– ¿Estás bien, Nejo? -Ella le puso una mano en la frente-. No tienes que beber, me cago en la puta. Joder, colega. No tienes que beber ni una gota, ¿qué está pasando? ¿Conejo? ¿Qué estás haciendo en la cocina?
– Es donde están los vasos.
– Pero ¿por qué vas trajeado?
A Conejo se le abrió la boca de golpe y los dientes le quedaron suspendidos sobre el labio.
– Esta noche teníamos terapia, Blair y yo. Pero tal como van las cosas, probablemente he hecho bien quedándome en casa.
– Eh, para el carro -gritó Blair-. ¿No he dejado bien claro que no pienso hacer más terapia de grupo? Lo siento, pero no puedes usar ese viejo truco con Nicki.
– Ooh, ooh, ooh -chilló Conejo-. Se ha hecho demasiado mayor para su terapia de grupo. Bueno, pues esta noche el grupo vendrá a casa de Simon, así que no tenemos que desplazarnos. Y Simon me estaba guardando una pizca de su hierba, así que me has dado bien por el culo.
– Bueno, con las cosas que acabas de decir te has cargado cualquier posible compasión que pudiéramos tener por ti. Acabas de justificar el que no vayamos.
– Y una mierda.
Nicki proyectó un fruncimiento de ceño y después ayudó a Conejo a sentarse con la espalda apoyada en la cocina.
– Lo siento, Nejo. Él no me dijo que teníais terapia de grupo. Sabías que yo estaba aquí, ¿por qué no me has llamado?
– Es lo más sagrado del mundo para mí. Pero bueno, como digo, probablemente he hecho bien en quedarme. Me tenido lo que llaman un episodio cardíaco, vete a saber a qué escala.
– ¡Pues defíneme «escala»! -gritó Blair-. ¿Va desde la muerte repentina hasta revolcarse por el suelo todo ciego de coñac?
Conejo retorció la boca en dirección al banco de la cocina.
– Has tenido un día movido en el curro, ¿eh? Menuda montaña de trabajo hoy en la fábrica de sándwiches, ¿no, Blair?
– Vete a la mierda, ya sabes que todavía no he empezado de verdad. Además, no fabricamos sándwiches, solamente suministramos la información sobre mercados globales.
Nicolah le hizo una mueca a Blair.
– ¡Me has dicho que tenías la semana libre!
– Bueno, tener experiencia laboral no es lo mismo que tener un trabajo, te está tomando el pelo.
– Aun así tienes que ir, joder.
– Me he pedido la semana libre por enfermedad.
– Sí. -Conejo soltó una risita-. Lesión por esfuerzo repetitivo. ¿En qué mano?
– Muérete. -Blair se cerró en banda y se dejó caer en un sota.
Conejo rebuscó con descaro su bolsillo interior en busca de un Rothmans. El cigarrillo tembló al tocarle los labios. Nicki los miró y frunció el ceño.
– Será mejor que llame a alguien.
– Ah, ya he intentado llamar.-Conejo hizo un gesto con la mano-. No hay nadie.
Nicki afiló la mirada.
– ¿Cuánto has bebido?
Conejo lanzó varios parpadeos.
– Venga, Nejo. -Ella le tiró de la manga y levantó la botella-. ¿Te has bebido todo esto?
Blair entró como un bólido en la cocina, agitando los brazos.
– Mira, se lo ha bebido todo. Déjalo, si al final le estás siguiendo el juego. Lleva toda la noche mamando, mira. Es ridículo.
Nicki le dio un mamporro en la pierna a Blair. -¡Para ya! Joder, ya os vale a los dos.
– ¡O sea, es inaceptable! -Blair volvió dando zancadas a su sofá.
– ¡Eh! -chilló Nicki-. Callaos los dos hasta que podamos resolver esto.
Conejo inhaló un puñado de humo y se volvió para ver cómo los tirabuzones de Nicki le daban besitos en los hombros. La simplicidad de la mirada de ella siempre conseguía conmoverlo. «Estoy aquí y soy yo, joder», decía la mirada. Las simpatías de él volaron hacia la curva de la espalda de ella.
– Me recuperaré -susurró, dándole unos golpecitos en su mano suave y de piel oscura.
– Sí, pero yo estoy de mierda hasta el cuello. Voy a llamar a alguien.
– No lo hagas -dijo Blair en tono cortante-. Se nos llevarán a los dos, por el amor de Dios.
Conejo chasqueó la lengua.
– Blair, ahora somos individuos, tú lo has dicho mil veces. Nadie va a venir a por ti, es un problema médico que tengo yo, no me puedo esconder sin más de mis problemas médicos, a ver si se me entiende.
– Estáis conspirando -dijo Blair-. Estáis conspirando los dos para que nos encierren otra vez y no pienso tolerarlo. ¡No lo tolero!
– ¡Eh! -chilló Nicki-. ¿De verdad creéis que me voy a quedar sentada a esperar a que todo sea mi puñetera culpa?
– ¡Por el amor de Dios! No respondo, Conejo, si nos devuelven a Albion House por esto, te aseguro que te mato yo mismo, joder. ¿Me oyes?
Conejo posó un ojo vidrioso sobre su hermano.
– Estás obsesionado. ¿Por qué no intentas controlarte un poco, Blair?
– Vete a tomar por el culo.
– Te está dando un telele, colega. Acuérdate de lo que te digo, eso es locura. -Conejo intentó arrancarle la botella a Nicki de la mano. Ella la apartó de su alcance y estiró el brazo para dejarla sobre la mesa. Sus dedos encontraron el teléfono y tiraron del mismo.
– Además, ya he probado el teléfono -dijo Conejo-. No hay nadie.
– ¿A quién has llamado?
– A todos.
– ¿Sabes que lo han cambiado?
– Sí, en el sentido de que ha dejado de existir.
– No, quiero decir que ahora todo pertenece a Vitaxis. Tienes que marcar un código y usar tu número PIN.
– ¿Ya no hay que llamar a la Seguridad Social?
– Vitaxis, te lo estoy diciendo: ahora todo es privado, hay que llamar siempre a un número general. -Nicki arrancó la mirada de Conejo de la botella que ahora estaba en la mesa de la cocina-. Ya te vale, Conejo. -Marcó enérgicamente varias teclas del teléfono y esperó-. Mi puto abuelo apenas se acuerda ya de la Seguridad Social. Haz algo útil y pon la tetera al fuego.
En su sofá, la cara de Blair palideció. Palideció el equivalente a dos sesiones de bronceado del caro. Y lo notó. Se la cubrió con las manos y encorvó la espalda hacia delante.
Nicki trajo el teléfono y se sentó a su lado.
– ¿Hola? Soy Nicolah Wilson, de Warm Aftercare… seis uno cuatro nueve tres nueve ocho. Sudeste. Tres siete cuatro siete. Wilson. Heath. ¿Es demasiado temprano para hablar con el doctor Compton?
Se oyó una versión instrumental de «Reck ma Skank» de Pirie Jammette y luego:
– ¿Sí? -La trompa de un oboe estrangulado, la voz del médico-. ¿Qué problema hay?
– Dolores en el pecho y problemas para respirar -dijo Conejo entre dientes.
– Y malestar en el brazo y el hombro izquierdos -repitió Nicki por el teléfono.
– ¿Cuál es el que se encuentra mal?
– Conejo. Digo, Gordon.
– Ya veo. ¿Puede usted percibir alguna coloración azul o morada en sus labios?
– No.
– ¿Tiene el pulso muy rápido o irregular?
– No. Pero puede que haya bebido algo.
Conejo le dedicó un encogimiento travieso de hombros al fregadero.
Compton hizo una pausa para carraspear.
– Ya veo. ¿Está sudando, tiene la piel brillante?
– La verdad es que no. Dice que ha tenido un ataque hace un rato.
– Ya veo, ya veo. Ninguno de los dos tiene que beber, ya lo sabe usted. Sin entrar en sus funciones hepáticas, me temo que el alcohol puede precipitar episodios emocionales de alguna clase. Estamos en un territorio psicológico sin explorar. ¿El otro también ha estado bebiendo?
– Solamente un par de pintas.
– Ya veo. Bien. En cuanto a esos síntomas, si es la primera vez…
– Le oigo, doctor.
– No lo avergüence por ello, el estrés puede tener un efecto sorprendentemente poderoso. Tal vez debería dejarme hablar con él.
Nicolah le dio el teléfono a Conejo. Él se sostuvo el auricular contra el pecho mientras componía su voz telefónica.
– Lo siento, Spencer. No es más que mi lío de siempre.
– Lo que pasa, Gordon, es que ahora vives en la sociedad. Me preocupa que las cosas os puedan superar a los dos, todavía estamos en los primeros días. ¿No te sentirías más cómodo de vuelta en el centro, hasta que las cosas se hayan estabilizado? Yo creo que me sentiría más cómodo si estuvierais en el centro, o en casa, con vuestra familia.