– Pero no seré una mala madre para Ruth -añadió, todavía en un susurro-. Preferiría no ser una madre para ella antes que una mala madre
Eddie no comprendió entonces que Marion ya sabía que iba a dejar a su hija con Ted. (Y Marion, por su parte, no comprendía que Ted había contratado a Eddie no sólo porque necesitaba un conductor.)
La luz piloto del baño principal iluminaba tan débilmente el cuarto de Ruth que costaba distinguir las fotografías de Thomas y Timothy, pero Marion insistió en que Eddie las mirase. Quería contarle lo que los chicos estaban haciendo en cada una de las fotos, y por qué razón ella había seleccionado ésas en concreto para la habitación de Ruth. Entonces Marion precedió a Eddie al baño principal, donde la luz piloto iluminaba las fotos con un poco más de claridad. Allí Eddie pudo discernir un tema acuático, que Marion consideraba adecuado para el baño: un día festivo en Tortola y otro en Anguilla, una excursión veraniega al estanque de New Hampshire, y los dos hermanos, cuando eran más pequeños que Ruth, juntos en una bañera. Tim estaba llorando, pero Tom no
– Le había entrado jabón en los ojos -susurró Marion. Entraron entonces en el dormitorio principal, donde Eddie no había estado hasta entonces y tampoco había visto las fotografías, en torno a cada una de las cuales Marion trenzaba un relato. Recorrieron así toda la casa, de una habitación a otra, de una foto a otra, hasta que Eddie comprendió por qué Ruth se había alterado tanto al ver los trocitos de papel que cubrían los pies descalzos de Thomas y Timothy. Ruth debía de haber realizado aquel viaje al pasado en muchas, muchísimas ocasiones, probablemente tanto en brazos de su padre como de su madre, y para la pequeña los relatos de las fotografías eran sin duda tan importantes como las mismas fotografías. Tal vez incluso más importantes. Ruth estaba creciendo no sólo con la presencia abrumadora de sus hermanos muertos, sino también con la importancia sin par de su ausencia
Las imágenes eran los relatos, y viceversa. Alterar las fotografías, como lo había hecho Eddie, era tan impensable como cambiar el pasado. El pasado, que era donde vivían los hermanos muertos de Ruth, no era susceptible de revisión. Eddie se juró que intentaría resarcir a la pequeña, le aseguraría que cuanto le habían dicho acerca de sus hermanos muertos era inmutable. En un mundo inseguro, con un futuro incierto, por lo menos la niña podía confiar en ello. ¿0 no era así?
Al cabo de más de una hora, Marion dio por finalizado el recorrido de la casa en el dormitorio de Eddie y, finalmente, en el baño para los invitados que el muchacho utilizaba. Que la última de las fotografías que inspiraron el relato de Marion fuese aquella en la que ella estaba en la cama con los dos pies descalzos de sus hijos entrañaba un fatalismo muy pertinente
– Me encanta esta foto tuya -logró decirle Eddie por fin, sin atreverse a añadir que se había masturbado estimulado por la imagen de los hombros desnudos de Marion y su sonrisa
Como si lo hiciera por primera vez, Marion se examinó lentamente en la foto tomada hacía ya doce años
– Aquí tenía veintisiete -le dijo, y el paso del tiempo, y la melancolía que ello le producía, le afloraron a los ojos
Tenía en la mano la quinta copa de vino, y la apuró de una manera mecánica. Entonces le dio la copa vacía a Eddie. Éste se quedó de pie allí, en el baño para los invitados, inmóvil durante un cuarto de hora después de que Marion se hubiera ido
A la mañana siguiente, en la casa vagón, Eddie había iniciado la colocación de la rebeca de cachemira rosa sobre la cama, junto con una camisola de seda de color lila y unas bragas a juego, cuando oyó el ruido exagerado de las pisadas de Marion en las escaleras que partían del garaje. No llamó a la puerta del apartamento, sino que la aporreó. Esta vez no iba a sorprender a Eddie haciendo aquello. El muchacho aún no se había desvestido para tenderse al lado de las ropas. No obstante, se quedó un momento indeciso y ya no tuvo tiempo de retirar las prendas de Marion. Había estado pensando en lo desacertado de elegir los colores rosa y lila. Sin embargo, los colores de las prendas no eran nunca lo que le incitaba. Le había atraído el encaje que adornaba la cintura de las bragas y el espléndido escote de la camisola. Eddie estaba todavía inquieto por su decisión cuando Marion golpeó la puerta por segunda vez, y el muchacho dejó las prendas sobre la cama y fue a abrir
– Espero no molestarte -le dijo ella con una sonrisa
Llevaba gafas de sol, y se las quitó al entrar en el apartamento. Eddie percibió por primera vez su edad cuando vio las patas de gallo junto a los ojos. Tal vez Marion había bebido demasiado la noche anterior. Cinco copas de cualquier bebida alcohólica eran demasiadas para ella
Eddie se sorprendió al ver que la mujer se dirigía directamente a la primera de las pocas fotografías de Thomas y Timothy que había llevado a la casa alquilada, y le explicó por qué había elegido precisamente esas fotos. En ellas los chicos tenían más o menos la edad de Eddie, lo cual significaba que habían sido tomadas poco antes de su muerte. Marion le explicó que había pensado que tal vez Eddie encontrara familiares las fotografías de sus coetáneos, incluso acogedoras, en unas circunstancias que probablemente no tendrían nada de familiares y acogedoras. Mucho antes de que Eddie llegara, se había preocupado por él; sabía que iba a tener muy poco que hacer, dudaba de que se lo pasara bien, y había previsto que el muchacho de dieciséis años carecería de vida social alguna
– Excepto a las niñeras más jóvenes de Ruth, ¿a quién ibas a ver? -le preguntó-. A menos que fueras muy sociable. Thomas lo era, Timothy no, era más bien introvertido, como tú. Aunque físicamente te pareces más a Thomas, creo que tienes un carácter más parecido al de Timothy
– Ah -dijo Eddie. ¡Le pasmaba que Marion hubiera pensado en él antes de su llegada!
Siguieron mirando las fotografías. Era como si la casa alquilada fuese una habitación secreta situada en el pasillo del ala de invitados y Eddie y Marion no hubieran terminado juntos la velada, sino que se hubieran limitado a pasar a otra habitación, donde había otras fotos. En la cocina fueron de un lado a otro, Marion hablando por los codos, y regresaron al dormitorio, donde ella siguió hablando y señalando la única fotografía de Thomas y Timothy que colgaba sobre la cabecera de la cama
Eddie reconoció sin dificultad un hito muy familiar del campus de Exeter. Los jóvenes fallecidos posaban ante la puerta del edificio principal, donde, bajo el frontón triangular encima de la puerta, había una inscripción latina. Cinceladas en el mármol blanco, que resaltaba en el gran edificio de ladrillo y la doble puerta verde oscuro, figuraban estas palabras humillantes:
HVC VENITE PVERI
VT VIRI SITIS
(Naturalmente, la U de Huc, PVERI y UT estaba tallada como una V.) Allí estaban Thomas y Timothy con chaqueta y corbata, el año en que murieron. A los diecisiete años, Thomas parecía casi un hombre, mientras que Timothy, a los quince, tenía un aspecto mucho más infantil. La puerta ante la que posaban era el fondo fotográfico que elegían con mayor frecuencia los orgullosos padres de innumerables exonianos. Eddie se preguntó cuántos cuerpos y mentes sin formar habían cruzado aquella puerta, bajo una invitación tan severa e imponente