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– Desconocía esos aires de superioridad, Alice -le dijo Ted a la joven.

– Alice se ha mostrado arrogante conmigo durante todo el verano -comentó Eddie.

A Eddie no le gustaba ese aspecto del cambio que se producía en su interior. junto con la autoridad, con el hallazgo de su propia voz, también había desarrollado un gusto por una clase de crueldad de la que antes había sido incapaz.

– Soy moralmente superior a ti, Eddie, de eso no tengo duda -le dijo la niñera.

– Moralmente superior… -repitió Ted-. ¡Menudo concepto! ¿Te sientes alguna vez «moralmente superior», Eddie?

– Sí, sólo con respecto a ti -replicó el muchacho.

– ¿Te das cuenta, Alice? -inquirió Ted-. ¡Todo el mundo se siente moralmente superior con respecto a alguien!

Eddie no se había dado cuenta de que Ted ya estaba bebido. Con lágrimas en los ojos, Alice subió a su coche. Eddie y Ted la contemplaron mientras se alejaba.

– Allá va la que debía llevarme al transbordador-señaló Eddie. -De todos modos, quiero que te marches mañana Ted. -Muy bien, pero no puedo ir andando a Orient Point. Y tú no puedes llevarme.

– Eres un chico listo, ya encontrarás a alguien que te lleve. -Tú eres el que tiene talento para conseguir que te lleven -replicó Eddie.

Podrían pasarse toda la noche zahiriéndose, y ni siquiera había oscurecido todavía. Era demasiado temprano para que Ruth se hubiera dormido. Ted, preocupado, se preguntó en voz alta si debía despertarla e intentar convencerla de que cenara algo. Pero cuando entró de puntillas en el cuarto de Ruth, la niña estaba trabajando ante su caballete. 0 se había despertado, o había engañado a Alice haciéndole creer que dormía.

Ruth dibujaba muy bien para su corta edad. Aún no se podía saber si esto era una señal de su talento o el efecto más modesto de la influencia paterna, pues Ted le había enseñado a dibujar ciertas cosas, sobre todo rostros. Era evidente que Ruth sabía dibujar un rostro. En realidad, sólo dibujaba caras. (De adulta no dibujaría nada en absoluto.)

Ahora la niña trazaba un dibujo desacostumbrado, con figuras a base de trazos rectos, de la variedad torpe y amorfa que dibujan los niños pequeños sin dotes artísticas. Había tres de aquellas figuras mal dibujadas, sin rostro y con óvalos como melones por cabeza. Encima de ellas, o tal vez detrás, pues la perspectiva no estaba clara, surgían varios montículos que parecían montañas. Pero Ruth era una niña de los patatales y el océano. Donde ella había crecido, todo era llano.

– ¿Eso son montañas, Ruthie? -le preguntó Ted. -¡No! -gritó la niña.

Ruth quiso que también Eddie se acercara a su dibujo, y Ted llamó al muchacho.

– ¿Eso son montañas? -le preguntó Eddie al ver el dibujo. -¡No! ¡No! ¡No! -gritó Ruth.

– No grites, Ruthie, cariño. -Ted señaló las figuras lineales sin rostro-. ¿Quiénes son, Ruthie?

– Personas moridas -respondió Ruth.

– ¿Quieres decir que son personas muertas, Ruthie? -Sí, personas moridas -repitió la niña.

– Ya veo…, son esqueletos -dijo su padre.

– ¿Dónde están sus caras? -preguntó Eddie a la pequeña. -Las personas moridas no tienen cara -respondió Ruth. -¿Por qué no, cariño? -inquirió Ted.

– Porque las entierran -dijo Ruth-. Están debajo de la tierra. Ted señaló los montículos que no eran montañas. -Entonces esto es la tierra, ¿no?

– Sí. Las personas moridas están debajo. -Señaló la figura del centro, con la cabeza de melón-: Ésta es mamá.

– Pero mamá no ha muerto, cielo -le dijo Ted-. Mamá no es una persona morida.

– Y éste es Thomas y éste Timothy -siguió diciendo Ruth, señalando los otros esqueletos.

– Mamá no está muerta, Ruth, sólo se ha ido.

– Ésa es mamá -repitió Ruth, señalando de nuevo el esqueleto del centro.

– ¿Qué te parece un emparedado de queso patatas fritas? -preguntó Eddie a la pequeña. -Y ketchup -añadió Ruth.

– Buena idea, Eddie -dijo Ted al muchacho.

Las patatas fritas estaban congeladas, tuvieron que calentar previamente el horno y Ted estaba demasiado bebido para encontrar la sandwichera. No obstante, con la ayuda del ketchup, los tres lograron dar cuenta de aquella deplorable comida. Mientras oía cómo la niña y su padre subían la escalera, describiéndose mutuamente las fotografías desaparecidas, Eddie pensaba que, dadas las circunstancias, la cena había sido civilizada. A veces Ted se inventaba, o por lo menos describía, una fotografía que Eddie no recordaba haber visto, pero a Ruth no parecía importarle. La pequeña también inventó una o dos fotos.

Un día, cuando no pudiera recordar muchas de las fotos, lo inventaría casi todo. Y Eddie, mucho después de que hubiera olvidado casi todas las fotografías, también las inventaría. Sólo Marion no tendría necesidad de inventarse a Thomas y a Timothy. Ruth, por supuesto, pronto aprendería a inventarse también a su madre.

Mientras Eddie hacía el equipaje, Ruth y Ted hablaban sin cesar de las fotos, reales e imaginadas, y aquella cháchara impedía al muchacho concentrarse en su problema inmediato: ¿quién le llevaría a Orient Point para tomar el transbordador? Entonces dio con la lista de todos los exonianos vivos que residían en los Hamptons. El incorporado más recientemente a la lista, un tal Percy S. Wilmot, graduado en 1946, vivía en la cercana localidad de Wainscott.

Eddie debía de tener la edad de Ruth cuando el señor Wilmot se graduó en Exeter, pero era posible que aquel caballero recordara al padre de Eddie. ¡Sin duda todo exoniano por lo menos había oído hablar de Minty O'Hare! Pero ¿valdría la relación con Exeter un viaje a Orient Point? Eddie lo dudaba. No obstante, se dijo que al menos sería instructivo telefonear a Percy Wilmot, aunque sólo fuese para fastidiar a su padre, por el gustazo de decirle a Minty: «Mira, llamé a todos los exonianos vivos en los Hamptons, rogándoles que me llevaran al transbordador, ¡y todos se negaron!».

Pero cuando Eddie bajó a la cocina para llamar por teléfono, vio en el reloj de pared que era casi medianoche. Sería más prudente llamar al señor Wilmot por la mañana. Sin embargo, a pesar de lo tarde que era, no vaciló en llamar a sus padres. Eddie sólo podía sostener una breve conversación con su padre si éste estaba medio dormido. El muchacho deseaba que la conversación fuese breve, porque Minty se excitaba con facilidad incluso cuando estaba medio dormido.

– Todo va bien, papá -le dijo Eddie-. No, no pasa nada. Sólo quería que mañana tú o mamá estéis cerca del teléfono, por si llamo. Si consigo que me lleven al transbordador, llamaré antes de salir.

– ¿Te han despedido? -le preguntó Minty. Eddie oyó que susurraba a su madre: «Es Edward. ¡Creo que lo han despedido!».

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