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– ¿Habló usted con él? -preguntó Ruth en voz queda

– Sí, poco antes de que muriese. Créame, fue una suerte que tuviera miedo

La puerta de la habitación de Rooie se abrió, y un hombre con una expresión avergonzada en el semblante les miró furtivamente antes de salir a la calle. Anneke Smeets tardó unos minutos en arreglarse. Harry y Ruth aguardaron hasta que se colocó de nuevo detrás del escaparate. En cuanto los vio, Anneke abrió la puerta

– Mi testigo se siente culpable -le explicó Harry a Anneke en holandés-. Cree que podría haber salvado a Rooie, de no haber estado demasiado asustada para abandonar el armario

– Tu testigo sólo podría haber salvado a Rooie siendo su cliente -replicó la mujer, también en holandés-. Quiero decir que debería haber sido su cliente en vez del hombre que Rooie aceptó

– Sé a qué te refieres -dijo Harry, pero no vio ningún motivo para traducírselo a Ruth

– Tenía entendido que estabas jubilado, Harry -le dijo Anneke-. ¿Cómo es que todavía trabajas?

– No estoy trabajando -respondió Harry

Ruth ni siquiera podía conjeturar de qué estaban hablando. Cuando regresaban al hotel, Ruth comentó:

– Esa chica se ha engordado mucho

– La comida es más saludable que la heroína -replicó Harry.

– ¿Conoció usted a Rooie? -inquirió Ruth

– Era amiga mía. En una ocasión estuvimos a punto de hacer un viaje juntos, a París, pero la cosa quedó en nada

– ¿Hizo alguna vez el amor con ella? -se atrevió a preguntarle Ruth

– No, ¡pero no por falta de ganas! -admitió él

Volvieron a cruzar la Warmoesstraat y entraron de nuevo en el barrio chino por el lado de la antigua iglesia. Sólo unos días antes las prostitutas sudamericanas habían estado allí tomando el sol, pero ahora sólo había una mujer en el quicio de su puerta. Como había refrescado, tenía puesto un largo chal alrededor de los hombros, pero cualquiera podía ver que debajo no llevaba nada más que el sostén y las bragas. La prostituta era colombiana y hablaba el creativo inglés que se había convertido en el idioma principal de De Wallen

– ¡Virgen Santa, Harry! -exclamó la colombiana-. ¿Has detenido a esa mujer?

– Sólo estamos dando un paseíto -dijo Harry

– ¡Me dijiste que te habías jubilado! -gritó la prostituta cuando ya la habían dejado atrás

– ¡Estoy jubilado! -gritó Harry a su vez. Ruth le soltó el brazo

– Está usted jubilado -le dijo Ruth, en el mismo tono de voz que empleaba para leer en voz alta

– Sí, es cierto -replicó el ex policía-. Al cabo de cuarenta años…

– No me dijo que estaba jubilado

– Usted no me lo preguntó -argumentó el antiguo sargento Hoekstra

– Si no me ha estado interrogando como policía, ¿en calidad de qué lo ha hecho exactamente? -inquirió Ruth-. ¿Qué autoridad tiene usted?

– Ninguna -respondió alegremente Harry-. Y no la he estado interrogando. Tan sólo hemos dado un pequeño paseo.

– Está usted jubilado -repitió Ruth-. Parece demasiado joven para eso. Dígame, ¿qué edad tiene?

– Cincuenta y ocho

Una vez más, el vello de los brazos de Ruth volvió a erizarse, porque ésa era la misma edad que tenía Allan cuando murió. Sin embargo, Harry le parecía mucho más joven. Ni siquiera aparentaba los cincuenta, y Ruth ya sabía que estaba en muy buena forma

– Me ha engañado -le dijo

– En aquel ropero, cuando usted miraba por la abertura de la cortina, ¿estaba interesada como escritora, como mujer o como ambas cosas?

– Ambas cosas -respondió Ruth-. Todavía me está interrogando

– Lo que quiero decirle es lo siguiente -dijo Harry: Primero la seguí en calidad de policía. Más tarde me interesé por usted como policía y como hombre

– ¿Como hombre? ¿Está tratando de ligarme?

– También soy uno de sus lectores -siguió diciendo Harry, sin hacer caso de la pregunta-. He leído todo lo que usted ha escrito

– Pero ¿cómo supo que yo era la testigo?

– "Era una habitación rojiza, más roja todavía a causa de la lámpara de vidrio coloreado" -citó Harry, una frase de su nueva novela-. "Estaba tan nerviosa que no servía de gran cosa" -siguió citando-. "Ni siquiera podía ayudar a la prostituta a colocar los zapatos con las puntas hacia fuera. Cogí tan sólo uno de los zapatos, y lo dejé caer enseguida."

– De acuerdo, de acuerdo -dijo Ruth

– Sus huellas dactilares sólo estaban en uno de los zapatos de Rooie -añadió Harry

Habían regresado al hotel cuando Ruth le preguntó:

– Bueno, ¿y qué va a hacer ahora conmigo?

Harry pareció sorprendido

– No tengo ningún plan -admitió

Al entrar en el vestíbulo, Ruth localizó fácilmente al periodista que le haría su última entrevista en Amsterdam. Luego tendría la tarde libre, y se proponía llevar a Graham al zoo. Su cita para cenar con Maarten y Sylvia antes de partir hacia París por la mañana sólo era provisional

– ¿Le gusta el zoo? -preguntó Ruth a Harry-. ¿Ha estado alguna vez en París?

En París, Harry eligió el hotel Duc de Saint-Simon. Había leído demasiado sobre ese establecimiento para no alojarse en él, y cierta vez, le confesó a Ruth, había imaginado que estaba allí con Rooie. Harry descubrió que podía decírselo todo, incluso que compró por muy poco dinero la cruz de Lorena (que le daría a Ruth) y que inicialmente estaba destinada a una prostituta que se ahorcó. Ruth le dijo que la cruz le encantaba todavía más por la historia que la rodeaba. (Llevaría la cruz día y noche durante su estancia en París.)

Durante su última noche en Amsterdam, Harry le mostró su piso en el oeste de la ciudad. A Ruth le sorprendió la cantidad de libros que tenía, así como que le gustara cocinar, comprar los ingredientes para hacer la comida y encender fuego en su dormitorio por la noche, incluso aunque el tiempo fuera lo bastante bueno para dormir con la ventana abierta

Yacieron juntos en la cama mientras la luz de las llamas parpadeaba en las estanterías. La brisa, suave y fresca, agitaba la cortina. Harry le preguntó por qué tenía el brazo derecho más fuerte y musculoso, y ella le contó todo lo relativo a su práctica del squash, incluida su tendencia a jugar con novios granujas, como Scott Saunders. Le contó también la clase de hombre que fue su padre y cómo había muerto

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