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– El abogado te dirá dónde está el Mercedes -le informó Eddie-. Marion le enviará las llaves al abogado y él te dirá dónde está aparcado el coche. Dijo que ella no lo necesitaba.

– Pero bien necesitará dinero -observó Ted en un tono malévolo-. ¿De dónde lo sacará?

– Dijo que el abogado te hablará de sus micas.

– ¡Joder! -exclamó Ted.

– De todos modos teníais intención de divorciaros, ¿no? -¿Esa pregunta es tuya o de Marion?

– Mía -admitió Eddie.

– Cíñete a lo que Marion te ha pedido que dijeras.

– No me pidió que fuese a buscar esa fotografía -le dijo el muchacho-. Eso ha sido idea de Ruth y mía. Ruth lo pensó primero.

– Pues ha sido una buena idea -admitió Ted. -Pensé en Ruth -le dijo Eddie.

– Lo sé, y te lo agradezco.

Entonces se quedaron en silencio unos instantes. Les llegaba la voz de Ruth, que acosaba sin cesar a la niñera. En aquellos momentos Alice parecía más próxima al desmoronamiento que Ruth.

– ¿Y ésta, qué? ¡Cuéntamela! -exigía la pequeña.

Ted y Eddie sabían que Ruth debía de haber señalado uno de los ganchos. La chiquilla quería que la niñera le contara la historia evocada por la fotografía desaparecida. Por supuesto, Alice no recordaba cuál de las fotografías había colgado del gancho que Ruth señalaba. En cualquier caso, Alice desconocía las explicaciones que correspondían a la mayoría de las fotos. -¡Cuéntamela! -insistió Ruth-. Háblame de ésta.

– Lo siento, Ruth, pero no sé esa historia -replicó Alice. -Ahí está Thomas con el sombrero alto -le dijo Ruth, malhumorada, a la niñera-. Timothy trata de alcanzar el sombrero de Thomas, pero no puede porque Thomas está encima de una pelota.

– Ah, ya me acuerdo -dijo Alice.

Eddie se preguntó durante cuánto tiempo Ruth lo recordaría. Vio que Ted se estaba sirviendo otro vaso.

– Timothy dio una patada a la pelota y Thomas se cayó -siguió explicando Ruth-. Thomas se enfadó y empezaron a pelearse. Thomas ganaba todas las peleas porque Timothy era más pequeño.

– ¿Salía la pelea en la fotografía? -le preguntó Alice. Eddie sabía que la pregunta era errónea.

– ¡No, tonta! -gritó Ruth-. ¡La pelea fue después de hacer la foto!

– Ah -dijo Alice-, perdona.

– ¿Quieres un trago? -preguntó Ted a Eddie.

– No. Deberíamos ir a la casa vagón y ver si Marion ha dejado algo allí.

– Buena idea -dijo Ted-. Tú conduces.

Al principio no encontraron nada en la deprimente casa alquilada. Marion se había llevado las pocas prendas de vestir que guardaba allí, aunque Eddie sabía, y apreciaría durante toda su vida, lo que había hecho con la rebeca de cachemira rosa, la camisola de color lila y las bragas a juego. De las pocas fotografías que Marion llevó aquel verano a la casa vagón, habían desaparecido todas menos una. Sólo había dejado la foto de los chicos muertos que colgaba sobre la cabecera de la cama: Thomas y Timothy en la entrada del edificio principal del instituto, en el umbral de la virilidad, durante su último año en Exeter.

HVC VENITE PVERI

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«Venid acá, muchachos… -había traducido Marion, en un susurro- y sed hombres.»

Era la fotografía que señalaba el lugar donde se había producido la iniciación sexual de Eddie. Había un trocito de papel fijado al cristal con cinta adhesiva. La caligrafía de Marion era inequívoca.

«Para Eddie»

– ¿Cómo que para ti? -gritó Ted. Arrancó la nota fijada al cristal y eliminó con una uña el resto de cinta adhesiva-. No, Eddie, esto no es para ti. Se trata de mis hijos. ¡Es la única foto que me queda de ellos!

Eddie no discutió. Podía recordar perfectamente las palabras latinas sin necesidad de la foto. Tenía que estudiar dos años más en Exeter, y a menudo pasaría por aquel portal y bajo aquella inscripción. Tampoco le hacía falta una foto de Thomas y Timothy, no era a ellos a quienes necesitaba recordar. Recordaría a Marion sin necesidad de sus hijos. La había conocido sin ellos, aunque tenía que admitir que los chicos muertos siempre habían estado presentes en su relación.

– La foto es tuya, claro -dijo Eddie. -Faltaría más -replicó Ted-. ¿Cómo cabeza la idea de dártela?

– No lo sé -mintió Eddie.

En un solo día, las palabras «no lo sé» se habían convertido en la respuesta de todo el mundo a todas las cosas.

se le ha pasado por la

Así pues, la fotografía de Thomas y Timothy en la entrada de Exeter acabó en manos de Ted. Los chicos muertos estaban allí mejor representados que en la vista parcial (a saber, sus pies) que ahora pendía en el dormitorio de Ruth. Ted pondría la foto de los muchachos en el dormitorio principal, colgada de uno de los numerosos ganchos disponibles que cubrían las paredes.

Cuando Ted y Eddie abandonaron el destartalado pisito encima del garaje, Eddie se llevó consigo sus pocas pertenencias, pues deseaba hacer el equipaje. Esperaba que Ted le pidiera que se marchara, y su patrono no tardó en hacerlo: se lo dijo en el coche, cuando regresaban a la casa de Parsonage Lane.

– ¿Qué es mañana? ¿Sábado? -inquirió. -Sí, sábado.

– Quiero que te marches mañana. El domingo a más tardar. -De acuerdo -dijo Eddie-. Sólo necesito que alguien me lleve al transbordador.

– Alice puede llevarte.

Eddie decidió que no sería prudente decirle a Ted que Marion ya había pensado que Alice sería la persona más adecuada para trasladarle a Orient Point.

Cuando llegaron a la casa, Ruth, cansada después de tanto llorar, se había dormido. No había querido cenar, y ahora Alice lloraba quedamente en el piso de arriba. Para ser universitaria, la niñera parecía muy afectada por la situación. Eddie no sentía demasiada simpatía hacia ella, y la consideraba una esnob que se había apresurado a imponer su pretendida superioridad sobre él. (Para el muchacho, la única superioridad de Alice estribaba en que era unos años mayor que él.)

Ted ayudó a Alice a bajar las escaleras y le dio un pa;~uelo limpio para que se sonara.

– Lamento haberte dado esta desagradable sorpresa, Alice -le dijo, pero la niñera no se consolaba.

– Mi padre abandonó a mi madre cuando yo era pequeña -dijo Alice, sorbiendo el aire por la nariz-. Así que renuncio. Eso es todo… renuncio. Y tú también deberías tener la decencia de renunciar -añadió, dirigiéndose a Eddie.

– En mi caso es un poco tarde para renunciar, Alice -replicó Eddie-. Me han despedido.

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