Литмир - Электронная Библиотека
Содержание  
A
A

Se deslizó entre el portante y el decorado de El rey de Lahore. Raoul le siguió de cerca.

La mano libre del Persa tanteaba la pared. Raoul la vio un instante apoyarse con fuerza, como lo había hecho en la pared del camerino de Christine…

Y una piedra basculó…

Ahora, había un agujero en la pared…

Esta vez el Persa sacó la pistola del bolsillo e indicó a Raoul que hiciera lo mismo. Montó la pistola.

Con decisión, y siempre de rodillas, se introdujo en el agujero que la piedra, al bascular, había dejado en la pared.

Raoul, que habría querido pasar el primero, tuvo que concentrase con seguirlo

El agujero era muy estrecho. El Persa se detuvo casi en seguida. Raoul le oía tantear la piedra a su alrededor. Después, volvió a sacar su linterna y se inclinó hacia adelante. Examinó algo debajo suyo e inmediatamente apagó la linterna. Raoul oyó que le decía en un suspiro.

– Tendremos que dejamos caer algunos metros, sin hacer ruido; sáquese los botines.

Por su parte, el Persa procedía ya a esta operación. Pasó sus zapatos a Raoul.

– Déjelos junto a la pared -dijo-. Los recogeremos al salir. [28]

El Persa avanzó un poco. Después, se volvió del todo, siempre de rodillas, y se encontró así frente a Raoul. Le dijo:

– Voy a colgarme con las manos del extremo de la piedra y a dejarme caer en su casa. Después usted hará exactamente lo mismo. No tema: lo recibiré en mis brazos.

El Persa hizo lo que había dicho, y Raoul oyó en seguida un ruido sordo que evidentemente había sido producido por la caída del Persa. El joven se estremeció, temiendo que aquel ruido revelase su presencia.

Sin embargo, más que aquel ruido, era la ausencia de ruidos lo que a Raoul le llenaba de angustia. ¿Por qué, si según el Persa acababan de entrar en la mansión del Lago, no oían a Christine?… ¡Ni un solo grito!… ¡Ni una llamada!… ¡Ni un gemido!… ¡Grandes dioses! ¿Habrían llegado demasiado tarde?…

Arañando con las rodillas la pared, agarrándose a la piedra con sus dedos nerviosos, Raoul se dejó caer a su vez.

Inmediatamente sintió que le abrazaban.

– ¡Soy yo -dijo el Persa-, silencio!

Y permanecieron inmóviles, escuchando…

Nunca a su alrededor la noche había sido más opaca… Nunca el silencio tan pesado ni tan terrible…

Raoul se hundía las uñas en los labios para no gritar: «¡Christine! ¡Soy yo!… ¡Contéstame si no estás muerta. Christine!».

Por fin, volvió a empezar el juego de la linterna. El Persa dirigió los rayos de luz por encima de sus cabezas, hacia la pared, buscando el agujero por el que habían venido sin encontrarlo…

– ¡Oh! -exclamó-. ¡La piedra se ha vuelto a cerrar sobre sí misma!

Y el haz de luz de la linterna bajó a lo largo del muro hasta llegar al suelo.

El Persa se agachó y recogió una cosa, una especie de hilo que examinó unos segundos y que luego arrojó con horror.

– ¡El lazo del Pendjab! [29] -murmuró.

– ¿Qué es? -preguntó Raoul.

– Podría ser la soga del ahorcado que tanto han buscado -respondió el Persa, estremeciéndose.

De pronto, presa de una nueva ansiedad, paseó el pequeño disco rojo de su linterna por las paredes… Iluminó, extraño hecho, un tronco de árbol que parecía aún vivo con sus hojas y todo… Las ramas de aquel árbol subían a lo largo de la pared y se perdían en el techo.

Debido a la pequeñez del disco luminoso, al principio resultaba difícil darse cuenta de las cosas… Había un montón de ramas, y luego una hoja…, y otra más…, y al lado no se veía nada de nada,… solamente el haz de luz que parecía reflejarse a sí mismo… Raoul deslizó la mano sobre aquello, sobre aquel reflejo…

– ¡Mire -dijo-…, la pared es un espejo!

– ¡Sí, un espejo! -dijo el Persa con profunda emoción. Y añadió, pasándose la mano que sujetaba la pistola por la frente sudorosa:

– ¡Hemos ido a caer en la cámara de los suplicios!

XXII INTERESANTES E INSTRUCTIVAS TRIBULACIONES DE UN PERSA EN LOS SÓTANOS DE LA ÓPERA

Relato del Persa

El propio Persa contó cómo había intentado en vano hasta esa noche penetrar en la mansión del Lago por el lago; cómo había descubierto la entrada del tercer sótano, y cómo, finalmente, el vizconde de Chagny y él se encontraron apresados por la imaginación infernal del fantasma, en la cámara de los suplicios. He aquí el relato que nos ha dejado (en condiciones que precisaremos más tarde) y al que no he cambiado ni una sola palabra. Lo transcribo tal como está, porque no creo que deba silenciar las aventuras personales del daroga alrededor de la mansión del Lago antes de volver en compañía de Raoul. Si, por algunos instantes este principio, por interesante que sea, parece alejarnos un poco de la cámara de los suplicios es sólo para mejor devolvernos a ella, después, tras habernos explicado cosas de máxima importancia y ciertas actitudes y modos de hacer del Persa que hasta ahora han podido parecer un poco extraordinarios.

Era la primera vez que entraba en la mansión del Lago -escribe el Persa-. En vano había rogado al maestro en trampillas así llamábamos en mi país, en Persia, a Erik- que me abriera las misteriosas puertas. Siempre se había negado. Yo, que me jactaba de conocer muchos de sus secretos y trucos, había intentado en vano forzar la consigna. Desde que volví a encontrar a Erik en la ópera, a la que parecía haber elegido como domicilio, le había espiado con frecuencia tanto en los corredores de los sótanos como en los superiores, así como en la misma orilla del Lago. Cuando se creía solo. subía en su barca y atracaba directamente la pared de enfrente_ Pero la curiosidad que le rodeaba era demasiado espesa para que pudiera ver en qué lugar exacto de la pared hacía funcionar el mecanismo de la puerta. La curiosidad y también una idea temible que se me había ocurrido al meditar sobre algunas frases que el monstruo me había dirigido, me impulsaron un día, en el que a mi vez me creía solo, a subir a la barca y a dirigirla hacia aquella parte de la pared por la que había visto desaparecer a Erik. Fue entonces cuando tuve que vérmelas con la Sirena que guarda el acceso a aquellos parajes y cuyo encanto estuvo a punto de serme fatal, en las condiciones precisas que paso a exponer. Aún no había abandonado la orilla cuando el silencio en el que navegaba se vio turbado por una especie de suspiro cantante que me envolvió. Era a la vez una respiración y una música; ascendía suavemente de las aguas del lago y me envolvía sin poder adivinar por qué artificio se conseguía. Me acompañaba, se desplazaba conmigo y era tan suave que no me daba miedo. Por el contrario, deseoso de acercarme a la fuente de aquella suave y cautivadora armonía, me inclinaba por encima de la barca hacia las aguas, ya que no tenía la menor duda de que la música provenía de ellas. Me encontraba ya en el centro del lago y no había nadie más que yo en la barca. La voz -ya que ahora era claramente una voz- estaba a mi lado, por encima de las aguas. Me incliné… Me incliné cada vez más… El lago estaba en perfecta calma y el rayo de luna que, traspasando el tragaluz de la calle Scribe, venía a iluminarlo, no reflejaba absolutamente nada en aquella superficie lisa y negra como la tinta. Me restregué las orejas con intención de librarme de un posible zumbido, pero tuve que rendirme ante la evidencia de que no hay zumbido tan armonioso como el suspiro cantante que me seguía y que ahora me atraía.

Si yo hubiera tenido un espíritu supersticioso o me hubieran influido más las leyendas, no hubiera dejado de pensar que me enfrentaba a una sirena encargada de turbar al viajero que se atreviera a viajar por las aguas de la mansión del Lago, pero, a Dios gracias, soy de un país que gusta demasiado lo fantástico como para conocer su fondo, y yo mismo lo había estudiado bastante en otros tiempos. Con los trucos más simples, alguien que conozca su oficio puede desatar a la pobre imaginación humana.

вернуться

[28] Jamás se encontraron esos dos pares de botines, que habían dejado, según los papeles del Persa, entre el portante y el decorado de El rey de Lahore, en el mismo lugar en que se había encontrado ahorcado a Joseph Buquet. Debieron llevárselos algún tramoyista o un cerrador de puertas.

вернуться

[29] Pendjab o Punjab, región del noroeste de la península indostánica, dividida desde 1947 entre la India y Pakistán.

55
{"b":"125186","o":1}