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Recuerdo que el Dies Irae que él cantó nos envolvió como una tormenta. Sí, a nuestro alrededor había rayos y centellas… Sí, le había oído cantar otras muchas veces… Conseguía incluso hacer cantar a las fauces de piedra de mis toros androcéfalos en los muros del palacio de Mazenderan… Pero cantar de esta forma, jamás, jamás! Cantaba como el dios del trueno…

De repente, la voz y el órgano se detuvieron tan bruscamente que el señor de Chagny y yo retrocedimos detrás de la pared, asustados… Y la voz de pronto cambiada, transformada, pronunció claramente estas sílabas metálicas, rechinando los dientes:

– ¿Qué estás haciendo con mi bolsa?

XXIV EMPIEZAN LOS SUPLICIOS

Sigue el relato del Persa

La voz repitió con furor:

– ¿Qué estás haciendo con mi bolsa?

Christine Daaé no debía temblar menos que nosotros.

– ¿Conque era para coger la bolsa por lo que querías que te desatara, di?…

Se oyeron pasos precipitados, la carrera de Christine que volvía a la. habitación estilo Luis Felipe, como para buscar refugio junto a nuestra pared.

– ¿Por qué huyes? -decía la enfurecida voz, que la había seguido-. ¡Quieres devolverme mi bolsa! ¿No sabes acaso que es la bolsita de la vida y de la muerte?

– Escúcheme, Erik… -suspiró la joven-. Si a partir de ahora debemos vivir juntos… ¿qué puede importarle?… ¡Todo lo que es suyo me pertenece!…

Lo había dicho de una forma tan temblorosa que inspiraba compasión. La desgraciada debía emplear toda la energía que le que daba para superar su terror… Pero no sería con este tipo de supercherías infantiles, dichas con los dientes castañeteantes, como podía sorprenderse al monstruo.

– Sabes bien que la bolsa no contiene más que dos llaves…

¿Qué querías hacer? -preguntó Erik.

– Quisiera -dijo ella- visitar esa habitación que no conoz

co y que siempre me ha ocultado… ¡Es una curiosidad de mujer!

– añadió ella en un tono que pretendía ser alegre y que por su falsedad sólo sirvió para aumentar la desconfianza del monstruo.

– ¡No me gustan las mujeres curiosas! -replicó Erik-. Deberías desconfiar de esas cosas desde la historia de Barba Azul… ¡Vamos!… ¡Devuélveme mi bolsa…, devuélveme mi bolsa!… ¡Quieres dejar esa llave… pequeña curiosa!

Y rió sarcásticamente, mientras Christine lanzaba un grito de dolor… Erik acababa de quitarle la bolsa.

Fue en aquel momento cuando el vizconde, sin poder contenerse por más tiempo, lanzó un grito de rabia y de impotencia, que logré ahogar con mucha dificultad…

– ¡Ah! -exclamó el monstruo-. ¿Qué es eso? ¿No has oído, Christine?

– ¡No…, no! No he oído nada -contestó la desgraciada.

– Me ha parecido oír un grito.

– ¿Un grito?… ¿Acaso está usted enloqueciendo, Erik?… ¿Quien quiere que grite en el fondo de esta mansión?… Yo he gritado porque me hacía dañó… No he oído nada…

– ¡Qué manera de decirme esto!… ¡Tiemblas…! Estás muy alterada!… ¡Mientes!… ¡Han gritado, han gritado!… Hay alguien en la cámara de los suplicios… ¡Ah, ahora comprendo!…

– ¡No hay nadie, Erik!…

– ¡Ya entiendo!…

– ¡Nadie!…

– ¡Quizá… tu prometido!…

– ¡Yo no tengo prometido! ¡Lo sabe usted muy bien!… Una nueva risa malévola.

– Por otra parte, ¡es tan fácil saberlo!… Mi pequeña Christine, amor mío…, no es necesario abrir la puerta para saber qué ocurre en la cámara de los suplicios… ¿Quieres verlo? ¿Quieres verlo?… ¡Mira!… Si hay alguien…, si realmente hay alguien, verás cómo se iluminará allá arriba, al lado del techo, la ventana invisible… Basta con correr la cortina negra y apagar aquí… ¡Ya está!… ¡Apaguemos! No debes temer la oscuridad, en compañía de tu maridito…

Entonces se oyó la voz agonizante de Christine.

– ¡No!… Tengo miedo… ¡Ya le he dicho que tengo miedo a la oscuridad!… ¡Esa cámara no me interesa en lo más mínimo!…

¡Es usted quien me da miedo, como a una niña, con esa cámara de los suplicios!… Antes he sido curiosa, es cierto… Pero, ahora, no me interesa nada de nada… ¡nada!

Y lo que yo más temía se disparó automáticamente… ¡De repente nos vimos inundados de luz!… Sí, detrás de nuestra pared se produjo como un incendio. El vizconde de Chagny, que no se lo esperaba, quedó tan sorprendido que se tambaleó. Y la voz encolerizada estalló al otro lado.

– ¡Ya te decía que había alguien!… ¿Ves ahora la ventana?… ¡La ventana luminosa!… ¡Allá arriba! El que se encuentra detrás de esa pared no puede verla… Pero tú subirás a la doble escalerilla, ¡está aquí para eso! A menudo me has preguntado para qué servía… Pues bien, ¡ya lo sabes!… ¡Sirve para mirar lo que sucede en la cámara de los suplicios…, pequeña curiosa!

– ¿Qué suplicios?… ¡Qué suplicios hay allí dentro? ¡Erik, Erik, dígame que tan sólo quiere atemorizarme! ¡dígamelo si me ama, Erik!… No hay suplicios, ¿no es cierto? ¡Son cuentos para niños!…

– Ve a mirar, querida mía, por la ventanita…

No sé si el vizconde, a mi lado, oía ahora la voz desfallecida de la joven, hasta tal punto estaba absorto en el espectáculo inaudito que acababa de surgir ante su mirada desorbitada… En cuanto a mí, que ya había visto muy a menudo aquel espectáculo a través de la ventanita de las horas rosas de Mazenderan, sólo me quedaba oír lo que decían al lado, buscando un motivo de acción, una resolución a tomar.

– ¡Ve a ver, ve a mirar por la ventanita!… ¡Dime, cuéntame después cómo tiene la nariz!

Oírnos rodar la escalera, que apoyaban contra la pared…

– ¡Sube, pues!… ¡No!… ¡No!… ¡Subiré yo, querida!

– ¡Bueno, sí!… Iré a mirar… ¡Déjeme!…

– ¡Ay, querida!… ¡Querida mía!… ¡Que gentil eres!… ¡Es muy amable de tu parte ahorrarme este trabajo a mi edad!… ¡Me dirás cómo tiene la nariz!… Si la gente se diera cuenta de la felicidad que representa tener una nariz, una nariz propia… no vendría jamás a pasearse por la cámara de los suplicios…

En aquel momento oímos claramente, por encima de nuestras cabezas, estas palabras.

– Amigo mío, aquí no hay nadie…

– ¿Nadie? ¿Estás segura de que no hay nadie?…

– Absolutamente… No hay nadie…

– ¡Tanto mejor, pues!… ¿Qué te ocurre Christine?… ¡Vamos!… No irás a encontrarte mal… ¡Si no hay nadie!… ¡Baja, baja!… ¡Tranquilízate, puesto que no hay nadie!… Pero ¿qué te ha parecido el panorama?

– ¡Oh, sorprendente!

– Bueno, te encuentras mejor… ¿no es cierto?… Te encuentras mucho mejor… Nada de emociones… ¡Qué casa más curiosa ésta, ¿no?, en la que pueden encontrarse semejantes panoramas!…

– ¡Sí, es como estar en el Museo Grevin!… [35] Pero, Erik, no hay suplicios allí dentro… ¿Sabe que me ha hecho pasar un miedo terrible?…

– ¿Por qué, si no hay nadie?

– ¿Fue usted quien construyó esa cámara, Erik?… ¿Sabe que es magnífica? ¡Decididamente, es usted un gran artista, Erik…

– Sí, un gran artista «en mi genero».

– Pero, dígame Erik, ¿por qué ha llamado a esta habitación la cámara de los suplicios?

– ¡Oh, es muy sencillo! Pero, primero, ¿qué has visto?

– ¡He visto un bosque!…

– ¿Y qué había en el bosque?

– ¡Arboles!…

– ¿Y qué hay en los árboles?

– Pájaros…

– Has visto pájaros…

– No, no he visto pájaros.

– Entonces, ¿qué has visto? ¡Piénsalo!… ¡Has visto ramas! ¿Y qué hay en una rama? -dijo la terrible voz-. ¡Hay una horca! ¡Por eso llamo a mi bosque la cámara de los suplicios!… Y ya lo ves, no es más que una forma de hablar… ¡Todo esto no es más que una broma!… ¡Yo nunca me expreso como los demás!… ¡No hago nada como los demás!… Pero, estoy muy cansado… muy cansado. Ya no puedo soportar. ¿sabes?, tener un bosque en mi casa, y una cámara de suplicios…, estar instalado como un charlatán en el fondo de una caja de doble fondo… ¡No puedo más! ¡No puedo más!… Quiero tener un piso tranquilo, con puertas y ventanas corrientes y una mujer honrada como todo el mundo… Deberías entenderlo, Christine, y no tendría que repetírtelo a cada momento… ¡Una mujer como todo el mundo!… Una mujer a la que querría, a la que llevaría a pasear el domingo y a la que haría reír toda la semana… ¡Ah, no te aburrirías conmigo! Tengo más de un truco en la manga, sin contar los de cartas… Mira, ¿quieres que te haga juegos de manos con las cartas? Así mataremos el tiempo, mientras esperamos que sean las once de la noche de mañana… ¡Mi pequeña Christine!… ¡Mi pequeña Christine!… ¿Me escuchas? ¡Ya no me rechazas!… ¿Dime, me amas!… ¡No, no me amas!… ¡Pero no importa!… ¡Me amarás! Antes no podías mirar mi máscara porque sabías lo que había detrás… ¡Ahora, ya no te importa mirarla, te olvidas de lo que hay detrás y ya no quieres rechazarme!… Uno se acostumbra a todo cuando se quiere… cuando se tiene buena voluntad… ¡Cuántos jóvenes que no se querían antes de la boda luego se adoraron! ¡Ah, i ya no sé lo que digo!… Pero te divertirás mucho conmigo… No hay nadie como yo, por ejemplo, puedo asegurarte que no hay otro ventrílocuo mejor que yo! ¡Soy el primer ventrílocuo del mundo!… ¡Te ríes!… ¡Quizá no me creas!… ¡Escucha!

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[35] El museo de cera.

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