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– ¡Bueno, pero no se nos puede culpar de ser tan populares! Y en todo caso, ésos son invitados no bienvenidos, aunque un poco menos que vosotros. Os puedo decir que el inspector ya ha venido antes a ver si podía chupar algún beneficio, y que está con la peor clase de persona que hay en el mundo, una copiloto de garrapata, la gerente del almacén Lubov.

– Silencio, ahora. -El oficial Gergiev levantó su arma.

La puerta se abrió de golpe. El inspector Abakumov entró dando tumbos con una botella de vodka en la mano. Ya había disfrutado del mismo en buena medida, y se tambaleaba un poco. Lubov lo siguió afanosamente, con la cara lista para un estallido de cólera, probablemente relacionado con la desaparición de sus chicos.

Los dos se quedaron petrificados.

Dos armas amartilladas aparecieron delante de sus caras a modo de saludo.

– Decid qué os trae por aquí. -El pequeño Fabi cerró la puerta de una patada detrás de ellos.

– Soy inspector del Estado. -Abakumov puso la espalda recta-. Y os traigo una notificación oficial de que esta vivienda se halla bajo mi jurisdicción, ya que estoy a cargo de la investigación de unos crímenes cometidos aquí.

Gavrel volvió a amartillar el arma y sonrió:

– ¿En serio? ¿Y de qué Estado estás hablando?

El inspector retrocedió.

– Lo conoces tan bien como tu mismo nombre, no cometas el error de ponerte a juguetear. Deponed las armas, antes de que se haga más larga la lista de delitos.

Gavrel mantuvo la sonrisa firme mientras se acercaba al inspector.

– Parece que la botella ha alterado tus nociones de geografía, inspector. De hecho, parece que la botella te ha llevado a farfullar chorradas en un rincón perdido del Gnezvarikstán occidental. -Se volvió un par de centímetros y le gritó por encima del hombro a su compañero-. Fabi: ¿no te parece que acabamos de topar con un inmigrante ilegal?

– Sí, Gavrel. Un ilegal, a menos que tenga el pasaporte y el visado en regla.

– Os advierto una vez más… -eructó Abakumov.

– ¡Shhh! -Gavrel levantó el arma y le clavó el cañón en la garganta al inspector. Le echó una mirada sardónica a Olga-. Lo ha comparado usted con un cagarro en el culo, ¿verdad?

– Sí -dijo Olga-. Y con el culo de un ganso, y con una sanguijuela.

– El culo de un ganso y una sanguijuela -repitió Gavrel a la cara del inspector-. Ciertamente, si hay algo que tengo en común con estos desgraciados ubli es una larga historia de ver las tristes caras de los seres queridos que han tenido que tratar con los pequeños gánsteres perezosos, pomposos y autorizados por el Estado como tú. -Clavó el arma en la garganta de Abakumov hasta hacerlo sisear.

– ¡Buen chico, Gavi! -Olga soltó una risita.

Gavrel miró a los ojos del inspector.

– A ver, pues, Inspector Cagarro En El Culo: ¿quieres suplicar asilo político en el Estado libre Gnezvarik? ¿Por eso estamos viendo tu jeta aquí?

El inspector gorgoteó y recorrió la habitación con la mirada.

– ¡Ja! -Gavrel echó la cabeza hacia atrás-. Fabi, ¿no puede ser que nos esté suplicando asilo político? Y eso que nos hemos olvidado de traer nuestros sellos oficiales.

– Sí, Gavrel. Parece que lo que busca es asilo politicona.

Gavrel golpeó con el arma los brazos del inspector para obligarle a levantarlos, lo cacheó y por fin le hizo un gesto para que él y Lubov se apretujaran con el grupo del rincón. Los dos fueron allí arrastrando los pies y se sentaron, con las manos sobre la cabeza. Gavrel se los quedó mirando con el ceño fruncido.

– Tengo que decir que cada vez me siento más receloso. ¿Qué clase de fiesta es esta que se celebra a primera hora de la mañana con carne asada, y que atrae a los borrachos cuando está saliendo el sol? Esto es muy raro. -Se volvió hacia su compañero y proyectó la mirada a través de la ventana de la cocina-. Es muy raro, Fabi. ¿Quién sabe cuántos juerguistas siguen acechando ahí fuera? Sal y asegura la zona. Aquí hay algo que no es normal.

Cuando Ludmila salió por fin de la cocina, Blair casi había terminado de pintar los marcos de las ventanas del enorme invernadero de su casa en los barrios residenciales. Ella llevaba la camiseta de rugby de él por encima de las braguitas francesas, y, pese a saber el efecto que aquello tenía en él, se inclinó hacia delante para recoger los restos abandonados de su bocadillo de queso de cabra, rúcula silvestre y pesto.

Un abismo de lo más acogedor se le dibujó en la seda del trasero.

Luego alguien amartilló un arma cerca de ellos. Después una voz ladró. Blair abrió los ojos de golpe.

Delante de ellos había un soldado de pie, jadeando niebla.

– ¡No falta de nada en esta fiesta! -Gavrel estaba sentado con un vasito de vodka en la mano-. Casi espero que lleguen acróbatas y cosmonautas. Ya sólo nos falta vender entradas. -Desplazó la mirada hasta Ludmila y Blair, y luego de vuelta a su compañero-. Sienta a la chica con su familia. -Le hizo un gesto a Blair con el Kalashnikov en dirección a la mesa-. ¿Y tú? ¿Inglés?

– Sí -dijo Blair.

– ¿Periodista?

– Pues no, mire, soy consultor de mercados globales para…

– ¿Amas al Manchester United?

– ¿Que si lo amo? Bueno…

– Dime: ¿quién marcó en el último partido del Chelsea? Dímelo.

– Bueno, ejem…

– Eres periodista.

– No, no, escuche…

– Silencio.

– O sea…

– ¡Silencio! -Gavrel dio un puñetazo en la mesa, haciendo que la cabra diera un brinco sobre su plato.

El inglés se sobresaltó, lo cual pareció divertir al soldado. Soltó una risita y cogió dos vasos más de la mesa de la cocina.

– Fabi, pon al periodista en la habitación de atrás con su compañero. -Llenó los vasos y se los pasó a Blair-. Hospitalidad gnezvarik -dijo, señalando el camino con la barbilla.

– Muy considerado por su parte, gracias.

– Chin-chin.

– Perdone una pregunta. -El inspector separó los dedos de la cabeza-. ¿Esto es un secuestro al por mayor, o sea, nos vamos a pasar semanas aquí sentados?

– ¿Acaso parece un secuestro? -Gavrel clavó en el hombre una mirada de imbecilidad teatral-. ¿Este buffet tan elegante de vodka y carnes? ¿Y te crees que alguien iba a pagar por tu seguridad, con la carroña que eres? Más bien tendríamos que organizar una lotería para decidir quién se lleva el premio de matarte.

– Bueno, lo pregunto solamente porque…

– Silencio. Lo único que estamos haciendo es asegurar la propiedad. Nuestro comandante viene detrás de nosotros, y cuando estemos instalados aquí por la noche, decidiremos vuestro destino.

– Sí, pero ¿podría cierto caballero salir a usar la letrina debido a todos los líquidos que ha tomado?

El soldado se bebió su vodka de un trago, sin dejar de mirar al inspector.

– Estás corriendo el riesgo de ser tan aburrido que te dispare. -Luego gritó en dirección al dormitorio-. ¡Fabi!

– ¿Sí, Gavrel? -La cabeza del soldado se asomó a la habitación.

– Llévate al ruso a la letrina y no lo pierdas de vista ni un segundo.

– Gracias. -Abakumov se levantó del suelo con movimientos rígidos.

– ¿Y los ingleses? -Fabi se demoró en la puerta del dormitorio, sin saber muy bien qué hacer.

– Déjalos, ahí no hay ventana. Yo vigilo la puerta.

– Pero ¿juntos, y con vodka? ¿Qué protocolo aconseja darles bebida? ¿Acaso no se pondrán a conspirar en su idioma?

– Es su última copa, Fabi, es una anestesia.

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