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No obstante, la dirección de Marion en Toronto había ocupado durante un año un lugar preeminente de su mesa de trabajo. El orgullo y la cobardía (¡ése sí que era un título digno de una novela larga!) le habían impedido escribirle. Ruth aún creía que era Marion quien debía presentarse ante su hija, puesto que era ella quien la había abandonado. Como madre relativamente reciente y viuda más reciente todavía, Ruth acababa de experimentar la pesadumbre y el temor de una pérdida incluso mayor. Hannah le sugirió que le diese a Eddie la dirección de su madre en Toronto

– Deja que Eddie se encargue del problema -le dijo Hannah-. Que se atormente preguntándose si debe escribirle o no. Por supuesto, ese dilema atormentaría a Eddie. Peor aún, en varias ocasiones había tratado de escribirle, pero nunca había echado sus cartas al correo

"Querida Alice Somerset -empezaba una carta-. Tengo razones para creer que es usted Marion Cole, la mujer más importante de mi vida." Pero ese tono le parecía demasiado desenvuelto, sobre todo al cabo de cuarenta años, por lo que lo intentaba de nuevo, abordándola de una manera más directa. "Querida Marion, pues Alice Somerset sólo podrías ser tú: He leído tus novelas de Margaret McDermid con.,." ¿Con qué? ¿Fascinación? ¿Frustración? ¿Admiración? ¿Desesperación? ¿Con la amalgama de todo ello? No lo sabía con exactitud

Además, después de mantener su amor por Marion durante treinta y seis años, ahora Eddie creía haberse enamorado de Ruth. Y tras imaginar durante un año que estaba enamorado de la hija de Marion, Eddie aún no se daba cuenta de que nunca había dejado de amar a Marion y de que seguía creyendo que amaba a Ruth. Así pues, los esfuerzos de Eddie por escribir a Marion le torturaban en extremo. "Querida Marion: Te he amado durante treinta y seis años antes de enamorarme de tu hija." ¡Pero Eddie ni siquiera podía decirle tal cosa a Ruth!

En cuanto a Ruth, con frecuencia, durante el año de duelo, se había preguntado qué le sucedía a Eddie O'Hare. No obstante, su pesadumbre y sus preocupaciones constantes por el pequeño Graham la distraían de los evidentes pero incomprensibles sufrimientos de Eddie, quien siempre le había parecido un hombre amable y raro. ¿Era ahora un hombre amable que se había vuelto más raro? Podía asistir con ella a una cena y no decir más que monosílabos durante toda la velada. No obstante, cada vez que sus miradas se encontraban y él se apresuraba a desviar los ojos, Ruth concluía que la había estado contemplando

– ¿Qué ocurre, Eddie? -le preguntó una vez

– No, nada -replicó él-. Me estaba preguntando cómo te va.

– Bien, me va muy bien, gracias

Hannah tenía sus propias teorías, que Ruth rechazaba por absurdas

– Parece ser que se ha enamorado de ti, pero no sabe seducir a mujeres más jóvenes que él

Durante un año, la idea de que alguien tratara de seducirla le había parecido a Ruth grotesca

Pero en el otoño de 1995 Hannah le dijo:

– Ya ha pasado un año, cariño, es hora de que vuelvas a ponerte en circulación

La simple idea de "volver a ponerse en circulación" repugnaba a Ruth. No sólo seguía enamorada de Allan y del recuerdo de su vida en común, sino que se estremecía ante la perspectiva de enfrentarse una vez más a su manera defectuosa de juzgar a los hombres

Como escribiera en el primer capítulo de No apto para menores, ¿quién sabía cuándo era hora de que una viuda volviera a la vida normal? Era imposible que lo hiciera "sin riesgos"

La publicación de la cuarta novela de Ruth Cole, Mi último novio granuja, se retrasó hasta el otoño de 1995, porque Ruth consideró que ésa sería la fecha más temprana posible para reaparecer en público desde la muerte de su marido. Cierto que Ruth no estaba tan disponible como a sus editores les hubiera gustado. Accedió a dar una lectura en la YMHA de la Calle 92, donde no lo había hecho desde aquella maratoniana presentación de Eddie O'Hare en 1990, pero se negó a conceder entrevistas en Estados Unidos, con la excusa de que iba a pasar una sola noche en Nueva York, camino de Europa, y que nunca quería someterse a entrevistas en su casa de Vermont. (Desde primeros de septiembre, la casa de Sagaponack se hallaba en venta.)

Hannah sostenía que Ruth estaba loca al aislarse en Vermont, y que debería vender la casa de Vermont. Pero Allan y Ruth habían convenido en que Graham debía crecer en Vermont

Además, Conchita Gómez era demasiado mayor para ocuparse ella sola de Graham, y Eduardo también estaba demasiado entrado en años para cuidar de la finca. En Vermont, Ruth dispondría de canguros cerca de casa. Kevin Merton tenía tres hijas que podrían realizar esa tarea. Una de ellas, Amanda, era una alumna de secundaria a la que sus padres permitían viajar hasta cierto punto. (La escuela había dado permiso a Amanda, pues se avino a considerar que el viaje de promoción literaria con Ruth pertenecía a la categoría de viaje educativo; de ahí que Ruth viajara con Graham y Amanda Merton a Nueva York y a Europa.)

No todos los editores europeos de la escritora estaban satisfechos con los planes que tenía Ruth para promocionar Mi último novio granuja, pero ella lo había advertido claramente a todo el mundo: aún estaba de luto y no iría a ninguna parte sin su hijo de cuatro años. Además, ni su hijo ni la canguro podían ausentarse de la escuela durante más de dos semanas

El viaje que Ruth planeaba sería lo más cómodo posible para ella y Graham. Volaría a Londres en el Concorde y regresaría a Nueva York vía París, de nuevo en el Concorde. Entre Londres y París, iría con su hijo y la canguro a Amsterdam, pues había llegado a la conclusión de que debía visitar esa ciudad. La novela estaba en parte ambientada en ella (aquella escena humillante en el barrio chino), lo que la volvía especialmente interesante para los holandeses, y Maarten era su editor europeo predilecto

Amsterdam no tenía la culpa de que ahora Ruth temiera viajar allí. Sin duda podría promocionar su nueva novela sin visitar el barrio chino. Los periodistas poco originales que la habían entrevistado, por no mencionar cada fotógrafo encargado de fotografiarla, insistían en que Ruth regresara a De Wallen, el lugar donde sucedía la escena más escandalosa de la novela, pero Ruth ya se había enfrentado en ocasiones anteriores a la falta de originalidad de periodistas y fotógrafos

Y tal vez, pensó la novelista, tener que regresar a Amsterdam suponía una especie de penitencia, pues ¿acaso su miedo no era una forma de penitencia? ¿Y cómo no habría de tener miedo en cada momento de su estancia en Amsterdam, si la ciudad le recordaría inevitablemente el tiempo, al parecer eterno, que permaneció escondida en el ropero de Rooie? Una vez en Amsterdam, ¿no sería el jadeo del hombre topo el fondo musical de su sueño? Eso si podía dormir…

Aparte de Amsterdam, la única parte de la gira de promoción que atemorizaba a Ruth era la noche que debía pasar en Nueva York, y la temía porque, una vez más, Eddie O'Hare iba a encargarse de la presentación de su lectura en la YMHA de la Calle 92

Había cometido la imprudencia de alojarse en el Stanhope. No había estado allí con Graham desde la muerte de Allan, y el pequeño recordaba el último lugar donde había visto a su padre mejor de lo que Ruth había supuesto. No se alojaban en la misma suite de dos dormitorios, pero la configuración de las habitaciones y la decoración eran muy similares

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