Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Ella abandonó el umbral con tanta rapidez como había aparecido. Eddie, que aún no había eyaculado, no sólo supo que ella le había visto, sino también que, en un instante, lo había comprendido todo

– Lo siento, Eddie -le dijo Marion desde la cocina mientras él se apresuraba a recoger las prendas femeninas-. Debería haber llamado

Una vez vestido, siguió sin atreverse a salir del dormitorio. Esperaba a medias oír las pisadas de la mujer bajando las escaleras que conducían al garaje o, de una manera más misericordiosa, oír el ronroneo del Mercedes al alejarse. Pero ella le estaba esperando. Y como él no había oído sus pasos al subir desde el garaje, dedujo que ella debía de haberle oído gemir de placer

– Yo he tenido la culpa, Eddie -le decía Marion-. No estoy enfadada, sólo me siento turbada

– Yo también -musitó él desde el dormitorio

– No pasa nada, es natural -dijo ella-. Sé que los chicos de tu edad… -Su voz se desvaneció

Cuando por fin Eddie se atrevió a ir a su encuentro, Marion estaba sentada en el sofá

– Ven aquí… ¡Mírame por lo menos! -le pidió, pero él permaneció inmóvil, mirándose los pies-. Es cómico, Eddie. Digamos que es cómico y dejémoslo así

– Es cómico -dijo él, abatido

– ¡Ven aquí, Eddie! -le ordenó Marion

Él se acercó arrastrando los pies, con la mirada todavía baja.

– ¡Siéntate! -Pero lo único que el muchacho pudo hacer fue colocarse rígidamente en el otro extremo del sofá, lejos de ella-. No, aquí. -Dio unas palmadas al sofá, entre los dos

El chico no podía moverse

– Eddie, Eddie…, sé que los chicos de tu edad… -repitió-. Es lo que hacéis los chicos de tu edad, ¿no? ¿Puedes imaginarte sin hacer eso?

– No -susurró él, y empezó a llorar. No podía contenerse.

– ¡Oh, no llores! -le pidió Marion. Ahora ella nunca lloraba; era como si se le hubieran agotado las lágrimas

Entonces Marion se sentó tan cerca de él que Eddie notó que el asiento del sofá se hundía y se encontró apoyado contra ella. No dejaba de llorar mientras la mujer hablaba y hablaba

– Escúchame, Eddie, por favor. Creía que una de las mujeres de Ted se ponía mi ropa, porque a veces las prendas están arrugadas o en perchas que no son las suyas. Pero eras tú, y eras amable de veras…, ¡incluso doblabas mi ropa interior! O intentabas hacerlo. Yo nunca doblo mis bragas y sostenes. Sabía que no era Ted quien los tocaba -añadió al ver que Eddie seguía llorando-. Mira, Eddie, esto me halaga, ¡te lo digo de veras! Éste no es el mejor verano… Me alegra saber que alguien piensa en mí. -Hizo una pausa y, de repente, pareció más azorada que Eddie-. Bueno, no quiero decir que estuvieras pensando en mí -se apresuró a añadir-. Eso sería bastante presuntuoso por mi parte, ¿verdad? Tal vez era sólo mi ropa, pero aun así me siento halagada. Probablemente tienes muchas chicas en las que pensar…

– ¡Pienso en ti! -le reveló Eddie-. Sólo en ti

– Entonces no estés turbado -le dijo Marion-. ¡Has hecho feliz a una señora mayor!

– ¡No eres una señora mayor! -exclamó él.

– Cada vez me haces más feliz, Eddie

Marion se levantó con rapidez, como si se dispusiera a marcharse. Finalmente él se atrevió a mirarla. Al ver su expresión, ella le advirtió:

– Ten cuidado con lo que sientes por mí, Eddie. Lo digo en serio, sé prudente

– Te quiero -le dijo el muchacho con valentía

Marion se sentó a su lado, de un modo tan apremiante que parecía que Eddie se hubiera echado a llorar de nuevo

– No me quieras, Eddie -le dijo, con más seriedad de la que él había esperado-. Piensa sólo en mis prendas de vestir. Las ropas no pueden hacerte daño. -Se inclinó más hacia él, pero sin coquetería, y añadió-: Dime, ¿hay algo que te guste especialmente, quiero decir algo que suelo ponerme? -Él la miró de tal manera que la mujer repitió-: Piensa sólo en mis ropas, Eddie.

– Lo que llevabas cuando te conocí -le dijo el muchacho.

– Vaya, pues no creo recordar…

– Un suéter rosa, con botones delante.

– ¡Esa rebeca vieja! -exclamó Marion, a punto de echarse a reír

Eddie se dio cuenta de que nunca había oído su risa. La mujer le absorbía por completo. Si al principio no había sido capaz de mirarla, ahora no podía dejar de hacerlo

– Bueno, si eso es lo que te gusta-dijo Marion-, ¡tal vez te daré una sorpresa!

Marion volvió a levantarse con rapidez. Ahora el chico tenía ganas de llorar porque veía que la mujer iba a marcharse. Antes de bajar la escalera, Marion le dijo en un tono más firme:

– No te lo tomes tan en serio, Eddie. Hazme caso.

– Te quiero -repitió él

– No debes quererme -le recordó Marion

Ni que decir tiene que el muchacho estuvo aturdido el resto del día

Una noche, poco después del incidente, Eddie regresó de ver una película en Southampton y se encontró a Marion en su dormitorio. La niñera de la noche se había ido a su casa. Eddie supo al instante, lleno de pesar, que Marion no había ido allí para seducirle. Empezó a hablarle de algunas fotografías que colgaban de las paredes del dormitorio y del baño. Le dijo que sentía molestarle pero, por respeto a su intimidad, no quería entrar en su habitación y mirar las fotos cuando él estuviera allí. Pero había estado pensando en una de las fotos en particular, aunque no le dijo cuál era, y se había quedado a contemplarla un poco más tiempo del que se había propuesto

Cuando Marion le deseó buenas noches y se marchó, Eddie se sintió más desgraciado de lo que creía humanamente posible. Pero, poco antes de acostarse, observó que ella había doblado sus ropas desordenadas. También había quitado una toalla del lugar donde él solía dejarla, en la barra de la cortina de la ducha, y la había devuelto pulcramente a su lugar en el toallero. Por último, aunque era lo más evidente, Eddie observó que su cama estaba hecha. Él nunca la hacía, como tampoco Marion hacía nunca la suya, por lo menos en la casa alquilada

Dos días después, tras depositar el correo sobre la mesa de la cocina en la casa vagón, Eddie preparó café. Dejó la cafetera en el fogón y entró en el dormitorio. Al principio creyó ver a Marion en la cama, pero sólo era su rebeca de cachemira rosa. (¡Sólo!) La había dejado desabrochada y con las largas mangas colocadas detrás, como si una mujer invisible vestida con la rebeca hubiera juntado las manos invisibles detrás de la invisible cabeza. La parte delantera, desabrochada, dejaba ver un sostén. Era una exhibición más seductora que cualquiera de los arreglos que Eddie realizaba con la ropa de Marion. El sostén era blanco, lo mismo que las bragas, y ella los había colocado exactamente donde a Eddie le gustaba

20
{"b":"101308","o":1}