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Últimamente he recibido mucha correspondencia de mujeres mayores. "No he conocido a ningún Eddie", me decía una de ellas. "Si conoce usted a un Eddie auténtico, ¿le importaría presentármelo?"

Desde el punto del americano medio, Eddie es un héroe. Sus novelas son transparentes, Hannah (y probablemente muchos lectores) considera patéticas sus adhesiones, pero él habla completamente en serio y hace lo que dice que hará

Marion le dice a Eddie que ha vuelto porque se ha enterado de que la casa está en venta. Es una buena excusa, pero en realidad ha vuelto porque Ruth le escribió diciéndole que Eddie todavía la amaba, y Marion necesitaba oír que alguien seguía queriéndola

Al final Ruth encuentra a Harry, y vive su gran historia de amor. Pero hay más emoción en el amor obsesivo y perdurable de Eddie hacia Marion y en el regreso de ésta que en toda la historia de amor entre Ruth y Harry. Marion es un personaje mucho más conmovedor que Ruth, y lo es en parte gracias a Eddie

Por supuesto, hay una explicación más sencilla de la transformación que sufre Eddie (al pasar de payaso a héroe compasivo), y es que ha madurado. En vez de considerarse una víctima de lo que le sucede cuando una mujer mayor se relaciona con él y luego le abandona, mantiene su adoración hacia ella como el faro que guía su vida. Puede que eso sea absurdo, pero las convicciones de Eddie son sinceras. No es un hombre voluble. Y además, Eddie no es tan superficial como podría parecer a primera vista. Sus cualidades risibles de adolescente (su inocencia y sensibilidad excesiva, la facilidad con que se deja manipular) son cualidades admirables cuando e adulto. Deja que la gente le utilice (incluso Hannah), y ésa no es una cualidad en modo alguno desagradable. En el caso de Eddie, incluso es una muestra de gallardía. Deja que Marion le utilice, y a ella le beneficia que se lo permita

HG: Ruth tiene una fuerte tendencia a castigar. Dada la infancia que tuvo, esa inclinación es, desde luego, justificable. Ahora bien, ¿te parece también admirable?

JI: ¡Sí, la encuentro admirable! ¿Qué idiota dijo eso de que es mejor servir frío el plato de la venganza? Si uno tiene la oportunidad de servirlo, ¿a quién le importa que esté frío o caliente? Ruth tiene, en efecto, todos los motivos para sentir deseos de castigar, para ser más áspera (o ruda) de lo que a muchos les gustaría. A mi modo de ver, la manera de vengarse de Scott Saunders y de su padre está perfectamente justificada. Lo de menos es que se extralimite un poco. No es ella quien da el primer golpe, ¿verdad? No me molesta que su reacción a lo que le han hecho sea un poco excesiva

Si alguien te busca las cosquillas, ¿qué tiene de malo que le hagas pagar ese atrevimiento a un precio bastante alto? No provoco, me limito a contraatacar

HG: Ruth no presta atención a las críticas que recibe su obra. ¿Crees que ése es un buen consejo para un escritor, y tú mismo lo sigues?

JI: A este respecto, y por encima de todo, hay que tener en cuenta lo que dijo Thomas Mann: "Todos sufrimos heridas. Y la alabanza es un alivio, aunque no necesariamente un bálsamo que las cura. Sin embargo, a juzgar por mi experiencia personal, nuestra receptividad a la alabanza no guarda ninguna relación con nuestra vulnerabilidad al desdén mezquino y el insulto rencoroso. Por muy estúpido que sea ese insulto, por más que se deba a rencores particulares, esa expresión de hostilidad nos afecta de una manera mucho más profunda y duradera que la expresión contraria, lo cual es absurdo, ya que, por supuesto, los enemigos son el acompañamiento indispensable de una vida rica y plena"

Creo que Mann tiene razón. Vivimos en una época en que florece la política de la envidia. En nombre de la igualdad, los neomarxistas quieren castigar el logro y el éxito individual. En la crítica literaria abundan los "rencores particulares", como los llamaba Mann. (Y la cantidad de envidia que contienen tampoco es pequeña.)

Mi estilo nunca ha sido del gusto de todos; siempre he tenido, y siempre tendré, unas críticas dispares. A muchos lectores y críticos les encantan mis novelas, mientras que otros lectores, y muchos críticos, desprecian todo lo que escribo. No inspiro indiferencia, nadie se muestra neutral con John Irving. Escribo unas novelas largas, explícitas, impulsadas por el argumento. Me propongo hacer reír y llorar. Me excedo en el lenguaje. Conmover al lector es más importante para mí que persuadirle intelectualmente. He dicho lo mismo de Charles Dickens. También él tuvo sus entusiastas y sus enemigos

Cierta vez Jean Cocteau aconsejó a los escritores jóvenes que prestaran mucha atención a los aspectos de su obra que desagradaban a los críticos, pues creía que aquello que desagrada a los críticos es lo único original de tu obra. Creo que esto es concederles demasiado mérito a los críticos. No interrumpo mi trabajo para leer las críticas que me hacen, pero las leo al final de la jornada

La animosidad de un crítico literario me alegra. La alabanza es un combustible, pero también lo es el enojo. Leer algo acerca de mí que es estúpido hasta la exasperación, o que rezuma grosería hacia mi persona, es vigorizante de veras. Se trata de una clase de energía diferente a la que obtengo del elogio, pero de todos modos me resulta útil

Con respecto al efecto que causan mis novelas, de eso me informan mucho más las cartas de los lectores que las críticas literarias. Cuando uno sabe que va a escribir un artículo sobre un libro, no lee ese libro como un lector. Lo sé muy bien, pues, al fin y al cabo, también he sido crítico

Para los escritores jóvenes y desconocidos que dependen de las buenas críticas, éstas son muy importantes, e incluso tienen una importancia trágica. Pero, a mi modo de ver, la recomendación verbal de un libro, el boca a boca entre los lectores, es más importante que las críticas. Claro que a mí me resulta fácil decir esto, porque tengo muchos lectores. Cuando publico una novela, estoy muy atento a las listas de los libros más vendidos. No me avergüenza decir que para mí significan mucho más que las críticas

HG: Con frecuencia te acusan de ser un sentimental, como si eso fuese malo. ¿Te consideras un sentimental? Y si es así, ¿cómo definirías ese término?

JI: Ya lo he definido al admitir que mi intención, como novelista, es hacer reír y llorar, y que empleo el lenguaje para persuadir en un plano emocional, no intelectual. En Grandes esperanzas, Dickens escribió: "Bien sabe Dios que nunca debemos avergonzarnos de nuestras lágrimas, pues llueven sobre el polvo cegador de la tierra y recubren nuestros duros corazones". Pero lo cierto es que nos avergonzamos de nuestras lágrimas. Vivimos en un tiempo en que el gusto de la crítica nos dice que la blandura de corazón es afín a la imbecilidad; estamos tan influidos por las tonterías de la televisión y el cine que incluso al reaccionar contra ellas lo hacemos en exceso, y llegamos a la conclusión de que cualquier intento de hacer reír o llorar al público es una manera desvergonzada de satisfacerlo, como ocurre con las trilladas series televisivas, los culebrones y los melodramas

Para el crítico moderno, cuando un escritor se arriesga a ser sentimental, ya es culpable. Pero el escritor pecará de cobardía si teme al sentimentalismo hasta el punto de evitarlo por completo. No dejar traslucir las emociones se ha convertido en un rasgo obligado del autor "literario". Yo no querría estar casado con alguien que no dejara traslucir sus emociones. ¿Quién desearía tener esa clase de relación? Pues bien, tampoco deseo que un novelista no deje traslucir sus emociones. En una novela es esencial arriesgarse a ser sentimental. Ocultar las emociones es una forma de corrección política, lo que no deja de ser una cobardía

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