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Y entonces el silbato del tren emitió su lastimero pitido. Era el tren con dirección este de las 23.17, el último de la noche. Harry se estremeció y entró en la casa

Ese mismo tren era el causante de que Eddie O'Hare no se hubiera acostado todavía. Esperaba levantado, porque no soportaba estar tendido en la cama y que ésta temblara cuando el tren llegaba y partía de nuevo. Eddie siempre se acostaba después de que pasara el tren con dirección este de las 23:17

Como había dejado de llover, Eddie se abrigó bien y estaba en el porche. La llegada del tren nocturno atraía la atención de los perros del barrio, que se enzarzaban en una confusión de ladridos, pero no transitaba un solo coche. ¿Quién podía tomar un tren con dirección este, hacia los Hamptons, cuando terminaba el fin de semana de Acción de Gracias? Eddie creía que nadie, aunque oyó que un coche abandonaba la zona de aparcamiento en el extremo oeste de Maple Lane. El vehículo avanzó en la dirección de Butter Lane y no pasó ante la casa de Eddie

Eddie seguía en el frío porche, escuchando el traqueteo del tren que partía. Después de que los perros hubieran dejado de ladrar y ya no se oyera el tren, intentaba disfrutar de la breve tranquilidad, el silencio desacostumbrado

El viento del noroeste traía definitivamente el invierno consigo. El aire frío soplaba sobre el agua, más cálida, de los charcos que salpicaban Maple Lane. Eddie oyó unos neumáticos de coche que rodaban en medio de la niebla resultante, pero eran como las ruedas de un camión de juguete, emitían un ruido apenas audible, aunque ese ruido ya había llamado la atención de uno o dos perros

Una mujer caminaba a través de la niebla, tirando de una de esas maletas que se ven con más frecuencia en los aeropuertos, una maleta provista de ruedecillas. Debido a las irregularidades de la calle, el pavimento agrietado, los bordes con grava, por no mencionar los charcos, la mujer tenía que esforzarse para que la maleta rodara, pues estaba mejor equipada para los aeropuertos que para el extremo en mal estado de Maple Lane

Envuelta en la oscuridad y la niebla, la mujer no parecía tener una edad concreta. Con una altura superior a la media, era muy delgada, pero no exactamente frágil. No obstante, incluso con el impermeable sin formas, que ella se ceñía para protegerse del frío, seguía teniendo una buena figura. No parecía en absoluto el cuerpo de una anciana, aunque ahora Eddie discernía que era, en efecto, una mujer ya muy entrada en años pero hermosa

Como no sabía si la mujer podía distinguirle en la oscuridad del porche, y haciendo lo posible por no sobresaltarla, Eddie le dijo:

– Perdone, ¿puedo ayudarla?

– Hola, Eddie -le dijo Marion-. Sí, puedes ayudarme, desde luego. Durante un tiempo que me parece larguísimo, he pensado en lo mucho que me gustaría que me ayudaras

¿De qué hablaron, al cabo de treinta y siete años? (Si eso le hubiera sucedido a usted, ¿de qué habría hablado primero?)

– La pena puede ser contagiosa, Eddie -le dijo Marion, mientras él tomaba su impermeable y lo colgaba en el ropero del vestíbulo

La casa sólo tenía dos dormitorios. La única habitación para invitados era pequeña y sin ventilación, y estaba en lo alto de la escalera, cerca de la habitación, no menos pequeña, que Eddie utilizaba como despacho. El dormitorio principal estaba abajo, y se veía desde la sala de estar, en cuyo sofá Marion estaba ahora sentada

Cuando empezó a subir la escalera con la maleta, Marion le detuvo, diciéndole:

– Dormiré contigo, Eddie, si no tienes inconveniente. Me cuesta bastante subir las escaleras

– Claro que no tengo inconveniente -replicó Eddie, y llevó la maleta a su dormitorio

– La pena es de veras contagiosa -repitió Marion-. No quería contagiarte mi pena, Eddie. Y tampoco quería pegársela a Ruth

¿Hubo otros hombres jóvenes en su vida? Uno no puede culpar a Eddie por preguntárselo. Los hombres jóvenes siempre se habían sentido atraídos hacia Marion. Pero ¿cuál de ellos podría haber igualado su recuerdo de los dos jóvenes a los que perdió? ¡Ni siquiera había habido un solo joven que igualara su recuerdo de Eddie! Lo que Marion empezó con Eddie había terminado con él

No se puede culpar a Eddie por que entonces le preguntara si había conocido a hombres mayores. (Al fin y al cabo, él estaba familiarizado con esa clase de atracción.) Lo cierto es que cuando Marion aceptó la compañía de hombres mayores, sobre todo viudos, pero también divorciados y solteros intrépidos, descubrió que incluso para los hombres mayores la simple "compañía" era insuficiente y, por supuesto, también querían hacer el amor. Marion no lo deseaba, después de su relación con Eddie podía afirmar con sinceridad que no lo había deseado

– No digo que sesenta veces fuese suficiente, pero tú sentaste un precedente -le dijo

Al principio Eddie pensó que la feliz noticia de la segunda boda de Ruth era lo que por fin había hecho salir a Marion de Canadá, pero aunque a la anciana le satisfizo conocer la buena suerte que había tenido su hija, cuando Eddie le habló de Harry Hoekstra ella le confesó que era la primera vez que oía hablar él

Como era lógico, Eddie preguntó entonces a su visitante por qué había ido a los Hamptons precisamente en aquellos momentos. Cuando Eddie consideró todas las ocasiones en que él y Ruth habían esperado a medias que Marion se presentara…, bien, ¿por qué ahora?

– Me enteré de que la casa estaba en venta -le dijo Marion-. La casa nunca fue el motivo de que me marchara, y tú tampoco lo fuiste, Eddie

Se quitó los zapatos, que estaban mojados. A través de las medias de color canela claro se transparentaban las uñas de los pies, pintadas con el rosa intenso de las rosas silvestres que crecían detrás de la finca de la temida señora Vaughn en Southampton

– Tu antigua casa es ahora muy cara -se atrevió a decirle Eddie, aunque no osó mencionar la cantidad exacta que Ruth pedía por ella

Como siempre, le encantaba la manera de vestir de Marion. Llevaba una falda larga, de color gris carbón oscuro, y un suéter de casimir con cuello de cisne, naranja salamandrino, un color tropical casi pastel, similar a la rebeca de casimir rosa que llevaba cuando Eddie la conoció, aquella prenda que tanto le había obsesionado hasta que su madre se la dio a la mujer de un profesor

– ¿Cuánto vale la casa? -le preguntó Marion

Cuando Eddie se lo dijo, Marion suspiró. Había estado demasiado tiempo fuera de los Hamptons y no tenía idea de cómo había florecido el mercado inmobiliario

– He ganado bastante dinero -comentó-. Las cosas me han salido mejor de lo que merecía, si tenemos en cuenta la clase de libros que he escrito. Pero mis posibilidades están muy por debajo de ese precio

– Yo no he ganado gran cosa con mis obras -admitió Eddie-, pero puedo vender esta casa en cualquier momento

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