Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– Señorita Jones -se oyó a través de la puerta-, la hago personalmente responsable de toda la alteración del hospital. ¡Quién sabe cuántos pacientes más podrían correr peligro por culpa de sus acciones!

«A la mierda», se dijo Peter. Se levantó de golpe y cruzó la sala antes de que el auxiliar o la secretaria pudieran reaccionar.

– ¡Alto! -exclamó ésta-. No puede…

– Ya lo creo que puedo -la contradijo Peter, y agarró el pomo con las manos esposadas.

– ¡Señor Moses! -gritó la señorita Deliciosa.

Pero el enjuto auxiliar negro se movió con languidez, casi indiferente, como si la irrupción de Peter en el despacho de Gulptilil fuera lo más normal del mundo.

Tomapastillas alzó los ojos, sobresaltado. Lucy estaba sentada en la silla de la inquisición situada delante de su mesa, un poco pálida pero glacial, como provista de una coraza que hacía que sus palabras, por muy furiosas que fueran, le resbalaran. Permaneció inexpresiva cuando Peter entró, seguido de Negro Chico.

El director médico inspiró hondo, se calmó un poco y dirigió una mirada fría al paciente.

– Peter-dijo-, estaré contigo en un momento. Espera fuera, por favor. Señor Moses, haga el favor…

– También es culpa mía -le interrumpió Peter.

Gulptilil iba a indicarle con un gesto que se fuera, pero se detuvo con el brazo en el aire.

– ¿Culpa? -preguntó-. ¿Y eso, Peter?

– He estado de acuerdo con todas las medidas que ella ha tomado hasta ahora. Para encontrar a este asesino se necesitan medidas extraordinarias. He abogado por ellas desde el principio, así que soy tan responsable de cualquier alteración como la señorita Jones.

– Atribuyes mucho poder a tus opiniones, Peter -comentó Gulptilil tras vacilar un momento.

Esta frase confundió a Peter. Inspiró hondo.

– Todo el mundo sabe que en cualquier investigación criminal hay un momento en que deben adoptarse medidas drásticas para aislar el objetivo y volverlo vulnerable. -Eso le sonó petulante e inmaduro, y además no era del todo cierto, pero al menos sonaba bien en ese momento, y lo dijo con la suficiente convicción como para que pareciera cierto. Gulptilil se reclinó en su asiento y esperó. Lucy y Peter lo observaron, y ambos pensaron más o menos lo mismo: lo que hacía de aquel médico una persona peligrosa era su capacidad de distanciarse de la indignación, el insulto y el enfado y, en su lugar, adoptar una actitud tranquila y observadora. Eso inquietaba a Lucy, que prefería ver cómo la gente demostraba sus rabias, aunque ella no lo hiciera. Peter lo consideraba una capacidad formidable. Le parecía que todas las conversaciones que la gente mantenía con aquel psiquiatra eran, en realidad, partidas de póquer con las apuestas muy altas, en las que Gulptilil tenía la mayoría de las fichas y los demás jugadores apostaban un dinero que no tenían. Ambos tuvieron la impresión de que el doctor hacía cálculos mentales. Negro Chico sujetó a Peter por el brazo para llevarlo otra vez a la sala de espera, pero el médico cambió de opinión.

– Ah, señor Moses -dijo con su voz normal. La rabia que había traspasado las paredes se había desvanecido con rapidez-. Quizá no sea necesario, después de todo. Pasa, Peter. -Señaló otra silla-. ¿Vulnerable, dices?

– Sí. ¿Qué más podría decir?

– ¿Más vulnerable de lo que la señorita Jones se ha vuelto con este intento pueril e ingenuo de imitar las características físicas de las víctimas?

– Es difícil de decir.

– Claro que lo es -sonrió el médico-. Pero ¿dirías que si este asesino posiblemente imaginario está de verdad aquí, dentro de estas paredes, el nuevo aspecto de la señorita Jones lo atraerá inexorablemente?

– Creo que sí.

– Muy bien. Yo también lo creo. De modo que podríamos presuponer de modo razonable que si a la señorita Jones no le ocurre nada próximamente, el asesino no está en el hospital. Y que fue Larguirucho quien mató a la desventurada enfermera en un arranque de delirio homicida, como indican las pruebas, ¿no crees?

– Sería una conclusión precipitada -respondió Peter-. El hombre al que buscamos podría ser más disciplinado de lo que pensamos.

– Sí, claro. Un asesino con disciplina. Una característica muy poco corriente en alguien dominado por la psicosis, ¿no? Estáis, como hemos comentado, buscando a un hombre sometido a sus impulsos asesinos, pero al parecer ahora ese diagnóstico ya no es apropiado. Preferiríais, como la señorita Jones sugirió al llegar aquí, que fuese una especie de Jack el Destripador. Pero en mis lecturas sobre ese personaje histórico, he averiguado que no parecía tener demasiada disciplina. Los asesinos compulsivos siguen fuerzas muy potentes, Peter, y a la larga son incapaces de contenerse. Pero ésta es una discusión que compete a los historiadores de la materia y que a nosotros nos afecta poco. ¿Podría preguntarte algo? Si el asesino que, según vosotros, está aquí fuera capaz de contenerse, ¿no dificultaría eso que llegaseis a descubrirlo? ¿Sin importar los días, las semanas o incluso los años que dedicarais a buscarlo?

– No puedo predecir el futuro, doctor.

– Ah, Peter -sonrió Gulptilil-, una respuesta muy inteligente y que revela tus posibilidades de recuperación cuando te traslademos a ese lugar que sugirieron tus amigos de la Iglesia. Creo que por eso has venido a mi despacho, ¿verdad? Para comunicarme que aceptas esa oferta tan generosa y considerada.

Peter dudó. El doctor Gulptilil lo observaba.

– Por eso has venido, ¿no? -insistió, y su voz excluía cualquier respuesta salvo la evidente.

– Sí -afirmó Peter, impresionado por la forma en que Gulptilil había logrado combinar las dos cosas: sus problemas con la ley y un asesino desconocido.

– Así pues, Peter desea abandonar el hospital para iniciar un nuevo tratamiento y una nueva vida, y la señorita Jones cree que ha tendido una ingeniosa trampa a su asesino. ¿He hecho una valoración correcta de la situación?

Tanto Lucy, que había permanecido callada, como Peter asintieron.

Gulptilil esbozó una ligera sonrisa.

– Entonces creo que en poco tiempo tendremos la confirmación, o no, de ambas cuestiones. Hoy es viernes. Supongo que el lunes por la mañana podré despedirme de ambos, ¿no? Habrá tiempo más que suficiente para averiguar si el enfoque de la señorita Jones es eficaz. Y para que la situación de Peter esté… bueno, solucionada.

Lucy se revolvió en la silla, dispuesta a protestar por esa fecha límite, pero vio que Gulptilil estaba cavilando. No le convenía pedir una prórroga. Desde luego, en una partida de ajedrez burocrática con el psiquiatra, siempre perdería, sobre todo si se jugaba en su propio terreno.-El lunes por la mañana -cedió-. De acuerdo.

– Por cierto, al ponerse voluntariamente en esta situación peligrosa, ¿firmará una carta que absuelva a la administración del hospital de cualquier responsabilidad en lo que a su seguridad se refiere?

Lucy entrecerró los ojos y pronunció la respuesta obligada con todo el desdén que pudo reunir.

– Sí.

– Perfecto. Por este lado, todo resuelto. A ver, Peter, déjame que haga una llamada…

Sacó una agenda del cajón superior del escritorio. La abrió con aire despreocupado y tomó una tarjeta de visita de color marfil. Rápidamente marcó un número. Se echó atrás en la silla mientras esperaba.

– Con el padre Grozdik, por favor -dijo cuando le contestaron-. De parte del doctor Gulptilil del Hospital Estatal Western. -Se produjo una breve pausa-. ¿Padre? Buenos días. Me complace informarle que Peter está aquí, en mi despacho, y ha aceptado lo que comentamos hace poco. En todos los sentidos. Creo que es necesario efectuar ciertos trámites para que podamos poner rápidamente fin a esta incómoda situación, ¿verdad?

Peter sintió abatimiento al percatarse de que toda su vida había cambiado en ese instante. Era casi como si estuviera fuera de su cuerpo viendo cómo pasaba. No se atrevió a mirar a Lucy, que también estaba en el umbral de algo, pero no estaba segura de qué, porque el éxito y el fracaso parecían haberse confundido en su cabeza.

99
{"b":"110014","o":1}