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Marion no había querido mirar con detenimiento el entorno más bien destartalado. Maple Lane era lo que era, y los veranos en que Eddie había alquilado la vivienda también se habían cobrado su tributo en el interior de la casa

Marion cruzaba las piernas largas y aún torneadas. Permanecía sentada casi con recato en el sofá. Su bonito pañuelo, del color gris perlino de la ostra, separaba perfectamente sus senos, y Eddie los veía todavía bien formados, aunque eso quizá se debía al sostén

Eddie aspiró hondo antes de decir lo que se proponía.

– ¿Qué te parece si nos dividimos la casa al cincuenta por ciento? Aunque, si he de serte sincero -se apresuró a añadir-, si puedes aportar los dos tercios, creo que el tercero sería más realista para mí que la mitad

– Sí, puedo permitirme los dos tercios -respondió Marion-. Y además voy a morirme y te quedarás solo, Eddie. ¡Al final te dejaré mis dos tercios!

– No irás a morirte ya, ¿verdad? -inquirió Eddie, pues le asustaba pensar que la muerte inminente de Marion era lo que le había impulsado a reunirse con él, y sólo para despedirse

– ¡No, por Dios! Estoy bien. Por lo menos no voy a morirme de nada que conozca, excepto de vejez…

Así tenía que haber transcurrido la conversación entre los dos, y Eddie la había previsto. Al fin y al cabo, la había recreado por escrito tantas veces que se sabía el diálogo de memoria. Y Marion, que había leído todos sus libros, sabía lo que el personaje del afectuoso hombre más joven le decía a la mujer mayor en todas las novelas de Eddie. Él la tranquilizaba siempre

– No eres demasiado mayor, por lo menos para mí -le dijo ahora

Durante muchos años, ¡y cinco libros!, había ensayado ese momento, pero aún estaba inquieto

– Tendrás que cuidar de mí, tal vez antes de lo que piensas -le advirtió Marion

Pero durante treinta y siete años Eddie había confiado en que Marion le permitiera cuidar de ella. Estaba asombrado, pero sólo porque comprobaba cuán acertado estuvo la primera vez… Había acertado al querer a Marion. Ahora tenía que confiar en que ella volvería a su lado lo antes posible. No importaba que para ello hubieran tenido que transcurrir treinta y siete años. Tal vez ella había necesitado un período tan largo para superar su aflicción por las muertes de Thomas y Timothy, y no digamos para hacer las paces con cualquier clase de espectro sin duda evocado por Ted tan sólo para obsesionarla

Era una mujer cabal y, fiel a su carácter, Marion le ofrecía a Eddie toda su vida para que la compartiera con ella y la amara. ¿Existía alguien tan capacitado para la tarea? ¡A sus cincuenta y tres años, el novelista llevaba muchos amándola tanto en sentido literal como en el literario!

No se puede culpar a Marion por decirle a Eddie que había momentos del día y de la semana que evitaba. Por ejemplo, cuando los niños salían de la escuela, por no mencionar los museos, los zoológicos y los parques cuando hacía buen tiempo, cuando los niños estarían en ellos con sus padres o canguros, y los partidos de béisbol y las compras navideñas…

¿De qué había prescindido? De los lugares de vacaciones, tanto veraniegos como invernales, de los primeros días cálidos de la primavera y los últimos del otoño, de la fiesta de Halloween, naturalmente. Y en la lista de cosas que ella nunca debía hacer figuraban: salir a desayunar, tomar helados… Marion era siempre la mujer elegante que entraba sola en un restaurante y pedía una mesa poco antes de que cerrasen la cocina. Pedía una copa de vino y, mientras comía, leía una novela

– Detesto comer solo -le dijo Eddie en tono lastimero

– Si lees una novela mientras comes, no estás solo, Eddie -respondió ella-. La verdad es que me avergüenzo un poco de ti

Él no pudo evitar preguntarle si alguna vez había pensado en atender al teléfono cuando sonaba

– Demasiadas veces para contarlas -replicó Marion

Le dijo que jamás había esperado vivir de sus libros, aunque fuese de una manera modesta

– Sólo han sido una terapia -le dijo

Antes de publicar los libros, había obtenido de Ted lo que su abogado había exigido, y era suficiente para vivir. Todo lo que Ted había querido a cambio era que le permitiera quedarse con Ruth

Cuando Ted murió, la tentación de telefonear había sido muy fuerte, hasta tal punto que desconectó el aparato

– Así que renuncié al teléfono -le dijo a Eddie-. Ese abandono no me costó mucho más que el de los fines de semana

Mucho antes de que prescindiera del teléfono había dejado de salir los fines de semana, porque veía demasiados adolescentes. Y cada vez que viajaba, procuraba llegar a su destino después de que hubiera oscurecido. Así lo hizo incluso cuando acudió a Maple Lane

Marion deseaba beber algo antes de acostarse, y no se refería a una Coca-Cola Light, como la lata que Eddie tenía en la mano, aunque estaba vacía. En el frigorífico había una botella de vino blanco abierta y tres botellines de cerveza (por si se presentaba alguien de improviso). En el armarito situado debajo del fregadero, Eddie guardaba también algo mejor, una botella de whisky de malta escocés, destinado a sus huéspedes preferidos y alguna compañía femenina ocasional. La primera y última vez que tomó un trago de buen licor fue en la casa de Ruth en Sagaponack, tras el funeral de Ted, y en esa ocasión le sorprendió lo mucho que gozaba del sabor. (También tenía una botella de ginebra a mano, aunque tan sólo el olor de la ginebra le provocaba arcadas.)

En cualquier caso, en una copa de vino, que era la única clase de copas que tenía, Eddie le ofreció a Marion un whisky de malta. Incluso él mismo se sirvió un poco. Entonces, mientras Marion usaba el baño primero y se preparaba para acostarse, Eddie lavó las copas con agua caliente y detergente para platos (antes de colocarlas absurdamente en el lavavajillas)

Marion, con una combinación de color marfil y el cabello suelto (le llegaba a los hombros y era de una tonalidad gris más clara que la de Eddie), le sorprendió en la cocina al rodearle la cintura y abrazarle mientras él le daba la espalda

Durante un rato, ésa fue la casta postura que mantuvieron en la cama de Eddie, antes de que Marion permitiera que su mano se desviara para tocarle el miembro erecto

– ¡Todavía eres un muchacho! -susurró, mientras le agarraba lo que Penny Pierce llamó cierta vez su "pene intrépido". Mucho tiempo atrás, Penny también se había referido a su "polla heroica". Marion jamás habría sido tan tonta o tan burda. Entonces se colocaron frente a frente en la oscuridad, y Eddie yació, como lo hiciera en el pasado, con la cabeza contra los senos de Marion. Durmieron así, hasta que les despertó el tren de la 1.26 con dirección oeste

– ¡Cielo santo! -exclamó Marion, porque el tren de primera hora de la madrugada con dirección oeste era probablemente el más ruidoso de todos

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