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Mientras Artorius combatía contra los invasores barbari procedentes de Hibernia -sin duda, un episodio que los nacionalistas irlandeses no desearían recordar- tuvo lugar la muerte de Aurelio, el Regissimus Britanniarum. Artorius era el sucesor designado, pero para que la transición se llevara a cabo sin complicaciones estaba obligado a rendirle honores funerarios y, especialmente, a recorrer las distintas guarniciones, militares para asegurarse su lealtad. De este período parten precisamente dos de los elementos más conocidos del ciclo artúrico: el establecimiento de su capital en Camelot y la creación de una orden de caballería. El invierno de 491, lo empleó Artorius en la visita a los distintos contingentes de tropas y, acto seguido, estableció la sede de su gobierno en Camulodunum, una base que estaba conectada con una red de calzadas romanas. Sería precisamente este enclave el que pasaría a la leyenda como Camelot aunque debe indicarse que Artorius lo cambiaría posteriormente.

Aún más interesante es el origen de la leyenda referente a una orden de caballería. La lucha contra los barbari irlandeses había ocasionado, como ya vimos, un número considerable de bajas a las fuerzas de Artorius, al parecer, especialmente elevadas en lo que a las fuerzas de caballería romano-britana se refiere. Urgía, por lo tanto, renovar un cuerpo de jinetes que -resulta comprensible- los narradores posteriores convertirían ya en caballeros. No deja de ser significativo que incluso en algunos de los caballeros legendarios del rey Arturo pueda rastrearse a los hombres que sirvieron a las órdenes de Artorius. Por ejemplo, el famoso sir Kay seguramente fue Caius, uno de los oficiales de Artorius; y Bedwyr pudo ser el romano Betavir.

Los contingentes de caballería resultaron eficaces, porque en 493 Artorius logró un triunfo resonante contra los angli o anglos en la batalla de la colina de Badon. Difícilmente puede infravalorarse esta victoria porque aseguró la paz con los anglos durante medio siglo. Los restos arqueológicos son bien reveladores al respecto pero apenas nos pueden transmitir el tremendo impacto emocional que causó esta batalla entre los contemporáneos de Artorius. Para ellos, seguramente fue un claro ejemplo de cómo la Luz vencía a las Tinieblas, la Civilización a la Barbarie y Cristo a los dioses paganos.

Parece ser que, a lo largo de su vida, Artorius chocó ocasionalmente con algunos monasterios, pero su relación con la iglesia fue muy fecunda y él mismo era considerado -y se consideraba- un cristiano devoto. El período de paz que se produjo después de la batalla de Badon encaja, por lo tanto, en la época de esplendor y paz de las leyendas artúricas, esplendor y paz logrados -no lo olvidemos- por la acción de sus caballeros. No son éstos los únicos paralelos bien significativos entre Artorius y Arturo. Pasemos a su vida privada.

El ciclo artúrico habla del matrimonio del monarca con Ginebra y del adulterio ulterior de ésta. La base real de la leyenda es obvia. En la realidad, Artorius se casó dos veces. Su primera esposa fue Leonor de Gwent. Que ese matrimonio no duró resulta indiscutible aunque no es fácil saber si Artorius se divorció de ella -la práctica del divorcio no planteó problemas canónicos hasta muy avanzada la Edad Media y aun entonces sólo en el cristianismo occidental- o si Leonor lo abandonó lo que podría ser la base de la leyenda del adulterio regio. La segunda esposa de Artorius sí se llamó Ginebra. Al parecer, era de ascendencia romana y había sido criada en la casa de Cador, el magister militum de Artorius. El matrimonio debió celebrarse en torno al 506.

El enlace con Ginebra fue muy cercano temporalmente -nueva coincidencia- a la proclamación de Artorius como imperator en una nueva capital situada ahora en Luguvalium. El título era honorífico y, generalmente, sólo implicaba la obtención de una gran victoria militar lo que, en realidad, había sido cierto. Sin embargo, no puede descartarse que Artorius intentara cimentar un nuevo orden político ahora que resultaba obvio que el Imperio romano de occidente -desaparecido en el año 476- no iba a volver a existir. Que Artorius tenía razón al actuar así es obvio para nosotros que conocemos la historia posterior pero, desde luego, distaba mucho de ser tan claro para sus contemporáneos. De hecho, fueron varios nobles romanos los que se opusieron directamente a las acciones de Artorius. Su peor adversario fue Lancearius Medrautus -el Mordred de la leyenda- que era hijo del rey norteño Dubnovalo Lotico y de Ana Ambrosia, la hija de Aurelio. Dado que Artorius había sido adoptado por Aurelio cuando era joven, Lancearius Medrautus era su sobrino y su madre, una hermana de Artorius… exactamente igual que en las leyendas artúricas. Medrautus contaba además con un enorme ejército al que había incorporado escoceses, irlandeses, anglosajones y otros enemigos de Artorius.

En el año 514, Artorius, con una parte de sus fuerzas, abandonó una campaña que mantenía contra los barbari y se dirigió hacia su capital. Medrautus lo esperaba para aniquilarlo. El primer choque tuvo lugar en Verterae y concluyó con una victoria de Artorius. Sin embargo, Medrautus logró romper el cerco y escapar. Perseguido por Artorius, se dirigió hacia el norte, hacia la fortaleza romana de Cambloganna – la Camlann de las leyendas- situada en el muro de Adriano. Allí -en un enclave conocido actualmente como Birdoswald- se produjo el enfrentamiento decisivo con Artorius.

Tanto Medrautus como Artorius perecieron en la batalla. Sin embargo, este último fue llevado a Avalon por razones que no han sido establecidas. Era el año 514 y con el fallecimiento de Artorius, la lucha para defender Britannia del paganismo y de la barbarie llegaba a su fin. Ni la civilización romana ni el cristianismo iban a contar ya con una defensa eficaz en mucho tiempo. Comenzaba la «Edad Oscura». Hasta ahí la historia de Artorius que aparece relatada en las páginas anteriores. Pasemos ahora a Merlín.

Como queda señalado en la novela, Merlín era un sobrenombre derivado de una especie de halcón y de pez. Muy posiblemente, se pretendía dejar de manifiesto las cualidades supuestamente prodigiosas del personaje, cuyo nombre verdadero, tal y como se revela al final de la novela, era Dubricius. Erudito y buen conocedor de la literatura clásica -su pesar por no poder encontrarse en el cielo a Virgilio es real- Dubricius fue decisivo en el nombramiento de Artorius como sucesor de Aurelius Ambrosius, visitó con él los restos del muro de Adriano para articular un sistema efectivo de defensa y procuró transmitir el saber clásico a través de un studium situado en el norte de Britannia. Sabemos igualmente que se negó a asistir a la coronación de Artorius como imperator -muy posiblemente porque temía las consecuencias- y que fue él quien condujo sus restos a Avalon. También poseen una base histórica sus andanzas infantiles ante Vortegirn y su educación por Blastus. Queda por hacer una referencia a Vivian, la dama del lago.

Vivian fue un personaje real que, efectivamente, vivió una historia de amor con Merlín y que debía pertenecer al mundo pagano. Muy posiblemente, fue esa circunstancia la que provocó la ruptura entre ambos aunque ese episodio dejó una huella imborrable en el alma del sabio. Las leyendas posteriores hablarían de cómo Vivian lo aprisionó hasta el final de sus días; seguramente, la base real de esa afirmación fue no tanto material y mágica como espiritual. Un cristiano convencido como Merlín nunca llegó a librarse del todo del recuerdo de aquella historia de amor cuyos perfiles tan sólo podemos imaginar.

Artorius fracasó en su proyecto de construir un reino de Britannia. Sin embargo, su esfuerzo había sido tan titánico y sus metas -la defensa de la paz, el orden, el imperio de la ley y el cristianismo- habían rezumado tanta nobleza que la leyenda se apropiaría del personaje convirtiéndolo en un símbolo no sólo nacional sino universal. Según la leyenda, las hadas cuidan de él en la isla de las manzanas -Avalon- y de allí regresará, valiente y victorioso, si algún día Inglaterra ve cernerse sobre ella una amenaza similar a la de los barbari que antaño derrotó el inigualable caudillo. En realidad, Artorius -y Merlín-Dubricius- constituyen paradigmas de una nobleza de alma que puede equivocarse e incluso, ocasionalmente, desviarse de la meta, pero que, a la vez, antepone el cumplimiento del deber y el servicio a los demás a cualquier otra consideración confiando con firmeza en la guía del Dios de Amor que se encarnó para morir por el género humano en el Calvario.

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