Conejo soltó una risita lúgubre.
– Conque ahora somos casos leves, ¿eh? Y dices que yo olvido las cosas de forma selectiva.
– Bueno, lo que te digo es que somos personas perfectamente racionales y dotadas de movilidad, por lo menos yo lo soy, hostia. No hay nada que me impida insertarme en la sociedad. Está claro que los miembros del consejo están esperando a ver quién toma la iniciativa y agarra la vida por el pescuezo y quién se queda sin saber qué hacer y se echa a llorar y a decir que quiere volver. Yo personalmente tengo intención de contarme entre los primeros.
– Contarte entre los primeros, ¿eh? ¿Esa es la clase de chorrada que le vas a soltar el sábado al evaluador?
– Bueno, ¡nadie ha dicho que vaya a ser un evaluador! Es el día de la fiesta, probablemente no sea más que un acompañante.
– Aun así nos puede evaluar mientras comemos sándwiches y bebemos refrescos de grosella.
– Tonterías, la fiesta es una introducción al mundo de los pacientes de aquí, un copeo amigable. Y dudo que vaya a haber refrescos de grosella. Por el amor de Dios, estás actuando como un preso fugado.
– Es como me siento. Como un puto prisionero de guerra. No me extrañaría que nos evaluaran a ver si tenemos estrés postraumático después de mandarnos a Londres.
– Oh, déjalo ya. No ha habido un solo incidente en toda la semana.
– Sí lo hubo, el viernes pasado.
– Bueno, así están las cosas en el mundo, no puedes esconderte sin más. Tenemos que involucrarnos, ejercer nuestros derechos, extirpar el azote del terrorismo. Lo siento si no resulta relajante.
– Pues sé un buen chaval, anda. Cuando termines de extirpar el torerismo, ¿me puedes pillar un pastel de cerdo y una botella de ginebra en la tienda de Patel?
– Dios, eres un liberal de lo más patético. ¿Te has oído a ti mismo últimamente? Te has convertido en un hippy absurdo, es como un chiste. Y después de los sacrificios que ha hecho este país por tu seguridad… te tendría que dar vergüenza, joder.
– Te tendría que dar vergüenza a ti, cielo. Es la gente como tú la que ha provocado que haya putos terroristas para empezar.
– Pues mira, no precisamente, Conejo. Ha sido la autocomplacencia de alfeñique de la gente como tú. ¡Es la gente como tú la que ha estado demasiado ocupada salvando a los zorros en vez de contraatacar mientras teníamos la oportunidad!
– Contraatacado, ¿eh? ¿Dónde?
– Bueno, pues… En Oriente Medio, para empezar, coño.
– Creo que eso ya lo hemos hecho, colega, sinceramente. Creo que les hemos dado con un palo bien grande y luego hemos vuelto corriendo a casa y hemos esperado que ellos pensaran que se lo merecían por ser pobres y no dejar que sus mujeres enseñaran el culo por la calle.
– Pero qué hippy tan patético, Conejo, no me lo puedo creer.
– Necesitas que te evalúen, en serio.
– Tú eres el que lo necesita.
Conejo se incorporó y parpadeó.
– ¿O sea, que admites que el tipo del sábado va a ser un evaluador?
Por la nariz de Blair salió un resoplido de cuatro palmos de largo.
– ¡Por el amor de Dios! ¡A nadie le importan las evaluaciones! ¡Lo único que quieren es parar esos horribles reportajes sobre gente con necesidades especiales que aparecen en la prensa! O sea, está clarísimo, Conejo. Como mucho, yo diría que la visita del sábado es para asegurarse de que no estamos solamente cómodos sino en estado de éxtasis. Necesitan que triunfemos, que seamos un ejemplo. Harán lo que sea para conseguirlo.
– Mierda, lo único que les interesa son los reportajes sobre bebés de la familia real. -Conejo entrechocó los huesos de sus rodillas, mandando una ola en dirección a su pecho que rompió en sus orejas-. Cualquier idiota lo sabe. ¿De verdad crees que les importan un carajo las historias sobre nosotros? ¿Sobre un par de chiflados con los documentos no del todo en regla? No, colega. Bebés de la familia real. Lo huelo a una milla. Para mí que solamente estamos fuera porque teníamos la habitación de al lado de las escaleras. Con vistas dabuten a la puerta del ala de seguridad.
– Vale, olvídalo, no sirve de nada hablar contigo, joder. -Mira, la familia real siempre ha aparcado a los churumbeles chungos en el campo, donde nadie los vea. Así es como funciona el sistema, los unos tapan las vergüenzas de los otros.
– Bueno, pues el sistema se ha privatizado. Vete acostumbrando.
– ¿Y para qué crees que es el anexo, el que hay en la parte de atrás de Albion House? ¿Para jugar al puto bingo? Colega, para bebés averiados de la familia real. Esa clase de historias no vienen de la nada, ya sabes, no hay humo sin fuego.
– En serio, Conejo, por el amor de Dios. Y supongo que esta teoría ha salido del Mail.
– No te metas con el Daily Mail, colega. A los de tu calaña los tienen caladitos del todo.
– Bueno, pues dime cuándo, en los treinta y pico años que te has pasado en Albion House, has visto un bebé de la familia real.
– Bueno, joder, no te van a decir cuál es, ¿verdad? ¿Qué crees, que les estampan una orden real en toda la trente?
– Lo que te estoy diciendo es que como residente de la institución donde se supone que está pasando todo eso, no he oído un solo rumor creíble sobre un puñetero bebé de la familia real.
– Si me lo preguntas a mí, es la chavala esa que vive al final del lado oscuro del ala de seguridad, la que tiene todas esas máquinas. La que no es más que una cabeza con cosas que parecen agallas. -Conejo se llevó un dedo a la mejilla y cerró los párpados en gesto solemne-. Acuérdate de lo que te digo: churumbel de la familia real.
– Ah, muy gracioso, y por eso han soltado a un millar de residentes por toda Gran Bretaña, por lo que algunos de nosotros podemos saber sobre un bebé de la familia real. Por el amor de Dios, Conejo. Es absurdo. Ya hay bastantes curiosidades encerradas en esos sitios como para tener ocupada a la prensa durante un siglo, no hacen falta bebés de la familia real. O sea, por el amor de Dios, en el ala Imperio hace por lo menos dos décadas que hay una araña humana plenamente activa y móvil, y la visten con ropa negra y peluda para la fiesta de Halloween. ¿Qué crees que diría la prensa?
– Se llama Eva, Blair, antes de que se te vaya la olla. Y no va a salir en los periódicos solamente por ser disminuida.
– Lo que te estoy diciendo es que los expedientes de la mitad de esa gente revelan errores sanitarios embarazosos, si es que no criminales, que se remontan a sus nacimientos. Y también al nuestro: ¿te imaginas el escándalo que se armaría? Unos gemelos perfectamente sanos que esperan treinta y tres años a que los separen. Unos chavales perfectamente sanos y encerrados toda la vida en un centro. Iba a ser la historia del siglo. Ahora mira cómo han ido las cosas: la privatización saca a la luz todos los expedientes. Y de pronto nos mandan de permiso. ¿No te sugiere algo?
– Un churumbel tullido de la familia real.
– Oh, vete a la mierda.
Conejo apoyó un brazo escuálido en el borde de la bañera y se reclinó hacia atrás con aire de astucia.
– Mira, colega, si estuvieran tan preocupados porque no contáramos historias a la prensa, ¿tú crees que nos soltarían en medio de Londres? ¿A una calle de la puta Fleet Street de los periodistas? Anda ya, a ver si se me entiende. Nos mandarían al extranjero, se inventarían cualquier excusa para unas vacaciones o cualquier otra mierda. Afróntalo: le puedes contar nuestra historia al cabrón que sea, que no se va a inmutar. A nadie le importan nuestras historias, Blair. No somos más que señuelos.
– Bueno, en primer lugar ya no queda ningún puñetero periódico en Fleet Street, así que tu argumento se va al garete. Y en todo caso, no dejes que tu retorcida evaluación de las cosas te permita pensar que puedes pavonearte por ahí contando nuestra historia, ¿me oyes?
– ¿Y por qué no? No hay de qué avergonzarse. Yo creo que nos irá mejor si vamos con la verdad por delante, si total nos van a calar igual.