmigo, señor Ralston? -Shanna enarcó las cejas y Sus ojos adquirieron un brillo duro-. ¿Me considera incapaz de amar?
– No, señora -respondió él cuidadosamente, aunque recordó la gran cantidad de caballeros que él mismo le había presentado para que ella los considerara, esperando que uno de ellos pudiera desposada y que después compartiera con él un porcentaje de la dote de Shanna-. Solamente es que me parece que usted es más selectiva que la mayoría.
– Así es -replicó ella finalmente-. De otro modo hubiera podido traicionarme a mí misma eligiendo alguien que me fuera menos querido que mi amado Ruark. Es irónico que lo que fue encontrado tan,tarde se perdiera tan pronto. No deseo detenerme en los detalles de su muerte, porque me fue arrebatado rápidamente. Un desliz del carruaje y perdí a mi amado Ruark.