Condujo directamente hacia Cornwall Gardens y llamó al timbre del piso de Morgan Ford. Una voz de mujer sonó automáticamente a través del interfono y la cerradura automática se abrió con un ruidoso zumbido.
Alex subió la escalera, nerviosa. La puerta del piso de Ford le fue abierta por una jovencita de aspecto confuso y gafas de gruesos cristales, con una melena lacia que le cubría casi todo el resto del rostro, que le recordó a Alex un viejo perro pastor inglés.
– Ah, ah -dijo la chica- ¿La señora Willingham? El señor Ford la atenderá en seguida.
Alex deshizo el equívoco.
– No, no estoy citada con el señor Ford. Desearía saber si el señor Ford podría atenderme unos minutos.
La muchacha sonrió nerviosa.
– Creo que sería más conveniente que… pidiera hora. -Hizo pasar el peso de su cuerpo de un pie a otro, mientras movía la cabeza de arriba abajo repetidas veces.
– Lo vi ayer, sabe. Es que me gustaría preguntarle algo… Es muy importante.
La oscilación del cuerpo de la chica aumentó su ritmo.
– Se lo preguntaré de su parte -dijo con seriedad pero sin ocultar sus dudas-. Ah… ¿cuál me dijo que era su nombre?
– Señora Hightower.
La chica movió la cabeza de nuevo y se alejó con pasos largos y desgarbados, con el cuerpo inclinado hacia adelante. Alex miró el corredor: era estrecho y gris, el suelo cubierto por una llamativa alfombra roja y reproducciones enmarcadas de blanco en las paredes. Nada en él anunciaba la barroca magnificencia del estudio al que conducía.
La chica regresó apretando contra su cuerpo un libro registro.
– Lo siento, pero el señor Ford no la recuerda en absoluto.
– Pero si estuve aquí ayer mismo.
La chica movió la cabeza.
– Eso es lo que él me ha dicho.
– Tiene que constar en su registro, ¿no es así?
La muchacha abrió el libro.
– ¿A qué hora fue? -preguntó.
– A las diez y media.
– No -negó con la cabeza-. A esa hora nos visitó la señora Johnson.
Alex sintió que se ruborizaba. Miró los gruesos cristales de las gafas de la chica y fue como si viera sus ojos en el extremo opuesto de un catalejo.
– Ah, claro, es que di mi nombre de soltera.
– ¿La señora Shoona Johnson? -preguntó la chica incrédula.
– Si.
– Un momento. -Se alejó a buen paso.
Cuando volvió, venía seguida del propio Morgan Ford, que miró a Alex y sonrió cortésmente.
– Sí… ya recuerdo, usted vino… ¿no fue ayer?
Alex afirmó con la cabeza y miró las pequeñas manos rosadas y el enorme anillo con su piedra semipreciosa. Vestía un traje gris, pero distinto al del día anterior, más elegante, con una corbata más chillona y zapatos con hebillas doradas: si el día anterior su aspecto era el de un agente de seguros, hoy parecía el presentador de un espectáculo de variedades.
– Siento mucho molestarle así, de improviso -se excusó la señora Hightower-, pero necesito hablar con usted urgentemente.
Ford miró su reloj y Alex vio en su rostro un leve parpadear de irritación que logró que no se reflejara en su rostro.
– Puedo concederle un par de minutos hasta la llegada de mi próxima visita. No me gusta hacer esperar a nadie, ya sabe -dijo con amabilidad.
Los gatos continuaban en su puesto de centinela cerca de la chimenea con su fuego de gas y la observaron con aire de desconfianza.
– Quizá podría recordarme cuál era su asunto -le pidió Morgan.
– Mi hijo resultó muerto en un accidente de tráfico en Francia, cuando un conductor invadió en el lado contrario de la autopista.
– Sí, me suena. -Inclinó la cabeza como si se saludara a sí mismo-. Debe excusarme, pero veo a tanta gente…
– Ayer usted se excitó mucho.
Él frunció el ceño.
– ¿Lo hice?
Por un momento Alex quiso gritarle, darle un tortazo en la oreja. Pero la desesperación se impuso sobre la furia que resbaló sobre ella.
– Es una pena -replicó- que no pueda recordar lo ocurrido: le quería consultar sobre algo que dijo mi hijo.
– Por favor, siéntese.
Alex se sentó en la misma silla que el día anterior y el gato atigrado se acercó a ella lentamente y describiendo un amplio círculo.
Ford le sonrió con una expresión distante en sus ojos.
– ¿Podría darme algún objeto que esté en contacto directo con usted, una pulsera o un reloj?
– Ayer le di mi reloj de pulsera.
– Entonces eso mismo será lo mejor.
Alex asintió y se desabrochó la correa.
Morgan se sentó a su lado sosteniendo el reloj en la mano.
– Ah, sí -dijo-, ah, sí. Sentimientos muy fuertes. -Movió la cabeza-. Increíble. Notabilísimo. ¿Qué es lo que quiere saber?
– Ayer fui un poco agresiva con usted, porque no creía lo que me estaba diciendo. Desde entonces han ocurrido algunas cosas. -Lo miró atentamente, buscando alguna expresión en su rostro, un parpadeo, un sonrojo, algo que indicara que se sentía incómodo. Pero todo lo que vio fue una sonrisa cortés-. Me dijo usted que mi hijo Fabián deseaba regresar. ¿Qué quiso decir con ello?
Ford se la quedó mirando.
– Me llegan unas vibraciones inmensamente fuertes. Hay un espíritu que se siente atado a este mundo, posiblemente su hijo, pero hay también muchas otras cosas, un gran conflicto; percibo la presencia de una chica y otro hombre. Lo siento, señora, ahora no tengo tiempo, pero tenemos que hacer algo. Ese espíritu está atado a este mundo, confundido; tenemos que hacer algo por él.
– ¿Qué quiere decir usted con «atado a este mundo»? -Oyó sonar el timbre de la puerta en el otro extremo del corredor.
– Que no pasó al otro plano. Es algo que ocurre con frecuencia, me temo, en caso de muertes repentinas, como en un accidente o un asesinato; el espíritu necesita ser ayudado para salir de este mundo. Es posible que su hijo no se haya dado cuenta de que está muerto, ¿sabe? -Sonrió.
– ¿No hay en ello… -hizo una pausa- algo maligno?
Ford sonrió y le devolvió el reloj.
– Lo diabólico está presente en todas partes, pero podemos protegernos contra ello. Con procedimientos sencillos… No hay razón para preocuparse, si lo hacemos todo apropiadamente.
Ford la miró y Alex trató de leer su expresión.
De improviso el gato saltó sobre su regazo y el corazón le dio un vuelco.
– El ambiente es muy importante. Mire, un espíritu atado a este mundo puede perderse fácilmente; nada le es familiar; trata de hablar con la gente y se sorprende al ver que nadie le responde. -Ford sonrió-. El espíritu no tiene energía, pues no hay cuerpo que se la transmita. Pero si formamos un círculo, ese círculo crea energía, como un foco radial. El espíritu puede hallar su camino con ayuda del círculo, pues podemos atraer a él a guías espirituales que le pueden ayudar a salir de este plano y llevarlo al otro lado.
– ¿Se refiere a una sesión de espiritismo?
Ford hizo una mueca de dolor.
– Creo que es mejor llamarlo círculo; el nombre de sesión espiritista tiene un tono de vulgaridad; gitanas que echan las cartas en la costa a los turistas y todo eso. -Sonrió de nuevo.
– Ya sé que tiene prisa… seré rápida. Ayer me dijo que había una chica que trataba de manifestarse, alguien llamada Carrie. ¿Puede recordar algo de ello?
Él se estremeció.
– Ayer se interferían muchos canales, muchos eran los que trataban de intervenir, demasiada confusión.
– Es muy importante.
– Estoy seguro de que todo se aclarará cuando comencemos el círculo. Necesitaremos un lugar conveniente, que le sea familiar a su hijo; en su casa, sería lo mejor. ¿Tiene usted algún inconveniente?
Alex negó con la cabeza.
– ¿Qué dirá su marido?
– Estamos separados.
Ford movió la cabeza, comprensivo.
– ¿Quería su hijo a su esposo?
– Sí.
– En ese caso me gustaría que su marido estuviera presente. Necesitamos gente que nos dé poder; es muy importante que haya personas próximas a su hijo. ¿No tenía hermanas ni hermanos?