Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Estaba pues aguardándolo en la orilla del lago -del lago Averno como él lo había llamado varias veces delante mío, riendo sarcásticamente- y, cansado de mi larga espera, me decía: «Ha pasado por la otra puerta, por la del "tercer sótano"», cuando oí un pequeño chapoteo en la oscuridad, vi brillar como fanales a los ojos de oro y poco después llegaba la barca. Erik saltaba a la orilla y venía hacia mí.

– Hace ya veinticuatro horas que estás ahí -dijo-; me estás cansando. ¡Te advierto que todo esto acabará muy mal! Y tú lo habrás querido, ya que mi paciencia contigo es enorme… Crees seguirme, grandísimo necio -(textual)- y soy yo el que te sigo y sé todo lo que sabes de mí. Te perdoné ayer en mi camino de los comuneros, pero te digo, ahora en serio, que no quiero volver a verte. Todo esto es muy imprudente y me pregunto aun si sabes lo que espera si insistes en hablar.

Estaba tan encolerizado que me guardé bien de interrumpirlo. Tras resoplar como una foca, me expuso lo que pensaba que correspondía a lo que yo me temía.

– ¡Sí, debes saber ya -de una vez por todas- qué te significaría hablar! Te digo que, por culpa de tus imprudencias -puesto que te has hecho detener dos veces ya por la sombra del sombrero de fieltro, quien no sabía qué hacías en los sótanos y te condujo ante los directores, quienes te tomaron por un persa fantasioso aficionado a los trucos mágicos y a las candilejas del teatro (yo estaba allí…, sí, estaba en el despacho; sabes bien que estoy en todas partes)-, te digo que por culpa de tus imprudencias acabarán por preguntarse qué es lo que buscas aquí… y querrán, como tú, buscar a Erik… y descubrirán la mansión del Lago… ¡En ese caso, peor para ti, amigo mío!… ¡Peor para ti! ¡No respondo de nada -y volvió a resoplar como una foca-. ¡De nada!… Si los secretos de Erik no siguen siendo secretos de Erik; ¡peor para muchos seres humanos! Es todo lo que tenía que decirte y, a menos que no seas un grandísimo necio -(textual)- debería ser suficiente, a no ser que no sepas lo que quiere decir hablar…

Estaba sentado en la parte trasera de su barca y golpeaba la madera de la pequeña embarcación con los talones, esperando una respuesta mía. Le dije simplemente:

– No es a Erik a quien vengo a buscar aquí…

– ¿A quién, pues?

– Lo sabes muy bien, ¡a Christine Daaé!

– Tengo derecho a citarla en mi casa -me contestó-. Me ama por lo que soy.

– ¡No es cierto! -respondí-. La has raptado y secuestrado.

– Óyeme -me dijo, ¿me prometes no volver a meterte en mis asuntos si te pruebo que me ama tal como soy? -me dijo.

– Sí, te lo prometo -respondí sin vacilar, pues pensaba que para semejante monstruo esta demostración era imposible.

– ¡Pues bien, es sencillísimo!… Christine Daaé saldrá de aquí cuando quiera, y volverá… Sí, volverá porque querrá volver… ¡Volverá por sí misma, porque me quiere por mí mismo!

– ¡Oh!, dudo que vuelva, pero tu obligación es dejarla marchar, no molestarla.

– Mi obligación, grandísimo necio -(textual)-, es mi voluntad…, mi deseo es dejarla marchar, y ella volverá…, porque me ama… Todo esto, te aseguro, acabará en una boda…, una boda en la Madeleine, grandísimo necio -(textual)-. ¿Por fin me crees? Te digo que la misa de la boda ya está escrita… Verás qué Kyrie…

Volvió a golpear la madera de la barca con los talones, produciendo una especie de ritmo que acompañaba cantando a media

voz: ¡Kyrie!… ¡Kyríe!… ¡Kyrie Eleison!… ¡Verás, verás qué misa!

– Escucha -concluí yo-, te creeré si veo a Christine Daaé salir de la casa del Lago y volver libremente a ella.

– ¿Y no volverás a meter la nariz en mis asuntos? ¡Pues bien, lo verás esta noche!… Ven al baile de máscaras. Christine y yo iremos a dar una vuelta… Tú irás después a esconderte en el trastero y verás cómo Christine, que habrá vuelto a su camerino, querrá tan sólo volver a emprender el camino de los comuneros.

– ¡De acuerdo!

Si en efecto veía eso, no me quedaría más remedio que aceptarlo, ya que una mujer hermosa tiene siempre el derecho de amar al más horrible de los monstruos, sobre todo en el caso de que, como en éste, tenga la seducción de la música y que esta mujer sea precisamente una cantante muy apreciable.

– ¡Y ahora vete, debo salir de compras!

Me fui, pues, siempre inquieto por Christine Daaé, pero rumiando sobre todo en el fondo de mí mismo un temible pensamiento que él había despertado a causa de mis imprudencias.

Me decía: «¿Cómo acabará esto?». A pesar de mi carácter algo fatalista, no podía deshacerme de una indefinible angustia debido a la increíble responsabilidad que había tomado un día al dejar vivir al monstruo que hoy amenazaba a muchos seres humanos.

Ante mi gran sorpresa, las cosas sucedieron como él me lo había anunciado. Christine Daaé salió de la casa del Lago y volvió varias veces sin que aparentemente nadie la forzara. Quise entonces olvidar este amoroso misterio, pero era muy difícil para mí, sobre todo a causa de aquel temible presentimiento, dejar de pensar en Erik. De todos modos, resignado a una extrema prudencia, no cometí el error de volver a la orilla del Lago o de emprender de nuevo el camino de los comuneros. Pero, como me perseguía la obsesión de la puerta secreta del tercer sótano, varias veces fui a aquel lugar que sabía desierto durante la mayor parte del día. Me pasaba allí interminables ratos retorciéndome los dedos, escondido detrás de un decorado de El rey de Lahore, que habían dejado allí no sé por qué, ya que esta obra no se representaba con frecuencia. Tanta paciencia habría de ser recompensada. Un día vi acercarse a mí, de rodillas, al monstruo. Estaba seguro de que no me veía. Pasó entre el decorado que se encontraba allí y un portante, fue derecho hasta la pared y presionó, en un lugar que identifiqué de lejos, un resorte que hizo bascular la piedra que dejaba libre el paso. Desapareció por este pasaje y la piedra volvió a cerrarse tras él. Ahora sabía el secreto del monstruo, secreto que podía llevarme, en su momento, a la mansión del Lago.

Para asegurarme esperé al menos una media hora y luego hice girar a mi vez el resorte. Todo funcionó como había funcionado con Erik. Pero no me atreví a entrar en el agujero sabiendo que éste se encontraba en la casa. Por otra parte, la idea de que podía ser sorprendido aquí por Erik me recordó de repente la muerte de Joseph Buquet y, como no quería comprometer semejante descubrimiento, que podía ser útil a mucha gente, a muchos seres humanos, abandoné los sótanos del teatro tras haber vuelto a colocar cuidadosamente la piedra en su sitio, siguiendo un sistema que no había variado desde los persas.

Como ustedes comprenderán, continuaba muy interesado en la intriga de Erik y Christine Daaé, no porque obedeciera a una curiosidad malsana, sino debido, como ya he dicho, a aquel temible presentimiento que no me abandonada: «Si Erik descubre que no lo ama por lo que vale -pensaba-, podemos esperar lo peor.» Y, deambulando sin cesar, pero con prudencia por la ópera, pronto supe la verdad sobre los tristes amores del monstruo. Se había apoderado del espíritu de Christine por el terror, pero el corazón de la dulce niña pertenecía enteramente al vizconde Raoul de Chagny, Mientras éstos jugaban inocentemente, como dos inocentes prometidos, en la parte alta de la ópera -huyendo del monstruo-, no sospechaban que alguien les vigilaba. Yo, estaba decidido a todo: a matar al monstruo si era preciso y a dar después explicaciones a la justicia. Pero Erik no se dejó ver, y esto no me tranquilizó en lo más mismo.

Debo aclarar cuál era mi plan. Creía que el monstruo, expulsado de su morada por los celos, me permitiría de este modo penetrar sin peligro en la casa del Lago por el pasaje del tercer sótano. Tenía el mayor interés, por el bien de todos, en saber qué podía haber allí. Un día, cansado de esperar la ocasión, hice girar la piedra e inmediatamente oí una música maravillosa. El monstruo trabajaba, con todas las puertas de la casa abiertas, en su Don Juan Triunfante. Yo sabía que ésta era la obra de su vida. Me guardé de moverme y permanecí prudentemente en mi oscuro agujero. Se detuvo un momento y se puso a caminar como un loco por su morada. Dijo de pronto en alto, con voz atronadora: «¡Debo acabar esto antes! Y bien acabado». Esta palabra no era la más indicada para tranquilizarme y, como la música volvía a empezar, cerré la piedra con precaución. Pero, a pesar de la piedra cerrada, oía aún un vago canto lejano que subía del fondo de la tierra, al igual que había oído el canto de la sirena subir del fondo de las aguas. Recordaba las palabras de algunos tramoyistas, de los que se habían reído en el momento de la muerte de Joseph Buquet: «Había alrededor del cuerpo del ahorcado algo así como un ruido que parecía un canto de difuntos».

57
{"b":"125186","o":1}