La segunda vela estaba izada y una tercera subía lentamente mientras la pequeña tripulación se esforzaba denodadamente en la cubierta principal. Un cañón hizo fuego nuevamente desde la costa; inmediatamente hubo otro disparo, pero ambos proyectiles cayeron a popa. Ahora estaban cruzando la línea de fuego y los cañones no podían hacerse girar con la rapidez necesaria para seguir a la goleta. Otro relámpago, y la bala cayó más lejos a popa.
Ruark verificó el curso y llevó al barco alrededor de una punta: a estribor. Miró hacia el muelle y vio que los piratas habían abandonado los cañones. Varios botes remaban hacia las otras goletas y que Con tres velas firmemente izadas en el Good Hound , Ruark hizo una seña a su tripulación y ellos interrumpieron su trabajo. Con Dora a, su lado, Gaitlier fue hasta, proa a fin de poder indicar el paso hacia el canal, y Shanna fue a popa para unirse a Ruark.
La goleta salió de la bahía y Ruark observó cautelosamente los bancos de arena que pasaban a su derecha mientras él llevaba el barco paralelamente a la costa. Una franja demasiado estrecha de agua, azul oscura se extendía, hacia delante y Ruark sabía que debía mantener el barco en el medio de ella hasta que Gaitlier le indicara que virase.
Cuando subía al alcázar, Shanna se detuvo súbitamente y Ruark la miró. Ella abrió la boca, horrorizada, y miró la pierna de él.
Siguiendo su mirada, Ruark bajó los ojos y no pudo evitar un estremecimiento porque, atravesando su muslo, asomando por ambos, lados, había clavada una astilla de madera de la barandilla. Tenía unos treinta centímetros de largo y alrededor de tres de ancho.
Shanna corrió a su lado y se inclinó para sacar la astilla, pero él se lo impidió.
– Ahora no -dijo él-. Hay poca sangre y no duele. Estoy bien. Debo conseguir ponemos a salvo antes de que tú me atiendas la herida.
En ese momento, Gaitlier levantó su brazo izquierdo y hacía señas de girar lentamente en esa dirección. Ruark giró la rueda del títn6n y el barco respondió suavemente. Se acercaron a la costa y Ruark se puso tenso, pues pareció que el barco encallaría sobre la marisma.
Gaitlier bajó su brazo y señaló directamente a la izquierda. Ruark giró la rueda y el barco viró. Las velas cayeron y en seguida se hincharon cuando la goleta recibió la brisa siguiente desde el otro lado. El barco entró en un estrecho canal. La vegetación casi rozaba ambos lados del casco.
Un disparo desde popa pasó silbando y Ruark se volvió y vio las velas de la balandra del mulato que se acercaban rápidamente con todo su velamen al viento. Con una tripulación completa, la balandra podría alcanzados en poco tiempo.
Ahora estaban a varios centenares de metros dentro del canal y cuando se volvió, Ruark quedó sorprendido. El capitán de la balandra había tratado de entrar en el canal a toda vela, pero al virar, el pequeño barco se había inclinado marcadamente con la fuerza del viento.
Su bauprés había quedado fuertemente enredado en el enmarañado follaje. Ahora giró lentamente en la entraña del canal, el cual quedó cerrado. Nada más grande que un bote de remos hubiera podido pasar, y transcurrirían horas antes de que pudieran cortar la maraña a fin de liberar al barco.
Sonó otra vez un cañonazo, pero como habían apuntado de prisa, el proyectil rompió algunas ramas bien lejos a babor. La goleta dobló en un recodo y el otro barco quedó oculto a la vista.
Ruark se concentró en guiar al barco por; el estrecho canal. El pantano se extendía varios kilómetros en profundidad y pasaría más de una hora antes de que salieran a aguas abiertas. Y hasta que estuvieran fuera del pantano, una equivocación podría hacerles encallar, como el otro barco. En ese caso les sería imposible zafarse, y si los piratas no los capturaban, sufrirían la muerte lenta del pantano.
Shanna encontró comida en la cabina del capitán, dio una porción a Gaitlier y Dora y llevó a Ruark un plato con pan moreno, carne y un gran trozo de queso. Lo colocó sobre la bitácora y mientras él se concentraba en guiar el barco ella lo alimentaba en la boca.
– Por lo menos no moriremos de hambre -dijo ella, tratando de reír, pero su expresión era de preocupación. Sus ojos descendieron hasta la pierna de él, donde la astilla asomaba ominosa mente.
– ¿Qué tienes en esa botella? -preguntó Ruark.
– Ron, creo -murmuró ella-. Estaba con el resto.
Ruark tomó la botella y bebió un gran sorbo. Instantáneamente sintió fuego en la garganta. Era ron puro, sin mezcla, negro como el pecado, sumamente potente.
– Agua -pidió él cuando pudo respirar otra vez.
Shanna le alcanzó una calabaza de los envoltorios que había traído Gaitlier. Ruark bebió a su placer y el fuego disminuyó hasta convertirse en una placentera tibieza en su barriga. El ron sirvió para calmar el dolor que había empezado a subir desde su muslo atravesado por la astilla.
Shanna dejó la bandeja a un lado y sacó de su cinturón un pequeño envoltorio. Lo abrió. Contenía una cajita de ungüento y vendas.
– Es todo lo que encontré en la cabina -dijo, y lo miró con expresión preocupada-. ¿Dejarás que te cure ahora?
Ruark miró su herida. En, sus pantalones se veía un pequeño anillo de sangre seca con un hilo delgado que caía hacia abajo. Negó con la cabeza. Mientras estuviera de pie y despierto, seguiría adelante.
– No, cariño, ahora no. No hasta que no hayamos salido de este pantano. -Sonrió para suavizar sus palabras-. Ya podrás atenderme con tranquilidad cuando estemos en mar abierto.
Shanna trató de ocultar su ansiedad; la idea de que él pudiera estar sufriendo la atormentaba terriblemente.
El sol había descendido en el cielo pero el calor no cedía. Las brisas disminuyeron hasta que el barco apenas se movía. Miríadas de insectos descendían para picarlos y torturarlos. El sudor corría por sus cuerpos, empapaba las ropas y se sumaba a las otras molestias.
Entonces, súbitamente, el cielo pareció más azul. Ruark miró a su alrededor. Los árboles eran más ralos, el canal más ancho y ya no había limo. Vio una blancura en el agua cuando el barco pasó sobre un banco. Un ligero roce en el casco, un sacudón del timón y quedaron libres, navegando en las aguas profundas y azules del Caribe. Mantuvieron el curso hasta que el pantano fue solamente una masa esfumada en el horizonte.
Entonces Ruark puso proa hacia el este para navegar siguiendo el borde sur de la cadena de islas. Cuando las dejara pondría proa al, norte y llegaría a Los Camellos en uno o dos días.
Gaitlier vino a popa y por fin todos los rostros se pusieron sonrientes y felices.
– ¿Creen que podrán izar la vela mayor? -preguntó Ruark-. Viajaríamos más rápidamente, pero es demasiado para esta tripulación.
Gaitlier estaba ansioso y llevó a Shanna a la cubierta principal. Momentos después hacían girar el cabrestante mientras la enorme vela mayor subía lentamente.
Subir para poner la gavia estaba fuera de sus posibilidades, de modo que Ruark puso el barco en el rumbo debido y Gaitlier ató la rueda del timón. Ruark rechazó la idea de ira la cabina del capitán, porque no estaba seguro de si iba a poder regresar. Shanna y Dora trajeron mantas para hacer una yacija y le prepararon un lugar junto a la batayola, mientras Ruark instruía cuidadosamente a Gaitlier sobre el rumbo a seguir, señalándoselo en la carta, y le indicaba cómo llegar a la isla de Trahern.
Esto fue lo más que Ruark pudo hacer. El sol estaba bajo en el cielo y en una hora más sería de noche. Ahora debía cuidar de sí mismo. Por fin cedió a los ruegos de Shanna y aceptó su asistencia. Se tendió sobre las mantas y todos se arrodillaron preocupados a su alrededor, indiferentes a lo que podía hacer el barco. Ruark tomó la botella de ron y vertió la fuerte bebida sobre su pierna. Después bebió un largo sorbo. Se metió en la boca un trozo de su camisa y mordió con fuerza, aferro con ambas manos la batayola e hizo a Gaitlier una señal con la cabeza. El hombre tomó suavemente un extremo de la astilla, pero agudas dagas de dolor se retorcieron dentro de la pierna de Ruark.,
– ¡Ahora! -gritó Gaitlier y tiró con fuerza.
Ruark oyó una exclamación de Shanna. Una blanca explosión de dolor se produjo en su cabeza, y cuando cedió, sólo hubo una misericordiosa oscuridad.
Le pareció que despertó poco tiempo después. Los colores dorados y rojos habían desaparecido en el cielo. Ruark sintió una tibieza contra su brazo derecho y giró la cabeza. Vio a Shanna acurrucada debajo de la manta que los cubría a ambos. Cuidadosamente la rodeó con un brazo. Ella suspiró y se acercó más.
Ruark alzó la vista hacia los altos mástiles y entonces comprendió. ¡Ya era de día!
Había dormido toda la noche. Se tocó cuidadosamente el vendaje del muslo. Movió los dedos de los pies para tranquilizarse. Todo parecía encontrarse bien, excepto un dolor sordo y persistente en la herida.
Shanna despertó y levantó la cara hacia él. Ruark la besó tiernamente.
– Me quedaría aquí para siempre si tú estuvieras conmigo -dijo él en el oído de ella.
– ¿Y Tu pierna? -preguntó Shanna ansiosamente- ¿Cómo la sientes?
Ruark miró hacia el lugar donde Gaitlier y Dora habían pasado la noche.
– Si no tuviésemos huéspedes a bordo -dijo- me gustaría demostrarte mi buen estado de salud.