Entonces Ruth bajó a la cocina. Hannah, que era una cocinera perezosa pero práctica, se había propuesto freír rápidamente unas verduras, había cortado un pimiento rojo y amarillo, echándolo a un cuenco con unos trozos de brécol. Las verduras estaban ligeramente húmedas. Ruth probó una tira de pimiento y comprobó que les había echado sal y azúcar para que exudaran un poco. Recordó que ella le había enseñado a Hannah a hacer eso durante uno de los fines de semana que habían pasado juntas en la casa que Ruth tenía en Vermont, mientras se quejaban de los novios granujas
Hannah también había pelado y reducido a pasta una raíz de jengibre. Había dejado sobre el mármol el wok y el aceite de cacahuete. Ruth echó un vistazo al frigorífico y vio un cuenco de gambas marinadas. Estaba familiarizada con la cena que Hannah iba a preparar, pues ella había servido la misma cena para Hannah y varios de sus amigos en numerosas ocasiones. Lo único que no estaba preparado para cocinarlo era el arroz
Había dos botellas de vino blanco en el frigorífico. Ruth sacó una, la descorchó y se sirvió una copa. Fue al comedor y salió a la terraza. Cuando Hannah y su padre oyeron que la puerta se cerraba, se apresuraron a separarse y nadaron hasta el extremo profundo de la piscina. Habían estado agachados donde no cubría… o bien el padre de Ruth había estado agachado mientras Hannah se mecía en el agua, en su regazo
Allá, en el extremo profundo, rodeadas de azul, sus cabezas eran pequeñas. Hannah parecía menos rubia que de ordinario, su cabello mojado era oscuro, como el de Ted. La espesa y ondulante cabellera del escritor había adquirido una tonalidad gris metálica, generosamente entreverada de blanco; pero en la piscina azul oscuro, su cabello mojado era casi negro
La cabeza de Hannah estaba tan lustrosa como su cuerpo, y Ruth pensó que parecía una rata. Sus pequeños senos oscilaban mientras pedaleaba en el agua. Por la mente de Ruth cruzó una imagen: las tetas de Hannah podrían ser peces de un solo ojo y de movimientos rápidos
– He llegado pronto -empezó a decir Hannah, pero Ruth la interrumpió
– Anoche estabas aquí. Me llamaste después de haber jodido con mi padre. Yo podría haberte dicho que roncaba
– Ruthie, no… -intervino su padre
– Eres tú la que tiene un problema de jodienda, chica -replicó Hannah
– Hannah, no… -dijo Ted.
– La mayoría de los países civilizados tienen leyes -siguió diciendo Ruth-. La mayoría de las sociedades se rigen por normas…
– ¡Eso ya lo sé! -le gritó Hannah. Su rostro pequeño tenía una expresión menos confiada que de costumbre, pero tal vez sólo se debía a que no era una buena nadadora y no movía los pies en el agua con naturalidad
– La mayoría de las familias siguen reglas, papá -le dijo Ruth a su padre-. Y la mayoría de los amigos también -añadió, dirigiéndose a Hannah
– Muy bien, muy bien -replicó Hannah-. Soy la anarquía personificada
– Nunca te disculpas, ¿eh?
– De acuerdo, perdona -dijo Hannah-. ¿Te sientes mejor así?
– Ha sido una casualidad…, no se trata de nada planeado -le explicó Ted a su hija
– Eso debe de ser una novedad para ti, papá -comentó Ruth.
– Nos encontramos por casualidad en la ciudad -corroboró Hannah-. Le vi en la esquina de la Quinta y la Calle 59, junto al Sherry-Netherland. Estaba esperando que el semáforo se pusiera en verde
– No tengo ninguna necesidad de saber los detalles -replicó Ruth
– ¡Siempre eres tan superior! -exclamó Hannah. Entonces empezó a toser-. ¡He de salir de esta jodida piscina antes de que me ahogue!
– También puedes salir de mi casa -le dijo Ruth-. Recoge tus cosas y lárgate
La piscina carecía de escala, porque a Ted no le parecían estéticamente agradables. Hannah tuvo que ir a nado hasta el extremo menos hondo y subir los escalones, pasando por el lado de Ruth
– ¿Desde cuándo es tu casa? -inquirió-. Creía que era de tu padre
– Hannah, no… -repitió Ted
– Quiero que también te marches, papá, quiero estar a solas. He venido a casa para estar contigo y con mi mejor amiga, pero ahora quiero que os marchéis los dos
– Sigo siendo tu mejor amiga, por el amor de Dios -le dijo Hannah mientras se ceñía una toalla
"La ratita escuálida", pensó Ruth
– Y yo todavía soy tu padre, Ruthie -añadió Ted-. No ha cambiado nada
– Lo que ha cambiado es que no quiero veros -replicó Ruth-. No quiero dormir en la misma casa con ninguno de los dos
– Ruthie, Ruthie.
– Ya te lo había dicho, Ted. Es una puñetera princesa, una prima donna. Tú fuiste el primero en consentirla, y ahora la consiente todo el mundo
Así pues, también habían hablado de ella.
– Hannah, no… -volvió a decir el padre de Ruth
Pero ella entró en la casa y dejó que se cerrara bruscamente la puerta mosquitera. Ted siguió pedaleando en el agua, en el extremo profundo de la piscina. Podía pasarse así el día entero
– Tenía mucho de qué hablar contigo, papá -le dijo su hija
– Todavía podemos hablar, Ruthie. No ha cambiado nada -dijo
Ruth había apurado el vino. Miró la copa vacía y entonces la arrojó a la cabeza oscilante de su padre. No le alcanzó, ni mucho menos, y la copa se hundió en el agua, intacta y danzando, como una zapatilla de ballet, hacia el fondo de la piscina
– Quiero estar sola -volvió a decirle a su padre-. Querías joder con Hannah, ¿no?… Pues ahora puedes marcharte con ella. Vamos… ¡vete con Hannah!
– Lo siento, Ruthie -dijo su padre, pero Ruth entró en la casa y le dejó allí, pedaleando en el agua
Ruth estaba en la cocina. Las rodillas le temblaban un poco mientras lavaba el arroz y lo dejaba escurrirse en un colador, y pensaba que probablemente había perdido el apetito. Fue un alivio para ella que su padre y Hannah no intentaran hablarle de nuevo
Oyó el sonido de los zapatos de tacón alto de su amiga en el vestíbulo. Imaginó lo bien que le sentaban aquellos zapatos rosa asalmonado a una rubia seductora. Entonces oyó el ruido del Volvo azul marino, los anchos neumáticos que aplastaban la grava del sendero. (En el verano de 1958, el sendero de acceso a la casa de los Cole en Sagaponack era de tierra, pero Eduardo Gómez convenció a Ted para que pusiera grava. Había sacado esa idea del infame sendero que había en la casa de la señora Vaughn.)
Desde la cocina, Ruth oyó que el Volvo se dirigía al oeste por Parsonage Lane. Tal vez su padre llevaría a Hannah de regreso a Nueva York. Tal vez se alojarían en el piso de Hannah. Ruth pensó que estarían demasiado azorados para pasar otra noche juntos. Pero aunque su padre podía ser tímido, nunca se mostraba azorado… ¡Y Hannah ni siquiera lo sentía! Probablemente irían al American Hotel de Sag Harbor, y la llamarían más tarde, lo harían los dos, aunque en distintos momentos. Ruth recordó que el contestador automático de su padre estaba desconectado. Decidió no responder al teléfono